Lila más allá de Downs promociona «Balas y chocolate»

Desde niña, Lila Downs soñó en componer canciones y escribía un diario personal. Su primera influencia musical fue el género ranchero, el que la impulsó años más tarde a estudiar música. Expresar lo que le inquieta a través de tal sonido es lo que mantiene su ilusión infantil.
Desde hace más de 20 años, su voz se mezcla con el colorido del campo, el sabor a Oaxaca, la lucha social, los derechos de la mujer y la educación con ritmos como la cumbia, el folk, el jazz y la música mexicana.
Balas y chocolate es su reciente material discográfico, que se escuchará el 1 de noviembre en el Auditorio Nacional. Como en sus anteriores álbumes, Downs conserva sus raíces y rescata su identidad mestiza. Sus orígenes y los motivos de su canto los relató durante el programa Entre Mujeres, La Entrevista, conducido por Fabiola Guarneros, Paola Virrueta y Jessica Pacheco.
“Según mi mamá, cuando era chiquita, andaba por la casa con mis faldas, mis sombreros y mis cananas, imitando a los grandes como Lola Beltrán y Antonio Aguilar. Seguí esos pasos por un tiempo, pero luego me di cuenta que yo quería decirlo de una manera un poco diferente”, expresó la intérprete de La cumbia del mole.
Lila nació de la unión de dos culturas un 9 de septiembre de 1968 en Tlaxiaco, Oaxaca. Es hija de la cantante de cabaret Anita Sánchez.
una mujer indígena mixteca, y de Allen Downs, un profesor de cinematografía estadunidense originario de Minnesota.

Ante la pregunta de cómo fue crecer con tales contrastes, la cantante se adelantó a decir: “Confuso”.

“Confuso y lindo a la vez, porque hay muchos privilegios, a diferencia de otros primos o tíos que viven en el otro lado, ahora sí que de mojados, sin papeles. Con mi padre era de privilegios, era crecer en un entorno universitario porque era profesor-cineasta. Y por otro lado, siempre volver al pueblo, que era un contexto rural, en donde todo marchaba a otro ritmo”, relató.

De tal confrontación hablan también sus canciones. Cuando visitaba Estados Unidos, veía a la gente de piel clara y pensaba entonces que ella debía ser así también; cuando estudió ópera, tenía la presión de lucir físicamente así. Entonces le llegó un momento de crisis y se preguntó ¿quién soy yo?

“Cuando me lo pregunté, pensé: ‘yo no soy esa que está en el espejo, soy otra persona’. Creo que la antropología hace que busque, que lea, que conozca un poco más sobre nuestra historia. Me di cuenta que no estamos solos, que Bolivia, Argentina o Colombia, muchos países hemos pasado por esta realidad difícil, de negar quiénes somos.”

Los migrantes son un tema recurrente en sus canciones, la ruptura de los estereotipos, la expresión de las mujeres y su toma de decisiones, así como la libertad en la máxima extensión de la palabra. Sin embargo, no tiene fórmulas para crear, sólo comprende que cada expresión es diferente.

“Es una tarea que creo que todos los que estamos en el arte queremos acercarnos y saber. Para mí ha sido importante crear una especie de puentes, porque cómo estos gringos de un lado no quieren a estos otros; y estos otros, nacionales mexicanos, no quieren a la raíz mía, que es la indígena. Siempre estamos lidiando con eso ¿Cómo un niño piensa en eso y trata de asimilarlo a diario? Afortunadamente, a través de la música, he podido dominar a algunos de esos demonios. Y quizá no dominarlos; ponderarlos y ponerlos sobre la mesa. Creo que es lo más importante.

“Este último disco, Balas y chocolate, hace exactamente lo mismo. Hay personas a las que les incomoda eso, porque es un poco incómodo mirarte al espejo y decir: éste soy yo, o yo no quiero tener nada que ver con ésos; ésos son los de la izquierda y yo no soy eso. Ahorita tenemos que polarizarnos más. Es un tiempo difícil, porque sí, somos todos de un mismo, pero también tenemos nuestras opiniones sobre quiénes somos”, señaló la cantante de 46 años.

Tal entendimiento llegó con los años, pues al principio sólo cantaba lo que nacía de su pecho, sin cuestionarlo demasiado, pero tenía sus raíces bien sustentadas en tales cuestionamientos.

“Creo que no sabía de chica qué significaba eso, pero sabía que había algo que salía del pecho: el sentimiento, la emotividad que refleja la letra de una canción con la fuerza, el enojo de la mujer, que sale desde nosotros. Eso hace que haga una especie de narrativa con la música, que hable de mujeres, a veces, que me encuentro en un periódico o en mi camino de vida y me cuentan dificultades. Y que a pesar de ellas, levantan la cabeza y siguen pa’lante.

