Antonio Zambrano Montes regresó a Pómaro, su tierra, 10 años después de haberse ido; llegó el viernes por la madrugada, lo esperaban su familia y amigos para decirle adiós. Inició otro viaje.
El veredicto en esta comunidad nahua es unánime: el asesinato de Antonio a manos de policías de la ciudad de Pascoe, en Washington, Estados Unidos, fue un acto “cobarde”, no hubo clemencia a pesar de que él estaba desarmado.
Aún no se sabe con certeza cuántos tiros fueron los que le quitaron la vida a Antonio y si los policías le dispararon por la espalda, como lo presume el abogado que lleva el caso, pero el hecho es que las irregularidades que rodean su muerte es una noticia que ha dado la vuelta al mundo.
Para sus familiares, ahora lo único cierto es abrir de forma constante el féretro de metal y escudriñar en la bolsa blanca qué hay dentro, para ver el rostro que dejaron de mirar hace una década, cuando Antonio se fue para buscar otra suerte.
Pómaro es la más grande de las tres comunidades nahuas que hay en Aquila, pero los servicios públicos son deficientes.
Quienes pueden, asisten a la tienda donde hay teléfono y pagan siete pesos por minuto o rentan una antena para internet por 14 pesos la hora.
Sin embargo, las noticias siguen sus propios caminos y el 10 de febrero, el mismo día en que los policías acribillaron a Antonio, las imágenes llegaron hasta Tecomán, donde uno de sus hermanos las vio y las llevó hasta Pómaro; ahí las esparció hasta La Parotita, la ranchería donde viven Agapita Montes y Jesús Zambrano Hernández, sus padres.
Sobre el féretro que separa al migrante michoacano de sus parientes hay bugambilias, rosas y crisantemos; a un lado, Agapita platica con una de sus hermanas, se abrazan, lloran y recuerdan la infancia del joven que murió a los 36 años.
“Si se te muere tu papá y tu mamá eres huérfana, si se te muere tu esposo eres viuda, pero si se te muere un hijo no hay cómo decirle”, señala Agapita, quien es madre de 16 hijos y que ahora le sobreviven 14.
En torno al féretro que reposa sobre una mesa en la casa comunal, las mujeres han comenzado a rezar mientras algunos hombres se reúnen afuera para encender una fogata y poner a asar la carne que se ofrecerá a los asistentes al velorio.
Jesús Zambrano evade a los medios que lo buscan; finalmente lo detiene un micrófono: “ya me lo trajeron, pero no como yo esperaba, yo lo esperaba en otra forma pero ya fue inútil; esperemos que el gobierno haga justicia y les dé su merecido… ¡Qué más me queda decir!”.
Hoy al medio día sepultarán a Antonio, pero su historia aún no concluye: en los Estados Unidos se desarrollan dos juicios por su muerte, uno promovido por la madre de sus dos hijas, Teresa de Jesús Meraz Ruiz y el que lleva Agapita Montes, que pronto tendrá que volver a la ciudad de Seattle para comparecer ante la Corte.