Pactos electorales en España y en México

Antes de que llegaran los moros a la península ibérica, los españoles eran un pueblo muy atrasado y hasta chistoso. Los señores feudales tenían residencias solariegas de verano, aparte de sus mansiones ?»de pelaje» en las ciudades.
Fincas de campo, sí. Pero su función no era propiamente de esparcimiento y descanso en las provincias, sino una estancia obligada, huyendo de calores y olores infernales, mientras que los jornaleros limpiaban y enterraban las inmundicias? fecales producidas por la familia feudal en el invierno.
Una vez que los destripaterrones terminaban su labor, los señores feudales podían regresar a las ciudades para habitar las casas señoriales nuevamente, mientras otros? trabajadores limpiaban las «casas de verano», y así sucesivamente.
Muchos tratadistas creen que éste fue el inicio de las «casas de campo» del veraneo. La verdad es que eran auténticas casas de relevo, para que las otras estuvieran despercudidas y no causaran problemas olfativos, desquiciamientos urbanos y serios flagelos epidémicos.
La tragedia de fondo era mayor: los españoles no sabían que existía el drenaje, ni la conducción subterránea del agua, ni los colores, ni los azulejos, ni el uso de las bellísimas fuentes de ornato donde hasta se podía dar algún tratamiento a las aguas negras, de desecho… hasta que llegaron los musulmanes.
La cultura mahometana del norte de África era la más avanzada del mundo occidental, hasta antes de la Edad Media. Esta es una afirmación que no admite lugar a dudas.? Si esto no se sabe, es sólo por prejuicios históricos.
La cultura árabe no sólo socavó las bases del Imperio Romano de Occidente, sino que penetró en el macizo europeo por Gibraltar, como una avalancha cultural incontenible del Magreb sobre toda la cristiandad europea.
Durante siglos, la humanidad pensó, por la influencia de los libros de guerreros trashumantes, de hidalgos y de caballería, que la ascendencia avasalladora sobre el cristianismo español era atribuible a una invasión bestial de los sarracenos.
No fue así. Nunca hubo una guerra de conquista que tuviera que ser «resuelta» ocho siglos después, en 1492, por los reyes católicos Fernando de Aragón e Isabel de Castilla «reconquistando Granada? y expulsando los reductos moros», como enseña una falsa versión de los hechos.
Incluso, grandes plumas españolas reconocen que no hubo tal invasión armada, sino una difusión cultural de tal magnitud, que los hispano- romanos adoptaron lo más avanzado, prefiriéndolo sobre la barbarie de visigodos y bárbaros del norte europeo.
Los religiosos cristianos fomentaron el mito de una reconquista ante la invasión armada, para justificar las atrocidades de una guerra civil instigada por los reyes católicos, simple movimiento imperial para imponer su hegemonía sobre territorios libres.
Flaco favor hicieron a España los «aguerridos cristianos» que ?la destruyeron, trocando las escuelas de filosofía, en conventos oscuros; las matemáticas avanzadas, en salmos y responsorios; la sensualidad árabe, por la austeridad castellana.
No hay más que comparar los acabados arquitectónicos de una mezquita o palacio árabe con una lisa y descolorida fachada de iglesia cristiana para darse cuenta del retroceso oscurantista que impuso la mal llamada «reconquista».
Nos benefició la influencia árabe en Iberia
Los musulmanes llevaron a España nuevos cultivos y formas de trabajar la tierra, sin convertirla en puros eriales, como acostumbraban los nativos; rehabilitaron regadíos primitivos y consiguieron un gran aumento de la productividad en todo el sector primario.
Se ampliaron las ciudades; se adoptaron hábitos sociales islámicos, se generaron gruesos flujos de inversión, se impartió justicia y se realizaron las grandes obras hidráulicas de infraestructura que tanto presumió el franquismo en el siglo XX.
?En la gran Escuela de Intérpretes de Toledo, convivían sabios de tres religiones. La tolerancia de los moros logró que produjeran juntos árabes, cristianos y judíos, medicina, filosofía, literatura, ciencia y arte plástico, entre muchas otras cosas.
De ello dan fe, el arte mozárabe; la literatura medieval; la ciencia andalusí; los místicos castellanos; los cabalistas de Gerona. En la galería de científicos: Ibn Gabirol, Maimonides, Averroes, Avicena, Ibn Arabi, Lulio, Abulafia y otros precursores del pensamiento occidental.
«Hubo una lenta seducción intelectual. Una mutación formidable. España que era latina, se convierte en árabe polígama», dice Miguel de Unamuno?.
Ignacio Olague: «Un buen día, los españoles despiertan hablando la lengua del Hedjaz-árabe, arrancada de cuajo después por la cristiana Inquisición». Las mujeres españolas fueron seducidas, de buen grado, por la sensibilidad, la poesía y el arte musulmán.
«Una reconquista después de ocho siglos, no es una reconquista», dice Ortega y Gasset en su España invertebrada. Menéndez Pidal acepta que la conquista musulmana fue tan cultural como la griega en el Mediterráneo.
Así como los dinosaurios nunca pudieron protestar por la llegada de los mamíferos a la Tierra, los españoles nunca pudieron negar la avasalladora presencia del pensamiento musulmán en sus estructuras idiomáticas, fonéticas, políticas, económicas, sociales, culturales y electorales.
Jamás pudo pactarse un acuerdo, un arreglo entre las dos civilizaciones para apoyarse mutuamente en el despertar de una nación mejor, que contuviera lo más rescatable de cada una. Una sinergia cultural que hubiera producido un resultado simplemente monumental.
Lucha contra corrupción: base
de cualquier Pacto
Hoy emergen nuevas fuerzas en el escenario español, tan inclinado a aferrarse a lo tradicional, aunque sea nocivo. Las crisis económicas, los fraudes financieros, la corrupción oficial, los desgastes de los partidos en el gobierno, los nefastos recortes reiterados en las políticas sociales, hacen que los ciudadanos busquen nuevos cauces.
Existe un enorme paralelismo entre las tradiciones electorales española y mexicana. Sobre todo, las semejanzas que se originan en el tradicional paternalismo político y los proverbiales fraudes históricos, la falta de equilibrios regionales por la accidentada geografía y la dispersión demográfica de los dos países. No puede haber piso parejo.
Es evidente que no es lo mismo juzgar los resultados electorales de las regiones alejadas y deprimidas, con los de los centros urbanos, obligados a mayor escrutinio y transparencia ante una sociedad vigilante e informada, como sucede en nuestro país. Los constructos son diferentes. En los centros urbanos más adelantados, con mayor acceso a los medios modernos de comunicación y más cercanos a las fuentes culturales de información, arrasaron todos los candidatos de la llamada «unidad popular» o aquéllos que pueden hacer pactos con éstos.
Dispersas por la geografía de España, se enclavan miles de comunidades microscópicas, levantadas en zonas serranas? e inhóspitas, donde habitan unas cuantas familias, aferradas a su suelo, que votan sin mayor información y muchas veces por costumbre, igual que entre nosotros.