Spring breakers: arranca la fiesta y el desenfreno

Las vacaciones de Spring Breake inician en San Diego, California. La aerolínea que volará un domingo de marzo será Delta Air Lines y, para abordar a Los Cabos, no será necesario ver tu ticket de avión: desde el pasillo central comienza a escucharse a lo lejos el beat de la rapera Missy Elliot: “If you got a big di… Let me search it”, las bocinas portátiles de los celulares y reproductores de audio digitales suenan por toda el ala izquierda del aeropuerto.

Al llegar a la sala de abordar, unos 40 jóvenes ríen eufóricos, cantan y visten camisetas de flores abiertas hasta el ombligo; calzan chanclas y llevan sombreros de ala ancha tipo explorador. Están listos para vacacionar.

Es hora de despegar y nadie ha tomado su asiento; desesperadas, las azafatas tratan de controlar a los jóvenes y abrocharles los cinturones de seguridad. Pero sus esfuerzos son inútiles cuando la aerolínea anuncia que venderá cerveza en siete dólares.

Un sobrecargo, un hombre mayor de cabello blanco, antes de arrancar el vuelo hace muecas de desaprobación; tiene los ojos rojos y la mirada perdida, pero trata de sonreír cuando un joven le toma fotografías, como otra curiosidad, un recuerdo del viaje.

La música ahora rivaliza con el sonido de las turbinas: “I’m gonna pop some tags. Only got twenty dollars in my pocket”, y arranca el vuelo con una curva que manda al piso a uno que otro estudiante. Ríen, se levantan y empiezan a bailar meneando los hombros de un lado a otro.

Empiezan las selfies. Celulares, las cámaras GoPro que sostienen con un pequeño bastón, las muecas sacando la lengua.

Una chica rubia con shorts blancos ajustadísimos colorea sus labios de rojo; le pide paciencia a sus amigas, pues no puede salir en la fotografía despintada.

Música durante todo el vuelo, selfies, ¡Cabou, Cabou! y han llegado al aeropuerto internacional de San José del Cabo.

La salida de los vuelos internacionales dista mucho de la protocolaria puerta 1 para los destinos nacionales. Aquí se les recibe con tequila y margaritas. ¡Party like a rock star!, corean sudando el alcohol en la estación, con una temperatura superior a 30 grados centígrados y humedad de 70%.

Taxistas, con miradas lascivas, observan a las rubias que sienten tanto calor que comienzan a despojarse de su ropa: aunque faltan más de 40 minutos para llegar a Los Cabos, prefieren andar en traje de baño y chanclas.

Lejos de molestarse, las chicas besan y abrazan a los taxistas, morenitos y de ojos rasgados. Se toman fotografías sacando los labios, simulando un beso en la boca.

La primera parada es su hotel, donde también se les recibe con tequila y cerveza “Pacificou”. Rápidamente se acercan a la entrada un grupo de mujeres chaparritas de camisas de manta, vendedoras originarias de Guerrero, y les colocan banditas amarradas desde la frente a la nunca con la leyenda “Cabo San Lucas”.

De nada han servido las alertas que ha lanzado EU para que no visiten México; abarrotan las playas, en especial Los Cabos, Cancún, Puerto Vallarta, Puerto Peñasco y Acapulco. Y así lo reflejan las previsiones de las secretarías de Turismo estatales y municipales: Cancún y Los Cabos esperan 80 mil turistas; Puerto Peñasco, unos 50 mil.

El Mango, el bar más famoso de Los Cabos y a la orilla del mar, les da la bienvenida: más cerveza. Ahí, varios jóvenes comienzan a desvanecerse y a vomitar; otros recorren la bahía en la “Sex Machin lancha”: un bote que los lleva al icónico arco de piedra y a la isla de los enamorados a toda potencia. Un pequeño estéreo reproduce ida y vuelta “Gang gang style”, una y otra y otra vez.

El concurso de hot ladies ha empezado. ¡Necesito four mujeres here!”, incita picaronamente en una mezcla de español e inglés mal pronunciado un presentador de El Mango.

El concurso consiste en conseguir la mayor cantidad de tops de bikini. Dos chicas rubias de ojos azules corren como caballos desbocados, se quitan la parte de encima y dejan ver sus pechos blancos; corren con sus amigas y desabrochan rápidamente sus bikinis.

Una de ellas ha perdido, y entonces con muchas cervezas, tequila y margaritas encima, se avalancha sobre el presentador. “¡Fuck you, fuck you!”. Y comienza a golpearlo. “¡Saquen a esta pinche gringa loca!”, se defiende y la joven comienza a llorar.

Rápidamente es consolada por un joven fortachón y de pectorales marcados. La fiesta vuelve a comenzar porque a pesar de que perdió, la rubia de caderas anchas nunca pierde: champaña para ella y todas sus amiga.

“No chingues, no me tomes fotos”, grita un hombre enmascarado. Y se sincera: resulta que es originario de Guadalajara, sus novias han salido de vacaciones y ellos aprovecharon para venir a Los Cabos, un rato de distracción.

Al otro lado de El Mango se aglomera un grupo de tatuadores con tinta de henna. Una chica con un trasero bien amoldado incita al joven de 17 años a que se lo tatúe. Se avalanchan todos los tatuadores y comienzan apretujarla uno a uno. A ella no le molesta, lo hace temblar y le pide a sus amigas que le tomen video; obedecen y hacen zoom al traje de baño que lleva estampada la bandera de Estados Unidos.

Así sigue el fin de semana de Spring Breake, vacaciones intermedias para miles de turistas estadounidenses, principalmente jóvenes de entre 15 y 30 años, que se gradúan de las preparatorias y universidades de Estados Unidos, aunque la gran mayoría son menores de 21 años, edad en la que en ese país se cumple la mayoría de edad y son libres para comprar alcohol.