Armando González Torres (Ciudad de México, 1964) es uno de los poetas y ensayistas más reconocidos del país. Su obra es una meditación exhaustiva sobre el oficio literario a partir de autores fundamentales, entre ellos Octavio Paz y Gabriel Zaid. A raíz de la publicación de Salvar al buitre (Cuadrivio, 2014) habla en entrevista sobre el aforismo y otras formas breves, las redes sociales, el acto de la escritura y las posibles coordenadas para rastrear un país que se desmadeja sin razón aparente.
El aforismo cada día recupera su vida e intensidad. ¿A qué se debe esa revitaliza-ción?
Creo que el aforismo y en general la literatura fragmentaria encuentran mejores circunstancias para su recepción por tres razones principales: uno, el declive de la noción de una división estricta entre los géneros literarios; dos, la evolución de las comunicaciones, que privilegia la brevedad y la concisión y, tres, la decadencia de la noción de verdades incontrovertibles.
De acuerdo con el diccionario, el aforismo es una “sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte”; según esto, el aforismo sería un extracto o condensado de sabiduría que pretende tener una cierta autoridad. Cierto, durante mucho tiempo hombres de ciencia, filósofos o aficionados destilaban sus perlas de sabiduría en aforismos. El aforismo, en este sentido, era hermano de la máxima y del refrán popular, teniendo como fondo común la trasmisión de una sapiencia práctica. Sin embargo, en el plano literario esta acepción ha evolucionado y hoy se considera al aforismo como una forma de escritura fragmentaria que convoca diversos géneros de expresión y en el que caben desde la greguería o la parábola hasta el juego de palabras o el chiste, desde la poesía hasta la filosofía. La riqueza del aforismo radica precisamente en la tensión entre la propensión dogmática y utilitaria que le da la tradición y su carácter indeterminado y abierto.
Particularmente el aforismo moderno tiende a rechazar respuestas categóricas, no intenta afirmar sino señalar, testimoniar, avizorar. Lo que llamamos aforismo, pues, se vuelve multifuncional y, sobre todo, se erige como uno de los géneros más intros-pectivos de su propia materia, que usa y cuestiona el lenguaje, que transmite ideas pero las critica, que se desdice de lo que dice al decirlo. El aforismo es pensamiento y argumento, pero también sus contrarios: quiebra del concepto, desestabilización del significado, suspensión del juicio. Se trata de una forma de ascetismo y ejercicio del pensamiento que lo mismo invoca al raciocinio que a la inspiración, al ingenio que al disparate. Esa paradójica convivencia entre el ansia de saber y el desencanto del conocimiento, entre el afán de contundencia y la tentación del silencio hace del aforismo uno de los géneros más emocionantes, pues vuelve patentes las contradicciones íntimas del lenguaje y del conocimiento que se revelan, a veces dramáticamente, en el momento de articular una frase.
Aunque en México no exista un linaje sobre el aforismo, la mayoría de los grandes escritores lo ha practicado, hay desdén o se considera un género menor?
En México el aforismo fue durante mucho tiempo un género marginal. Tengo la impresión de que el aforismo era poco considerado debido a esta propensión tan hispanoamericana a hacer una literatura con mayúsculas que se ocupara de los temas perentorios de la realidad social. Acaso por su siembra de dudas más que de afirmaciones, se consideró que el aforismo podía aportar poco a objetivos como la formación de ciudadanos, que, en el siglo XIX y la primera mitad del siglo pasado, se señalaban privativos de la literatura. Pese a ser un género desdeñado, lo llegaron a practicar autores de primer orden como Julio Torri, Carlos Díaz Dufoo, Mariano Silva y Aceves, Francisco Tario, Salvador Elizon-do, Juan Carvajal o José Emilio Pacheco.
Desvanecido un tanto el afán utilitarista y pedagógico de la literatura, los escritores de generaciones más recientes, como Jaime Moreno Villarreal, Adolfo Castañón, Carmen Leñero, Francisco León González, los desaparecidos Samuel Walter Medi-na y Luis Ignacio Helguera y, más para acá, autores como Luigi Amara o Gabriel Bernal han mostrado una mayor simpatía por este género. Actualmente existen mejores condiciones para el cultivo y asimilación del aforismo, en parte porque forma parte del lenguaje cotidiano.
Las redes sociales y en particular Twitter han extendido el uso de la brevedad. ¿Se podría concederles algún mérito en el repunte del aforismo? En efecto, autores como Montaigne o Cioran tendrían un éxito extraordinario como tuitstars. Yo creo que las redes y las nuevas plataformas han propiciado, para bien y en muchas ocasiones para mal, un renacimiento de la subjetividad y, en el caso del Twitter, una escritura inmediata que, en sus mejores momentos, conlleva una alta exigencia de concreción y concisión.
Muchos de los mejores aforistas contemporáneos pueden encontrase en los time-line de los usuarios de Twitter. Por lo demás, la práctica del aforismo en Twitter no es cuestión de edades y desde la frescura de Margo Glantz hasta el afán cerebral de Merlina Acevedo pasando por el culto a la mirada de Aurelio Asiain, muchas de los mejores fragmentos y aforismos, mucha de la literatura más breve.
y al mismo tiempo más ambiciosa y exigente se encuentra en Twitter.
¿Qué autores son los que más marcan tu estilo y por qué?
