Se cumple un siglo del natalicio del artista Mathias Goeritz

En el centenario del natalicio de Mathias Goeritz (4 de abril 1915) parecería que todo sobre su obra y su legado se ha dicho, publicado o investigado, pues su archivo hemerográfico, fotográfico y de correspondencia ha derivado en varias publicaciones, exposiciones y proyectos académicos.
Pero si algo caracteriza al pintor, escultor, dibujante y promotor cultural es su pensamiento laberíntico que, aun hoy, a un siglo de su nacimiento y 25 años de su muerte (4 de agosto de 1990), ofrece distintos caminos para adentrarse en su universo lleno de ecos entre el pasado y el presente del arte.
El tema Mathias Goeritz se ha tratado mucho y ya hay una serie de historias y cronologías incluso controvertidas sobre su personalidad y su obra.
Ahí está el reto de abordarlo, entender que es un autor que no se ha agotado, porque es un artista no sólo con producción plástica y que marcó la historia del arte moderno en nuestro país, sino que tiene un pensamiento que justifica gran parte de los cambios artísticos del siglo XX y XXI”, señala Mariana Méndez, investigadora.
Indagar en el pensamiento de quien manejó un taxi durante su estancia en Marruecos va más allá de comprender la arquitectura emocional o la poesía concreta, anota Méndez.
Implica enfrentarse a un universo entre lo espiritual y lo filosófico.
Donde la estética, entendida como la integración de todos los lenguajes y soportes, es la salvación interna del ser humano, el medio para la reconstrucción de sus valores éticos.
Entonces el arte visto por Goeritz es una suerte de culto capaz de desencadenar un estado emocional supremo; una plástica no utilitaria ni funcional, sino emotiva que despierta en el espectador una sensación de éxtasis sensorial.
Una propuesta plástica que usa como “biblia” el texto La huida del tiempo, de Hugo Ball, escrito a inicios del siglo XX, y que profesa la salvación del hombre y su espíritu a través de la obra de arte, pero no en un sentido místico, sino a partir de la sinestesia de la estética en busca de una nueva expresión.

Goeritz dice que lo importa de hacer arte es el regreso a lo humano, y esa será su gran propuesta desde la escuela de la Bauhaus; la reconstrucción del ser humano, reivindicar los valores estéticos será una de las grandes apuestas tratando de entrenar el espíritu hacia la sensibilidad”, apunta quien coordinó los últimos dos números de la revista Artes de México, dedicados al escultor alemán.

Mientras, la historiadora Laura Ibarra agrega: “Concebía su arte como un medio para que el hombre accediera a otras esferas del sentido, para que en comunicación con los elementos plásticos alcanzara valores profundos y trascendentes; en este espacio, el encuentro con la divinidad podía vislumbrarse”.

El legado de Goeritz, en este sentido, no se limita a las esculturas urbanas o la pintura en salas de museos. Es la semilla del regreso al arte primigenio, no en su manufactura, sino en su discurso que apela a la humanización del hombre. “Es la gran crisis europea que le toca vivir directamente y la necesidad de salir de Alemania y tener que encontrar un espacio adecuado para poder desarrollarse como hombre lo que lo empuja a estas ideas. En el texto La huida del tiempo plantea que ante el caos de la existencia, el caos del mundo y la fragilidad de lo humano se necesita reelaborar valores éticos y estéticos”.

A pesar de lo complejo que puedan parecer sus ideas, estas se asimilan fácil al presenciar sus obras desde las Torres de Satélite, el Museo Universitario El Eco hasta producciones de menor dimensión para espacios privados o sus pinturas. Todas, coinciden las investigadoras, están cruzadas por una preocupación sobre el espíritu.

Pensamiento no bien recibido por artistas mexicanos, sobre todo los protagonistas del movimiento muralista, un arte ponderado como símbolo nacional. Entonces Goeritz fue, señala Ibarra, un torbellino que alteró —a su llegada al país en 1949— la plástica mexicana en un momento en que la búsqueda de la Escuela Mexicana de Pintura parecía agotada.

En cierto sentido, por ello se refugia en la arquitectura como plataforma para proyectos de colaboración con artistas y arquitectos como Luis Barragán, Félix Candela, Mario Pani, Juan O’Gorman, Ricardo Legorreta, Pedro Ramírez Vázquez y Nicolás Mariscal, entre otros, en obras como El Animal del Pedregal, la Ruta de la Amistad, la Pirámide de Mixcoac, la restauración de la parroquia de San Lorenzo, los vitrales para la Catedral de México.

Méndez, doctora en Filosofía, considera que estas piezas redefinieron el espacio urbano y el arte en él, al dejar atrás la escultura como un monumento oficialista y retomar la idea del diálogo entre la obra, las personas y el entorno.

Herencia plástica

Para las entrevistadas el fundador de la Escuela de Altamira, en España, consiguió una generación de jóvenes artistas y arquitectos que dieron continuidad a su pensamiento, sobre todo a partir de su labor como docente en la Universidad de Guadalajara, en la Facultad de Arquitectura dela UNAM y en la Universidad Iberoamericana, lo que a la fecha todavía tiene eco en los creadores.

Esa herencia es lo que mantiene el interés en la obra de Goeritz, uno de los artistas más estudiados: “Creo que hay un ánimo en las generaciones jóvenes por retomar su propuesta artística y hasta filosófica, un poco para buscar nuevas maneras de producir, de no repetir formas y discursos”, opina Méndez, también escultora.

Su personalidad, su amplio poder de persuasión, su obra y su larga actividad magisterial ejercieron una gran influencia en una generación de artistas y arquitectos. Sus múltiples actividades contribuyeron considerablemente a formar una escuela de escultores, diseñadores y arquitectos, que logró abrirse paso al modernismo internacional”, agrega Ibarra, autora del libro Mathias Goeritz. Ecos y laberintos.

Por lo anterior, abarcar el pensamiento del artista merece más que un libro o un ensayo nuevo; invita a repensar y revalorar su obra urbana y filosófica en todas sus aristas, concluyen las investigadoras.

SU ACERVO, EN MAL ESTADO
A pesar de ser de los acervos más consultados, el archivo de Mathias Goeritz —resguardadas una parte en el Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información de Artes Plásticas (Cenidiap) y otra en el Instituto Cultural Cabañas— carece de condiciones para su conservación y difusión.

El caso de la hemerografía que el artista donó en 1986 al Cenidiap se encuentra en carpetas y cajas antiácidas ordenadas cronológicamente, en una oficina que hace de bodega en la Torre de Investigación del Centro Nacional de las Artes.

Son libros, folletos, catálogos, recortes de prensa y fotografías originales reunidas por Goeritz que no se pueden fotocopiar por protección, pero tampoco están digitalizadas.

Ana María Rodríguez, responsable del acervo, reconoce la necesidad de trasladar a formato digital los documentos para facilitar su investigación. “No hay ningún proyecto de digitalización; hace unos años se hizo con otros archivos, pero éste no. Lo que hacemos es que digitalizamos lo que se nos piden los investigadores porque ya no se puede fotocopiar, y así hemos ido trasladando el material pero tenemos muy poco personal para trabajar el archivo”, dijo.

Se suma una parte de la biblioteca personal de Goertiz organizada por temas como arte general, arquitectura, escultura, escultura monumental urbana, urbanismo, diseño, fotografía y artistas contemporáneos.

Es el mismo caso del acervo del escultor que guarda el Instituto Cultural Cabañas. Se trata de 220 obras plásticas, mil cartas y la biblioteca personal, en el caso de los documentos sin digitalizar.