Luto y dolor en la Procesión Silente

La edición numero 62 de la Procesión del Silencio contó con la presencia de unos 150 mil asistentes, un menor número que las dos antecedentes, quienes vieron pasar desde las ocho de la noche y por cuatro horas de este Viernes Santo las 28 diferentes cofradías compuestas por unas dos mil personas de asociaciones de fieles católicos, en un evento de mención intencional que culmina las celebraciones de Semana Santa al dar luto a la Pasión de Cristo y honrar a Nuestra Señora de la Soledad.
Con el grito el Pregonero en la Plaza de la Iglesia del Carmen donde las tropas tocan sus clarines decretando el inicio del evento y ordenando así un silencio sepulcral, inicia el recorrido por el Centro Histórico de la ciudad de San Luis Potosí, Con el redoblar del sonido de los tambores y trompetas, cirios encendidos, silentes ataviados con túnicas y los llamados “costale-ros” que llevan en sus cabezas, cubiertas de capuchas largas y puntiagudas que le brinda al acto un carácter casi dramático, mujeres con rostros afligidos que dan mayor seriedad.
La figura de la Virgen de Nuestra Señora de la Soledad es la gran protagonista del desfile, la cual es transportada en su majestuoso anda de más de una tonelada, montado sobre los hombros de 40 hombres.
Llora la muerte de su hijo, y su dolor es como una daga clavada en el centro mismo de su corazón. Los ojos de la gente también, al contemplarla, se llenan con lágrimas, y el corazón late al compás de los tambores y tiempla al ritmo de los pasos.
La Procesión del Silencio conmemora un acto de luto por la Pasión de Cristo, es una recreación del Vía Crucis.
Cabe hacer mención que lo largo del trayecto se pronuncian pregones y saetas que detienen la procesión en puntos estratégicos.
Estas voces retóricas, pertenecientes a la tradición sevillana, ofrecen un acongojado homenaje a manera de recital y canto. Los pregones son un discurso reflexivo que tiene por objeto resaltar la esencia de la Semana Santa; mientras que las saetas son una entonación aflamencada que irrumpe secamente en todos lo s callejones, lamentando la crucifixión de Jesucristo.
Luego de atravesar las calles de Villerías, Universidad, Galeana, Independencia, Av.Venustiano Carranza, Aldama, Madero y Manuel José Othón, el recorrido concluye justo donde comenzó: en el Templo del Carmen.
La tradición tiene sus orígenes en la España del siglo XIII, cuando los sacerdotes franciscanos iniciaron sus procesiones de Sangre en las que éstos se infligían castigos físicos y representaban escenas relativas a la Pasión de Cristo.
En el siglo XVI, el ritual es traído a la Nueva España gracias a la orden de las carmelitas descalzas, siendo en 1815 la primera vez que se llevó a cabo en la Ciudad de San Luís Potosí.
Sin embargo no se instauraría de manera anual, como lo es ahora, hasta el año 1954. Desde entonces se ha convertido en la procesión católica más importante de la República Mexicana, por representar todas Las Estaciones de la Cruz.
La Cofradía del Virgen del Carmen, la Cofradía del Santo Entierro, Cofradía del Descendimiento, Cofradía del Ecce Homo y la Cofradía de la Soledad, entre otras hicieron presencia, en el silencio sepulcral de las calles de esta Capital.