«El ensayo es un striptease» : Enrique Serna

Para escribir un ensayo hay que poner en juego una estrategia de seducción”, afirma el cuentista y novelista Enrique Serna (1959). “El narrador no puede exponer sus argumentos como lo hace un académico; creo que hay un prejuicio muy fuerte en contra del ensayo dentro de la academia y pienso que incluso ésta no debe renunciar a los procesos de seducción”.
El autor de los ensayos Las caricaturas me hacen llorar (1996), Giros negros (2008) y Genealogía de la soberbia intelectual (2013) comentó anoche, como integrante de la mesa Elogio del ensayo, que este género incluso modificó su concepción de la literatura y lo hizo dejar su especialización de hispanista, porque se percató que lo que quería era seducir a sus lectores.
En el penúltimo día de actividades de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires (FILBA), que se clausura hoy, y en el marco de la participación de la Ciudad de México como invitada de honor a este encuentro, Serna evocó la importancia del ensayo en su obra de ficción.
Yo siempre he sido escritor de ficción y cuando empecé a hacer ensayos ya tenía dos novelas guardadas en un cajón. Yo estudiaba Letras y estaba haciendo una maestría en Pensilvania. Y empecé a colaborar en el diario Unomásuno en los años 80. Primero en la sección cultural, y luego en el suplemento Sábado, que dirigía Huberto Batis. Ahí descubrí que en la novela uno puede ocultarse detrás de uno o varios biombos, porque las opiniones de uno las expresa a través de los personajes, de modo que no es tan comprometedor. Pero el ensayo obliga a una especie de striptease: uno se tiene que desnudar porque lo que presenta ante el lector son sus propias ideas. Y eso orilla a que el ensayo sea a veces un tanto autobiográfico”, añadió.
El autor de las novelas La sangre erguida (2010, Premio Antonin Artaud) y La doble vida de Jesús (2014), que presentó anoche en el stand CDMX de la FILBA, destacó que la retroalimentación que se ha dado entre ensayo y periodismo “fue crucial para la evolución del género durante todo el siglo XX”.
Entre sus ensayistas mexicanos preferidos citó a Octavio Paz, con El laberinto de la soledad, “uno de los mejores ensayos de nuestra literatura en el siglo XX”; a Gabriel Zaid, con El secreto de la fama, y a José Emilio Pacheco, “el heredero de Alfonso Reyes”.
Señaló que “un rasgo característico de nuestra generación es escribir ensayos más provocadores, más informales, que se inscriben más en la contracultura”.
Para el escritor y periodista Sergio González Rodríguez (1950), otro de los integrantes de la mesa junto con Guillermo Fadanelli (1960). el ensayo “refiere al qué sé yo, qué es lo que yo sé sobre mí y sobre el mundo, la vieja pregunta de Montaigne. Este desdoblamiento de la subjetividad implica el mayor desafío”.

El autor de los libros de ensayo Los bajos fondos, el antro, la bohemia y el café (1988), El centauro en el paisaje (1992), De sangre y de sol (2006) y Campo de guerra (2014) aseguró que actualmente “en México tenemos grandes ensayadores o ensayistas que recuperan, por ejemplo, el cuaderno de notas. Esa tradición siempre está con los demás, no es individual”.

Y Fadanelli definió el ensayo literario como “el territorio donde reina la ambigüedad, la distracción y el subjetivismo, pero también la libertad. Mientras que la novela es algo que ya está dado, el ensayo es un eterno y continuo volver a comenzar”.