La crisis económica y política adelanta escenario sucesorio de 2018

La única vez que la economía en fase de crisis ha votado fue en las elecciones intermedias de 1997: la votación por el PRI cayó a 38%, la del PAN se mantuvo en 27% y la del PRD subió a 25.8%. En esas elecciones el PRI perdió la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y nunca la recuperó y además perdió el control político en el DF porque la elección favoreció al PRD y a su candidato a jefe de gobierno Cuauhtémoc Cárdenas.
Las expectativas de corto plazo dejan entrever que en las elecciones intermedias de 2015, el 7-J, la crisis no alentará el voto; si acaso, la abstención podrá ser mayor como signo de repudio ciudadano contra la gestión de todos los políticos. En este sentido, la jornada electoral de mediados de año será la puerta de entrada a la parafernalia de la elección presidencial del 2018, con datos de que será más influyente la crisis política que la crisis económica.
Las elecciones se daban en una situación casi de plebiscito: el ciclo de violencia e inestabilidad había comenzado en mayo de 1993 con el asesinato del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo y había terminado con la devaluación del 20 de diciembre de 1994; en medio, un año de ruptura: alzamiento zapatista, sociedad apoyando a los guerrilleros, secuestros de banqueros, asesinato del candidato presidencial priísta Luis Donaldo Colosio, choque en las estructuras electorales, asesinato de José Francisco Ruiz Massieu y acusaciones de que el PRI estaba detrás de los crímenes políticos.
El año de 1995 no sería mejor: la devaluación en situación de arcas vacías de reservas, la presión sobre el dólar, el alza en las tasas de interés bancarias a niveles superiores a 100% y la inflación derivada llevó a un severísimo programa de ajuste: recortes de gasto, mayores controles salariales para administrar la inflación, alza en deudas bancarias de ciudadanos y pérdidas de automóviles y casas; y como parte fundamental, el aumento de 50% en el IVA para darle recursos al gobierno.
A ello ser agregó otro elemento significativo: en 1996, como parte del acuerdo político del gobierno de Zedillo con la oposición para aprobar el paquete anticrisis, la estructura electoral abandonó definitivamente el espacio gubernamental y el IFE se hizo totalmente autónomo, ya sin la presencia de Gobernación en su estructura.
La mezcla estaba hecha: una severa crisis económica, una sociedad dañada en sus bienes por la crisis y libertad absoluta de voto llevaron a los ciudadanos a las urnas a utilizar el voto como instrumento plebiscitario. Así, 1997 abrió el camino del 2000: la alternancia partidista en la presidencia de la república.
Den este sentido, los tres efectos políticos de la crisis económica en 1997 fueron importantes en la transición mexicana: la pérdida del PRI de la mayoría absoluta en la Cámara, la coalición de toda la oposición para hacer una mayoría contra el PRI, la pérdida política del gobierno del DF y el mensaje final de que el PRI estaba herido política y electoralmente.
Otras crisis severas no habían afectado la posición electoral del PRI:
—La crisis económica de la inflación en 1973 no encontró a una oposición de alternancia.
—La devaluación de 1976 se hizo después de las elecciones pero el discurso político de López Portillo atemperó la inestabilidad, además de que el PAN no presentó candidato a la presidencia.
—El colapso político de 1981 no varió la tendencia de las elecciones presidenciales de 1982 porque los ciudadanos tuvieron un colchón de aumentos salariales para resistir los efectos inflacionarios posdevaluatorios; y la expropiación de la banca y el control de cambios se hizo después de las elecciones.
—Las elecciones intermedias de 1985 se dieron en un clima de polarización ideológica que asimiló el efecto de la crisis: el PRI se hizo del 72% de las curules, con la izquierda del PSUM aún con su discurso socialista apenas colocó 6 diputados.