Admiro mucho a los autores que, desde la literatura, son capaces de rebasar los lindes de lo “literario” y crear una visión del mundo. En este sentido han sido autores fundamentales para mí Octavio Paz, T.S. Eliot, Paul Valéry o Elías Canetti. Al lado de estos monstruos están estas compañías dilectas de grandes autores “menores” como Cyril Connolly o Marcel Schwob. Hay algunos autores que encarnan ambas facetas, que son entrañables y ejemplares a la vez como Baudelaire. En lo que atañe a la escritura breve hay una larga genealogía de lecturas ejemplares y fraternas. De hecho, yo pensaría, más que en un género aforístico, en un temperamento aforístico, es decir heterodoxo, nómada y no sistemático que emparenta a los cultivadores de este género. Por eso, de repente es posible encontrar tantos paralelos espirituales y literarios en hombres que han vivido circunstancias tan distintas. En este sentido, yo hablaría del temperamento aforístico como pesimista, irónico y escéptico, levemente misántropo, que pertenece a individuos que profesan un relativismo histórico, epistemológico y moral, que los hace desconfiar de los grandes sistemas y apostar por la duda metódica, por la indeterminación, la polivalencia y la incertidumbre.
No es extraño que este temperamento hermane a filósofos, científicos, escritores o incluso hombres de Estado y que, en Occidente, la nómina aforística se encuentre plena de representantes eminentes desde los presocráticos hasta Cioran pasando por Leonardo, Pascal, Voltaire, La Rochefoucauld, La Bruyére, Leopardi, Novalis, Joubert,
Lichtenberg, Kierkegaard, Schopenhauer, Wilde, Nietzsche, Kafka, Kraus, Canetti, Valéry, Wittgenstein o Jünger.
¿La escritura breve tendrá algún día un lugar entre los géneros considerados mayores, como la
novela y la poesía?
Sin duda, hay obras de escritura breve y fragmentaria que tienen un lugar muy sólido en el canon, por mencionar sólo algunos ejemplos, Los pensamientos de Pascal, el Libro del desasosiego de Pessoa o en filosofía el Tractatus de Wittgenstein. Por lo demás, muchas de las empresas más fecundas y audaces de la actualidad son yuxtaposiciones de escritura breve y fragmentaria, como la controvertida obra de Pascal Quignard.
Los temas que se perciben en Salvar al buitre son la desolación y la soledad, la frustración y la añoranza. ¿Son un reflejo de este México convulsionado?
Mi escritura no trata de representar deliberadamente un estado de ánimo colectivo y me atrevería a decir que se fragua desde un espacio de abstracción de muchas circunstancias. Más que intentar reflejar un clima exterior, mi escritura intenta reproducir un paisaje interior y, sobre todo, un conjunto de temas e inquietudes que se repiten a lo largo de la tradición, más allá de las coyunturas particulares. De cualquier manera, como autor no me toca decir si soy o no representativo de un clima social o intelectual.
Algunos críticos literarios dicen que en Latinoamérica se escribe desde el resentimiento. ¿Es cierto?
Tengo la impresión de que la literatura latinoamericana a menudo ha buscado deliberadamente cumplir una misión social y eso influye no sólo en sus temas, sino en su tono y las modalidades que se cultivan. De ahí su sentido de urgencia, su afán de actualización y su frecuente vocación política y social, que busca generar guías y valores para el desempeño de la vida pública y también su inquietud ontológica por develar y fijar un ser. Creo que eso explica muchas de las virtudes de la literatura latinoamericana como son su reelaboración del paisaje físico y humano y su indagación en el entorno social, pero también muchos de sus defectos como son su efectismo, demagogia y resentimiento.
¿Por qué continuar escribiendo cuando las palabras se agotan ante la realidad?
La escritura es revelación individual, actividad de introspección e higiene del lenguaje. Uno escribe para hacerse a sí mismo el lenguaje más significativo.
¿A los escritores noveles qué les recomiendas?
Creo que es importante valorar los incentivos y ser muy sincero consigo mismo con respecto a las motivaciones para escribir, si se trata de buscar fama o dinero hay actividades que pueden otorgar estos satisfactores de forma más expedita.
¿Para quién escribes?
En general escribo para los diversos interlocutores en que yo mismo me convierto. No tengo un modelo de lector hipotético ni pienso en ello cuando escribo. Nunca he aspirado a escribir un género convencional y me siento muy cómodo en esa zona inclasificable que puede llamarse simplemente escritura.
¿Te consideras un escritor con éxito?
La noción de éxito es profundamente engañosa. Si el éxito se limitara a dinero y fama, muy pocos escritores lo tendríamos. Sin embargo, más allá de esas circunstancias materiales, yo me siento muy contento con lo que hago y, sobre todo, con la retroalimentación que recibo de colegas y lectores que admiro.
¿Temes a la crítica?
Todo lo contrario, aprecio profundamente esta actividad y nunca asumo la crítica como una cuestión personal. Creo que las divergencias son parte natural del proceso de lectura y agradezco cuando alguien se toma el trabajo de leer a conciencia algún libro mío, le guste o no. De hecho, creo que uno de los rasgos más empobrecedores de la cultura político-literaria mexicana es esa ausencia de crítica y esa propensión a considerarla como un asunto personal. En general, la crítica se reserva como misil para las rencillas de grupo, mientras que se guarda una aquiescencia con los camaradas. Creo que esas costumbres crean inercias del juicio, apuntalan falsos prestigios y, sobre todo, debilitan los parámetros de creación y apreciación.
¿Cuál es el camino del aforismo en el país?
Siento que en las nuevas generaciones hay una inteligencia sintética e irónica que se acerca mucho al espíritu del aforismo. Tanto por las circunstancias (auge de las redes), como por las características de las nuevas camadas, tengo la impresión de que el aforismo es un género con mucho futuro.