Exhiben todos los Henri Cartierresson posibles

Para el historiador y curador Clément Chéroux resulta limitante concentrar la fotografía de Henri Cartier-Bresson en una sola técnica y un único asunto, pues si algo define a las más de seis décadas de producción es la multiplicidad de lenguajes, conceptos y medios visuales en su obra.
“Lo importante que hay que entender es el error, la ambición, de ver a Cartier-Bresson en la unicidad como si él hubiera sido el mismo de 1930 hasta su muerte en 2004”, señala el investigador, quien abre un abanico visual del fotógrafo francés en la muestra Henri Cariter-Bresson. La mirada del siglo XX.
Si bien se trata de una retrospectiva con 398 piezas –entre dibujos, pinturas, películas y documentos– la propuesta curatorial no es hacer una definición del artista llamado el “ojo del siglo”; por el contrario, busca romper con los cánones y los estereotipos para exhibirlo en el origen más llano de su concepción fotográfica.
“Hay varios Cartier-Bresson: el surrealista de los años 30, y el de la segunda mitad de los años 30 comprometido políticamente, y después de la Segunda Guerra Mundial, el Cartier-Bresson como reportero para la agencia Magnum; hacia el final de su vida el contemplativo”, acota al considerar que es la evolución constante su principal característica.
Más allá de la cronología planteada a partir de tres momentos históricos, la revisión da cuenta de la influencia pictórica y, sobre todo, surrealista en las imágenes del también “padre del fotorreportaje”. De la pintura adoptó el modo de composición, y de la corriente promovida por André Breton el azar, el accidente, en sus instantáneas en blanco y negro.
Chéroux detalla que antes de interesarse en la fotografía, Cartier-Bresson quería ser pintor, entonces cursó talleres con André Lhote en Montparnasse, donde aprendió a dibujar escenas tan simples, que no sencillas, como exquisitas en sus elementos; composiciones que luego llevó a la imagen instantánea.
“Cuando estaba en el taller trabajó mucho en la composición del dibujo, le pedían que tomara una representación de una obra de arte y trazara las líneas de composición y líneas de fuerza para que se redujeran en un esquema gráfico. Probablemente no hubiera sido un fotógrafo tan importante si no hubiera trabajado en la pintura”. El curador suma el espíritu surrealista que Cartier-Bresson adoptó a inicios de la década, no sólo por la posibilidad de crear paisajes ilusorios, sino por la oportunidad que este movimiento le daba para experimentar en lo que más tarde se llamó accidente fotográfico. Entonces en sus obras tempranas hay una fusión de entornos construidos y hecho aleatorios.
“En los años 30 dedica sus días paseando por la ciudad y buscando los azares, y al encuentro de epifanías como pequeños milagros instantáneos. A menudo vemos que en sus fotografías busca un último plano con muy buena composición, y encuadra este último plano para esperar a que paseantes o personas hagan la composición de la fotografía; el escenario está bien controlado como un dibujo con buena composición, y el primer plano depende del azar”.
En el proceso evolutivo, quien visitó México en 1934 experimenta lenguajes como el periodístico, el político, y, con mayor interés, una suerte de antropología social a partir del registro intimista de los sitios que visitaba. Chéroux afirma que para la década de los 80 se convierte en un hombre contemplativo, que ya no retrata las calles, sino sucesos sublimes como las nubles de un cielo azul.
A este periodo responden imágenes como Marine Franck, Paris, Francia (1967) o Haifa, Israel (1967) que el curador describe como contemplativas, sin ninguna denuncia social como sí lo hacen sus fotoreportajes de la década de los 40.
Estancia en México
El breve viaje que Cartier-Bresson hizo a México en 1934 se convirtió en una especie de estancia de entrenamiento, en un periodo de aprendizaje. Primero, cuenta el curador, porque encontró justo el paisaje que deseaba registrar en su fotografía: la vida en la calle, y entonces dedicada a sus caminatas al Centro Histórico. Segundo, por la amistad con pintores y escritores revolucionarios, quienes determinaron su formación política.
“Se dice a menudo que para la formación política de un joven artista francés tiene que viajar a Moscú, y Cartier-Bresson no lo hizo a Moscú, sino a México. Aquí se encontró con gente como Diego Rivera, Guadalupe Marín, Andrés Henestrosa, Ignacio Aguirre, Manuel Álvarez Bravo”, apunta quien refiere que las mejores imágenes de los 30 las hizo en nuestro país.