Durante los ya casi 40 años que llevo escribiendo sobre la política, sus quehaceres y divertimentos, nunca me había encontrado con un personaje que concentrara tanto poder, completado con tanta irresponsabilidad, molicie y falta de compromiso.
Y es que, cuando el exceso de poder concentra demasiadas atribuciones sin contraparte, sin compensación en las obligadas consecuencias del mando; cuando éste se ejerce en las sombras comodinas, en una estructura de confort que no está obligada ni al referendo ni al consentimiento, ¡se puede esperar todo!
Sobre todo, el ejercicio demudado del poder, sin un sustento de ?conocimiento, sin una preparación adecuada, sin «medir los rebotes», desideologizado, sólo dirigido a satisfacer los caprichos desbocados del truhán en turno, da lugar a todas las amenazas del fin de la historia, a que aparezca una vieja y cercana máxima: «Aquí no hay ni estatutos, ni reglas; el Estado siempre tiene la razón… el pueblo debe ser pobre».
Tal fue el lema del fascismo ordinario, aquél que se dio en medio de una gran deuda externa, detonante de una pavorosa inflación que proletarizó a la pequeña y mediana clase media, hizo perder poder de compra a los trabajadores, desmotivó a la población y generó un feroz desempleo.
Cuando todo el poder lo concentra un solitario hombrecito que no tiene el mínimo contacto ni con la opinión pública, ni con los representantes populares, ni con algún juicio externo que implique reconsideración de decisiones, obviamente estamos frente a un descarnado poder fascista.
Aunque no lo llamemos por su nombre, el poder «ajeno» a las responsabilidades, se autodefine como ajeno al entorno, distante y divorciado de sus necesidades, problemas y? circunstancias. Es, como los fasci itialianni di combattimento, prepotente y etéreo.
?En el México de nuestros días, esta desgracia se ejemplifica de modo magistral en el contenido de la entrevista que Luis Videgaray buscó con el influyente rotativo británico Financial Times, haciendo tabula rasa de todos los medios de opinión de acá del rancho.
¿Quieren que nos bajemos los calzones?
El mensaje central de la malhadada entrevista es demasiado peligroso para abonarlo al menguado pensamiento crítico que le queda a una población masacrada en sus necesidades, urgida de perseguir la chuleta y, de pilón, caminando con la espalda pegada a la pared, por la violencia desatada e incontrolable.
Sería mucho pedirle a la gran cantidad de mexicanos perjudicados por Videgaray –según el INEGI, el 60 por ciento no tiene un ingreso para alimentar a su familia y el 93 por ciento gana menos de diez mil pesos al mes-?- que tuviera tiempo para cafetear a este indeseable. Aquí, con gusto lo hacemos.
Al decirle al reportero del Financial que «si el pueblo de México no nos entrega su confianza total, no podemos gobernar, ni aterrizar las reformas pendientes» (de las cuales podemos hacer una decena más, pero de nada serviría, continúa), está mostrando un cinismo que ya lo quisiera Mussolini para un domingo romano o una giornatta particolare.
Es el desenfado, el morro, el cuajo total.
Y todavía manda a decir a sus voceros foristas –el más atrevido, un chiquillo sin puta idea, Andrés Antonius, recién destetado, que utilizó para formar el gobierno de EPN– unas cosas que jamás creímos llegar a oír.
Por ejemplo, que en el grave problema de la credibilidad, de la falta de confianza, Videgaray es ajeno. Que, al contrario, para conseguirlo, requiere que le den absoluta libertad para? tener herramientas, autonomía, inmunidad, ¡que nadie lo vigile, para poder entregar mejor las cuentas!
¡Que como van las cosas, así no se puede!, dice.
Y el público esperaría como acto seguido, que entregara la renuncia… antes de que nos pidan ¡que nos bajemos los calzones!
Que si renuncia, entonces ¡se acaba el mundo!
Pocas veces en la historia del país, una renuncia como la de este Virrey ha sido más demandada. Casi todos los sectores, barras, grupos de opinión la ubican ya como casi la única condición para que el «gobierno» pueda salir de? terapia intensiva y bajar «a piso».
Como pocas veces en la historia de nuestro querido país, la renuncia de este petimetre está en el centro de las preocupaciones de políticos, colegas periodistas, investigadores, activistas, empresarios,? amas de casa, profesionistas, taxistas, heroicos asalariados y comerciantes informales con los que platico.
No es posible que el «gobierno» esté sordo? ante un reclamo de esta magnitud. No es posible que no se dé cuenta el descremado figurín que ¡está empollando un huevo de serpiente! No es posible que no alcancemos a evaluar el cachete de este depredador.
Acostumbrado como está, desde los errores cometidos en campaña que por poco le cuestan la derrota al tricolor, él acarrea el problema, crea el aparato para «resolverlo», designa al titular del adefesio, califica su cumplimiento y distribuye el dinero a los medios a modo.
A pesar de ello, él no se considera parte del problema, ¡sino de la solución! El problema de la falta del depósito de la confianza es sólo de la población. De él no, por supuesto. De nadie del «gobierno». Siempre, la pelota a su cancha. Él es quien tiene que depositarla, como quien lleva la fe y la limosna al santo.? Y fin de la historia.
Por fabricar cientos de círculos cuadrados, desde la «reforma fiscal» hasta la asunción del infeliz de Virgilio, los portavoces de Videgaray se escandalizan ante la sola exigencia de que debe irse. En el momento que renunciara se acabaría el mundo, opinan. El «es el único que entiende el reto que tiene este país». ¡Ah, bueno!
Para ellos, para sus paniaguados, es el único multifuncional del aparato, el hombre orquesta que saca todas las castañas del fuego. El que ha articulado, negociado, imprimido todas las reformas. El indispensable.?
«¡Renunciar, sería una mala señal para los mercados!», exclaman los vocingleros. Pero, ¿será buena señal reconocer que, precisamente porque las reformas han sido una gran mentira, es que debe renunciar? ¿O porque la economía es un tiradero?
Y «no entienden que no entienden»
¡ni la tabla del uno!
Videgaray no sólo es el todo abarcante de Los Pinos. También es el censor de sus compañeros de gabinete. Todo mundo se asusta frente a él . Le agradecen aunque sea un saludo lejano o de paso. Nadie se atreve a emitir una opinión, un susurro, un WhatsApp de felicitación o de pésame, si él no lo autoriza previamente.
Todo en la política o en la economía debe serles ajeno. Es más, tienen prohibido sentarse en otra silla que la dispuesta al efecto, abrir la boca sin que se le consulte en reunión de gabinete es pecado capital. Muerte civil por necesidad.
Videgaray es una insensata mezcla de los más poderosos omnívoros que han desfilado por Los Pinos, haciéndole al particular o al asesor, desde Humberto Romero, hasta el sibilino low profile Liébano Sáenz. De todos. Eran niños de teta. Sólo manejaban las más secretas angustias, miedos, enojos furibundos e indecisiones.
Este, el de hoy, le ha hecho creer al infame de Peña Nieto que los dos son víctimas del mismo dolor, causado por los mismos francotiradores que no los dejan gobernar. Lo engaña, pues en el fatídico séptimo año el figurín de papel cuché se dará cuenta que el juicio histórico y político será todo suyo.
El desempeño económico del país está en el basurero. La «reforma fiscal», la resequedad de la economía, la sustracción de dos billones de pesos que no aparecen por ningún lado…