Caso Paulina motiva rescate de cuerpos

Reinaldo creía que Paulina vivía en la ciudad de México desde hace cuatro años, hasta que —entre sus temblorosas manos— en un amarillento periódico fechado el 2 de enero de 2011 miró incrédulo la foto del cadáver de su sobrina, aún con los zapatos blancos que había comprado para realizar el viaje que la tenía entusiasmada. Hasta enero de este año, él y sus familiares se enteraron de que la niña había muerto y llegaron hasta la tumba donde la enterraron.

Una mañana de agosto de 2010, Paulina Gómez Gómez, de entre 11 y 13 años de edad —porque ninguno de sus parientes sabe la fecha en que nació—, llegó a la casa de su madre,María Candelaria Gómez López, de 48 años, en La Libertad, comunidad de 802 tzeltales del municipio de Huixtán, para decirle que había conocido a una niña de su misma edad, con la que tenía planeado viajar a Tuxtla Gutiérrez— donde vivían sus tíos— porque quería trabajar.

La infancia de Paulina fue dolorosa. Antes de que cumpliera 10 años de edad era golpeada por su padrastro, por lo que en una ocasión su madre aprovechó que su cónyuge se había “perdido” en el aguardiente, para llevar a la niña a la casa de su me’elix te chich (abuela) Juana Pérez, de 70 años de edad, para esconderla. Hoy se desconoce si el indígena tzeltal vive, ya que María Candelaria se separó de él.

Después Paulina regresó a casa de su madre, mientras su padrastro no estaba, para contarle que ya no podía vivir en La Libertad. Pensaba irse a trabajar Tuxtla Gutiérrez, a unos 100 kilómetros de distancia.

La madre no pudo detenerla y, sin ningún documento de identidad ni saber leer ni escribir, dejó la casa de su abuela en el verano de 2010. Fue la última vez que vio a su madre, su hermano menor y su abuela.

“Era muy activa”

En la capital chiapaneca, con más de 600 mil habitantes, Paulina se adaptó de inmediato y por su amiga supo que podía encontrar trabajo en negocios del centro y cerca del mercado.

A pesar de su discapacidad para hablar, por tener paladar hendido y de no dominar el español, la niña nunca se intimidó para preguntar a los dueños de las fondas, restaurantes y taquerías si querían algún mandado o que los ayudara en la limpieza o para lavar trastes.

En pocos días, Paulina empezó a hacer mandados a tiendas de autoservicio o al mercado y a veces atendía mesas en taquerías del barrio de San Roque. “Paulina era muy activa, nunca decía no a lo que le pedía la gente: ‘Ve por una coca cola’, ‘limpia el local’”, cosas que siempre hacía con gusto; “su carácter siempre le abrió puertas de los negocios”, explica Reinaldo.

La niña menuda, de no más de 1.52 metros de estatura, caía bien a donde llegaba, no le gustaba quedarse mucho tiempo en un empleo y, en su caminar por la ciudad, llegó hasta el negocio deGuadalupe Peralta, una ex trabajadora de Telmex, con quien tuvo una efímera amistad.

En una ocasión buscó a sus parientes para decirles que había llegado a trabajar a Tuxtla Gutiérrez, pero no quiso quedarse a vivir con ellos y se perdió de nuevo por la ciudad.

Reinaldo Gómez López cuenta que su sobrina siempre iba de comercio en comercio, pero aunque “no se le entendía bien lo que decía, no se quedaba en un solo trabajo; era muy activa”.

Aún recuerda que cuando supo que había dejado la casa de su madre para vivir con su abuela, viajó a su pueblo para hablar con su madre, Juana Pérez, para pedirle que le diera a la niña, porque quería llevarla a Tuxtla, pero la anciana se negó. “No la puedes llevar. Yo la voy a cuidar, hijo”, le respondió la mujer.

Planeaba viajar al DF

En diciembre de 2010 Reinaldo recibió una inesperada visita en el cuarto que rentaba. Años atrás había comprado una casa en la colonia Jardines con dinero que ganó con su trabajo, pero cuando tuvieron que operarlo del colón e intestinos, se vio obligado a vender la propiedad para pagar 70 mil pesos de la cirugía.

El día en que Paulina visitó a su tío, que permanecía postrado en un camastro, con dolores postoperatorios, llegó con los zapatos blancos; en una bolsa le llevaba dos manzanas y un jugo. La niña le contó que había conocido a una mujer que trabajaba en un circo, que le había ofrecido empleo en la ciudad de México.

Reinaldo le pidió que no hiciera ese viaje: “No te vayas, hija. Quédate aquí en Tuxtla. Aquí por lo menos sale para comer. Yo ahora no puedo ofrecerte nada. Los hermanos de la iglesia me traen las despensas y mi apoyo. No te vayas”.

La niña no quiso oír la súplica de su tío y se despidió: “No tío, no me puedo quedar, ya di mi palabra a la señora”. Había acordado con la mujer del circo que se verían el 1 de enero de 2011, en una de las puertas de la catedral de San Marcos, pero la niña nunca llegó.