“Mi madre es un ejemplo de eso. Digamos que también viví un poco ese enfrentamiento con nuestra cultura un poco difícil, del entorno de los hombres que nos dicen: hasta acá nada más, mamita. Y dije: ¿ah, sí? A mis 16 años me tocó eso. Lo tuve por experiencia”, detalló.

Lila Downs calificó a Balas y chocolate como un disco agridulce, pues tanto habla de la oscuridad como de lo bello de un país que ama. Con la madurez de una cantante con más de 20 años de trayectoria, deja claro que es prudente crear belleza con la vocación de los artistas, pero también sin perder de vista lo que sucede alrededor.

“Me enorgullece mucho que hay mucha gente que hace sus trabajos con dedicación, con fe; que no perdemos la fe a pesar de tantas cosas negativas que pasan, pero también eso mismo nos hace daño, porque nos negamos a una realidad. Decimos: ‘bueno, ya pasó; hay que ponerlo debajo del tapete y vamos pa’lante’. Es importante pensar así, de cierta forma, pero darnos cuenta de cómo podemos hacer los cambios para que mejoren las condiciones de nuestro país, el sistema de justicia, atrevernos a tocar esos temas. Yo qué sé de justicia, no estudié leyes, pero sí sé que no funciona muy bien aquí”, afirmó.

Sin rendirse

Tales conocimientos y sensibilidad son los que ahora Lila transmite a su único hijo Benito Dxuladi Cohen Downs, nacido en 2010, al que adoptó tras saber que no podría concebir un bebé. Sin embargo, la noticia la alentó para convertirse en madre. Tal parte de su vida es el “chocolate” de su último material discográfico.

“Dije: ‘bueno, soy una mujer que no se va a rendir y que va a buscar una manera de encontrar la felicidad. Y entonces me encontré con mi Benito y le pedí mucho a la Virgen de Juquila, de mi tierra, por encontrarme con él. Ha cambiado mucho mi vida y creo que este disco es muy celebratorio por él. Es fresca, arriesgada y fuerte, porque es su visión, la visión de un niño de cinco años. Es muy juguetón y no tiene temores, es muy valiente.”

A través de sus canciones, Lila Downs relata historias, pero también costumbres de la tierra y las personas con quienes creció, de las mujeres a su alrededor y de los aprendizajes que le dejaron.

“Uno percibe el mundo mágico de la mujer y es extraordinario. Tuve el privilegio de que mi abuela era una mujer con mucha fe en la Virgen de Juquila, que es la patrona de Oaxaca y la Virgen de la Soledad también, mi madre me dice siempre: ‘que te cuide la Virgen de Guadalupe’. Hay muchas madrecitas que son el ejemplo de esa fortaleza que nosotras traemos por dentro.

“He compuesto un tema dedicado a las mujeres cocineras de Oaxaca. Cuando vivía en Nueva York extrañaba mucho mi tierra y estaba rodeada de poblanos, que hacen mole poblano. Y entonces me puse a pensar en cómo hacer un tema que hablara de estas mujeres maravillosas como Abigail Mendoza, en Oaxaca, quien me ha platicado de cómo se fermenta el cacao para hacer el chocolate-atole. Hay muchos elementos que se heredan de los ancestros prehispánicos. Esas técnicas vale la pena darlas a conocer. Si puedo, por medio de la canción, entablar una conversación con el público, entonces ven el valor del rescate y también de la regeneración de la tradición, y eso es muy importante, porque creo que en Estados Unidos y en Europa desconocen un poco que está vivo eso. No somos piezas arqueológicas”, expresó en la segunda parte de la emisión.

Recuerdos de la abuela

Entre sus recuerdos de antaño está la cocina de tejamanil de su abuela, hecha de madera muy delgada, con su piso de tierra, donde al entrar podía hacer tortillas y comerlas calientes.

“Creo que esa esencia con la madre tierra, con el hermanito que es el maíz. Mi abuelita decía que siempre hay que respetarlos porque son nuestros hermanitos; si se caía un maicito y lo pisaba uno, eso era una falta de respeto, porque el maicito es sagrado. Y entonces, sentarte así, con tantita sal, sal de grano en un taco, y con ese olor de la leña…”, rememoró.

Pero más allá del textil, el chocolate y el mole, Oaxaca para Lila Downs es un lugar inusual en el que hay una cercanía con el arte y con lo sagrado, por lo que tal unión debe ser rescatada ante las generaciones.

