Muestran la estética de los estudios fotográficos

Acudir a un estudio fotográfico en el Centro Histórico para retratarse con los mejores lujos en un escenario imaginario se convirtió en un ritual social de finales del siglo XIX e inicios del XX como un mero acto de autorrepresentación, que paradójicamente sirvió para la construcción social y estética de la Ciudad de México.
Desde las familias adineradas del porfiriato, los caudillos revolucionarios hasta campesinos y obreros acudían al estudio como si se tratara de una cita médica en busca de un retrato que los ubicara en una condición social mejor o al menos diferente a su realidad, señala José Antonio Rodríguez, historiador y crítico.
“El estudio fotográfico se volvió un espacio de ficción, a donde las personas iban a representarse, y coludidos con el fotógrafo se creaban grandes fastuosidades irreales”, comenta el curador, quien plantea una revisión de este fenómeno en la exposición Nosotros fuimos. Grandes estudios fotográficos en la Ciudad de México que hoy se inaugura en el Museo del Palacio de Bellas Artes.
En un trayecto de 1866 a 1931, la muestra de más de 150 imágenes en su mayoría originales da cuenta de la manera en que el retrato en estudio sirvió para adquirir prestigio aun en un contexto ilusorio, por ejemplo frente a un telón en óleo de un paisaje boscoso, de una avioneta simulando un viaje o en medio de muebles ostentosos.
Para Rodríguez, dimensionar la importancia de los estudios fotográficos concentrados en el Centro Histórico, principalmente, permite reconstruir un primer capítulo de la historia de la fotografía en la Ciudad de México que se caracterizó por cierto grado de imaginería en el que participaron artistas como Martín Ortiz, Frank L. Clarke, Emilio Lange o los hermanos Valleto quienes retrataron varias generaciones.
“Durante todo el siglo XIX, incluso durante buena parte del XX, se pensaba en la fotografía como un elemento que exhibe la verdad, y se nos decía que la fotografía reflejaba el presente, pero en realidad lo que vemos en la foto son procesos de representación, en las imágenes no estamos viendo a nuestros padres o hijos sino un proceso de representación de ellos.
“Se hizo como un ritual para la gente de esa época tener a un retratista de cabecera como tener un médico.
Entonces lo que nosotros buscamos es mostrar precisamente todo ese trabajo que hicieron los grandes retratistas que para ellos fue un ingreso económico muy importante, un modo de vivir y vender sus fotografías”.
En ese sentido el discurso curatorial enfatiza la paradoja de los artistas que defienden su trabajo como fieles registros de la realidad, cuando hacer la foto era un acto teatralizado; desde la familia completa con sus mejores vestimentas, una pareja en una avioneta de papel, hasta Porfirio Díaz.
La exposición se compone de tres núcleos cronológicos: Primero de 1866 a 1910, el cual se enfoca en los retratos de familias pobres y ricas; le sigue el periodo de la Revolución donde destacan las imágenes de caudillos como Emiliano Zapata y Pancho Villa, e incluso la famosa imagen de ambos en la silla presidencial que en esta ocasión se exhibirá el original.
Cierra con las instantáneas en blanco y negro hechas entre 1917 y 1931 que se diferencian por una búsqueda de lenguajes y escenarios más sofisticados para hacer más reales los escenarios. Al recorrido se suman documentos y objetos como una cámara del siglo XIX con lo que se da cuenta de la complejidad de un estudio fotográfico.
“Era un acto de vanidad, un acto de ritual social, de ir a mostrarse con los mejores lujos en los estudios fotográficos, y es la fastuosidad de la ficción.
Una acción teatral lo que predomina porque en todo acto había escenarios pintados como pinturas en óleo para referir a momentos inexistentes, era un acto lúdico de fastuosidad”.
La investigación de más de un año y medio derivó también en un diccionario con la biografía de 75 fotógrafos de este periodo que contribuyeron a la narrativa fotográfica con sus estudios. La publicación contiene una breve descripción de cada artista a cargo de historiadores o profesionales, y a decir de Rodríguez no es una investigación cerrada sino el inicio de una cronología mayor.