—La crisis de 1988 se juntó con la ruptura del PRI y cimbró al PRI al registrar apenas el 50.3% de votos en las presidenciales, contra 33% de Cuauhtémoc Cárdenas. El PRI nunca recuperaría la mayoría absoluta tampoco en las elecciones presidenciales. El programa de ajuste del gobierno de De la Madrid llevó al país a una tasa promedio anual del PIB de 0%, pero con una sociedad temerosa al cambio: Cárdenas representaba el populismo de la crisis del pasado.
SUCESIONES EN LA CRISIS
Los ciclos de las élites políticas gobernantes han sido bastante claros:
—Los revolucionarios: de Obregón en 1920 a Cárdenas en 1940.
—Los posrevolucionarios: de Ávila Camacho en 1940-1946.
—Los políticos priístas: de Alemán en 1946 a Echeverría en 1976.
—Los administradores: de López Portillo en 1976 a De la Madrid en 1988.
—Los tecnócratas: de Salinas de Gortari en 1988 a Zedillo en 2000.
La tradición política exigía a los presidentes una educación dentro del poder en la dependencia política por excelencia: la Secretaría de Gobernación. A excepción de López Mateos (1958-1964), esa oficina produjo los presidentes hasta Echeverría. De 1976 a 2000, el área clave fue la económica: De la Madrid, Salinas y Zedillo se hicieron en la Secretaría de Programación y Presupuesto, el área de gasto del gabinete económico.
La lógica del poder establecía los requerimientos de los gobernantes: como la crisis era política, entonces los presidentes deberían salir de ese espacio; en dos ocasiones el secretario de Hacienda de los gobiernos de López Mateos y Díaz Ordaz, Antonio Ortiz Mena, se coló en la lista de aspirantes, pero precisamente los salientes consideraron que no había crisis económica —eran los años de oro del desarrollo estabilizador: PIB promedio anual de 6% e inflación de 2%— sino política: rebeliones sociales en 1964 y conflictos estudiantiles en 1969; por tanto los presidentes fueron Díaz Ordaz y Echeverría. En 1975, año de la nominación presidencial, Echeverría tenía dos escenarios de solución de la sucesión: la política con Mario Moya Palencia como secretario de Gobernación y la económica con López Portillo como secretario de Hacienda. En 1981 el escenario se repitió: Javier García Paniagua como el político y De la Madrid como el economista. En 1988 volvió a reproducirse el dilema: Manuel Bartlett de Gobernación y Salinas de Gortari de la SPP. Las opciones fueron las económicas pues en 1976, 1982 y 1988 la crisis era económica porque el sistema político seguía siendo funcional a la clase gobernante. La sucesión de 1994 fue atípica: crisis generalizada del sistema y afanes callistas de Salinas, la opción fue entre dos políticos salinistas, Luis Donaldo Colosio y Manuel Camacho Solís; el asesinato de Colosio colocó en la candidatura a Zedillo. Y en el 2000, Zedillo rompió el modelo con el abierto de la selección del candidato, aunque con preferencias por el burócrata Francisco Labastida Ochoa. Aunque las crisis en 1994 y 2000 eran severas, las luchas en las élites definieron las nominaciones.
Las candidaturas panistas obedecieron a preferencias personales: Fox se apoderó de la candidatura desde 1997 y luego q1uiso poner a Santiago Creel como sucesor, pero Felipe Calderón le ganó la elección interna en el PAMN; lo mismo le ocurrió a Calderón: su preferencia era por Ernesto Cordero salido de la Secretaría de Hacienda, pero los consejeros panistas votaron por Josefina Vázquez Mota. En el PRI las formas también entraron en lucha: Labastida fue impuesto por Zedillo y abandonado a su suierte4; en el 2006 Roberto Madrazo operó su candidatura como presidente del PRI pero a costa de dividir al partido y a los priístas. Y en el 2012 Enrique Peña logró la candidatura vía una posición muy adelantada en las encuestas y regresó la presidencia de la república al PRI.