“En cada rincón de Oaxaca hay una convivencia con la madre naturaleza que creo es excepcional y un respeto muy grande por ella. Confluyen las cosas. Con el tiempo, ahora que estamos con la modernidad, ha habido muchos oaxaqueños que han emigrado a Estados Unidos y que, ahora, vuelven, pero con una visión distinta, con su idioma, pero a la par con el inglés. Encuentran maneras de conservar y rescatar las tradiciones.

“Igualmente, oaxaqueños que no han salido, que permanecen y que consideran que es importante el rescate, como Remi, ya que hablábamos de personas que han hecho rescate de indumentaria u otro compañero que no es oaxaqueño, que ha estado haciendo rescate de cacao mexicano. Está sucediendo en todas partes de nuestro país y de otros países latinoamericanos”, acotó.

Traspasa fronteras

Con su propuesta musical, la ganadora del Premio Grammy en 2013 por su disco Pecados y milagros y nominada a la 75 edición del Oscar por la canción Burn It Blue que interpretó junto a Caetano Veloso en la película Frida (2002), cantó en la Casa Blanca en presencia de Michelle Obama. Su voz fue escuchada y desea llegar a todos los oídos posibles para cantar por más causas.

“Hace ya 12 años estamos colaborando con la Casa de la Mujer, con el Fondo de Becas Guadalupe Musalem. El consejo de mujeres decide quiénes participan, a quiénes les gustaría invitar para que hablen un poco sobre el Fondo de Becas. Nos han elegido a participar y hablar sobre el tema también, en parte por nuestras canciones, en parte porque coincidimos. Es un proyecto en el que creo firmemente. De vez en cuando participo en otras organizaciones como Amnistía Internacional.

“La verdad prefiero enfocarme en una organización en la que confió, en las mujeres, en la que hay transparencia, verdad, fe y se cree en la educación alternativa, porque no es nada más darle dinero a una joven con escasos recursos. Es cuidarla, ayudarla, traducirle las realidades de los contextos urbanos nacionales, mexicanos a una joven indígena. Eso no es fácil.

“Se trata de crear nexos con profesionistas y también apoyar, dentro de la comunidad misma. Yo lo veo con mi hijo; la noción de compartir es muy importante inculcársela desde muy chiquito, para que no sea egoísta. Eso es primordial en Oaxaca, es una filosofía muy grande y creo que nos va a sacar adelante”, añadió la estudiosa de Antropología y Ópera, la cantante, actriz, compositora y amante del cine.

Lila, una hormiguita

Tras toda esta historia de vida, ¿quién es Lila Downs ahora? La respuesta es inmediata: “una hormiguita que va cargando su carga, de pronto pesa bastante la carga, pero mis piernitas aguantan otro rato más”.

Su amor por Oaxaca también contrasta con su amor de pareja, pues se casó con Paul Cohen desde 1990. Relató que cuando ella cantaba en el grupo zapoteco La Trova Serrana, junto a Jaime Luna y otro grupo de compañeros compositores de canciones, ella era corista, pero también cantaba con la banda de Los Cadetes de Yodoyutzi, de Huajuapan de León, Oaxaca.

“Mi esposo en ese momento había venido a Oaxaca a hacer malabares, era cirquero. Nos conocimos en el club Candela. Él estaba tocando esa noche. Yo me paré a cantar un bolero, en otro tono, o sea, lo canté muy mal y él dijo: ‘canta más o menos la chava’,
me acuerdo que le hablé en inglés, porque me emocioné que él era saxofonista y me cayó muy bien de inmediato. Me pareció una persona sabia, era un poco callado. Tenía ganas de buscarme un músico, pero un músico un poco distinto”, contó.

Del campo a la ciudad y de regreso. Lila Downs no deja su tierra natal que la llama y la inspira.

“Crecí en el pueblo, y también crecí un poco en el norte, en Estados Unidos. Ya cuando terminé mi carrera de Antropología, entonces volví a México y por primera vez empecé a vivir en la Ciudad de México. Así que, digamos, yo también soy provinciana que viene a la ciudad, y la ciudad es otro universo para mí. He aprendido a apreciarla, la adoro; quiero mucho a esta Ciudad de México, me ha dado cosas hermosas.”

Ha cantado al lado de Caetano Veloso, Chavela Vargas, Enrique Bunbury, Juan Gabriel, Juanes, Santana, y cada uno
ha sido una experiencia diferente y especial en su vida y carrera.

“Creo que el más grande regalo ha sido conocer a Chavela Vargas, pero cantar con Mercedes Sosa fue muy grande para mí, porque que ella ahora sí que ha sido mi madre musical. Con Juan Gabriel ha sido una gran experiencia también, un regalo de Dios, de verdad”, concluyó.