A no más de 70 metros del lugar, el cuerpo de Paulina apareció la mañana de ese 1 de enero de 2011, con 13 puñaladas. Llevaba aún los zapatos blancos que había comprado para realizar el viaje al DF. Los policías que llegaron a preservar la escena del crimen arrestaron a dos hombres ebrios que dormían en los alrededores.

El cuerpo de Paulina fue llevado al servicio forense, donde permaneció cuatro días, hasta que Guadalupe Peralta llegó a reclamarlo, aun cuando no tenía ningún vínculo familiar o laboral con ella.

La recuperación del cadáver

A las 17:00 horas del 1 de enero de 2011, Cristian abrazó a su madre, Guadalupe Peralta, cuando llegó a su negocio, en el centro de la capital chiapaneca. “¿Qué pasó?”, dijo sorprendida al ver a su hijo con los ojos llorosos, quien se acercó para contarle: “Te voy a decir algo, mamá: ¡Mataron a Paulina!”; ella preguntó: “¿Quién la mató?”, pero no hubo respuesta.

Cristian y sus hermanos habían visto la foto de Paulina, en la contraportada de los diarios de la ciudad, pero no esperaron la llegada de su madre, por lo que fueron a comprar flores y velas para llevarlas al lugar donde fue hallado el cuerpo de la niña.

Cuando abrieron el periódico para leer la noticia, no daban crédito a lo ocurrido, porque hacia las 20:00 horas del 31 de diciembre de 2010 la habían visto llegar al negocio.

Esa noche, Guadalupe y Paulina intercambiaron por última vez una conversación. La niña preguntó antes de abandonar el negocio: “¿Qué va a hacer de botana hoy, doña Lupita? Ahí me guarda un poco”. A los pocos minutos se había perdido por las calles del centro.

Guadalupe le pidió a Cristian que la acompañara hasta el lugar donde fue hallada Paulina, donde estaba un agente de la policía, al que le preguntó a dónde habían llevado el cuerpo y él respondió que al forense.

La mujer acudió al lugar y le dijo al encargado de la oficina que quería recuperar los restos. Le comentaron que no era fácil hacerlo. La ley da 15 días y si no se puede, va a la fosa común.

Esa noche se trasladó a la Fiscalía Metropolitana y al llegar el Ministerio Público le preguntó los apellidos de Paulina, pero Guadalupe dijo no conocerlos. “No va a ser posible que le entreguemos el cuerpo”, le respondieron.

Rogó para que le dieran el cuerpo y hasta el 5 de enero lo recibió, gracias a “que en las vueltas” encontró a un funcionario que conocía, quien pidió a sus superiores darle facilidades.

Ese día, cuando salió del edificio del forense, un empleado de la Procuraduría se burló de ella: “El procurador dice que para qué quiere el cadáver. ¿En cuánto lo va a vender?, pero la respuesta de Guadalupe fue: “A ver, dígame usted dónde compran cadáveres? Yo lo único que quiero es enterrar a la niña”.

Pagó los derechos en el ayuntamiento para poder enterrarla en el panteón San Marcos y compró un féretro. Ese miércoles, Peralta salió del forense al cementerio, con dos amigas, pero “sin mariachi” o marimba, como acostumbran despedir a los difuntos en la capital el estado.

“Fue un entierro digno para Paulina”, rememora Peralta, quien después de realizar los últimos trámites en la oficina del forense supo que había siete cuerpos no identificados, por lo que antes de retirarse del lugar, prometió al Ministerio Público: “¿Sabe qué? Yo vendré a reclamar esos cuerpos” y lo cumplió.

Faltan donativos

En febrero de 2011, Peralta pagó los trámites para constituirse como asociación civil con el nombre “Paulina 1° de Enero”, en honor a la niña, integrada por 19 miembros, entre ellos sus hijos, su yerno, hermanos y conocidos.

Desde entonces Peralta ha reclamado 70 cuerpos que ha inhumado con sus recursos en el panteón de San Marcos, en lo que ha gastado poco más de 100 mil pesos.

En esta actividad Peralta, jubilada de Teléfonos de México (Telmex), ha caminado sola, ya que una vez solicitó a los sindicalistas que le donaran varios kilos de metal que tenían en la sede del organismo, pero la mayoría votó en contra; en otra ocasión pidió a la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) que le donara madera decomisada, pero los funcionarios no lo hicieron; acudió al centro tutelar de Villa Crisol, donde llega el material decomisado, y el director del lugar prometió enviarle féretros, pero “han pasado tres años y la ayuda no llega”.

Eso sí, Peralta ha recibido la solidaridad de algunas ex trabajadoras de Telmex, que han hecho aportaciones de 100 a 500 pesos, para el sostenimiento de la fundación.

“Me imagino cuánto sufrió Paulina”, dice Guadalupe, que el 20 de enero conoció a los familiares de la niña y les mostró el lugar donde yacen sus restos.

La anciana Juana Pérez lloró ese día en la tumba de su nieta, donde en un pedazo de cemento pintado de color verde está la inscripción: “Señorita Paulina Gómez Gómez, 1 de enero del 2011”.