Tal parece que en México todo cambia para que no cambie nada. Sólo sabemos que las personas que se han sentado en las sillas frente a los controles de mando son de diferente rostro y de diversas intenciones, pero del mismo barro, de idéntica ralea.
?Cada vez que una burra pare cuates, se da una transferencia o sustitución de colores y de partidos, con las mismas «mulas», como en una partida de dominó. Nunca ha habido alternancia, no nos engañemos.
A veces, fenómenos holísticos —como las tan llevadas y traídas «reformas estructurales»—, provocados por una imaginación colectiva, alentada por medios de comunicación interesados, le hacen sentir al populacho, a la prole, emociones falsas, esporádicas y fugaces, sobre cambios radicales en la vida política.
Se deposita la confianza a tal grado que la gente cree que al día siguiente de la decisión salvífica del iluminado, va a amanecer más rica, más cómoda, más poderosa e informada; en resumen, «en un mundo raro», cual dijera José Alfredo.
La terca realidad es que el sistema no cambia. Y por más que pase el tiempo, lo único que sucede es que el Presidente deja de ser el árbitro, la última instancia de negociación, sin el halo que tenía antes, de ejecutor mágico de lo irresoluble.
La estructura primaria del régimen ya encuerado, sigue siendo la herencia esencial de Benito Juárez, Porfirio Díaz y Plutarco Elías Calles. No se agiliza ninguna de las instituciones, sólo se erosiona su credibilidad.
Aunque ya no respondan a las demandas y emergencias que exige un planeta globalizado, desordenado y aterrorizado,? las instituciones siguen sujetadas al capricho de poderosos e ignorantes que no abonan nada a la credibilidad.
?Nuestras pautas y normas de conducta no cambian. Es nuestra visión del mundo y la actitud ante los problemas la que se afecta por las ópticas de empleadillos de empresas transnacionales, ahora interesados en que los contratos petroleros se hagan en lo oscurito, para ahorrarnos el disgusto de saber cuántos espejitos nos tocan.
El poder real no ha cambiado. Se han diluido y muchas veces ha perdido más los controles. Se ha pulverizado la contundencia del poder, hoy puesto de rodillas por un mercachifle telefónico y sus hordas paniaguadas.
Así, el truchimán se da el lujo de dar y prestar carretadas de gente para todos propósitos a sus abusivos protegidos. Al fin que la nómina de la SEP, de su baisano Chuayffet, paga sin ver.
Corrupción en la SCT… ¡y como si nada!
Regañan desde Los Pinos a los güeros de rancho que despachan en la SCT… y todavía les retoban. Juego de espejos. Simulaciones. Porque la corrupción está como antes, como siempre, ¡a todo lo que da!
Mañana martes 24, por ejemplo, se entregarán las ofertas para la Plataforma Tecnológica del Sistema Nacional de Información Básica en Materia de Salud (Simba), convocada y financiada por la propia SCT a través de su Coordinación de la Sociedad de la Información y el Conocimiento, a cargo de Mónica Aspe, para que la Dirección General de Información en Salud de la SSA conforme su columna vertebral para el repositorio de los expedientes médicos electrónicos de todos los pacientes de los servicios de salud del «gobierno» federal.
¡Y este escribidor ya sabe que quizá solo una empresa —sólo una— entregue oferta. O, en el mejor de los casos, aunque varias entreguen, nada más una cumple con lo solicitado por la SCT.
Lo sé porque el titular de la Dirección General de Información en Salud de la dependencia que aparentemente encabeza Mercedes Juan, un tal Juan Carlos Reyes Oropeza, ha jugado las veces de «operador» en el proceso licitatorio, elaborando las bases que claramente favorecen a la empresa Everis de México.
Reyes Oropeza tuvo un fugaz paso por el IMSS, en 2006. Y en el 2011 lo suspendió la Función Pública por «negligencia administrativa».
Hoy están en juego 120 millones de pesos —¿cuánto de comisión?, ¿de verdad es el 20%?, ¿para repartir con su jefa Alejandra Lagunes, que despacha en Los Pinos, según el mismo vocifera?—, pero ya tienen destinatario. Nada cambia. Cada vez, en cambio, todo está peor.
Porque Everis, la empresa que «va a ganar», ya ha sido cuestionada por su participación en la automatización de sistemas de la Secretaría de Salud del GDF, donde los pupilos del doctor Armando Ahued la favorecieron por caminos similares. Su sistema, dicen todos, dista mucho de estar en condiciones estables de operación.
¿Sabe de esto Mónica Aspe, quien aspira a ser subsecretaria en la SCT? ¿También está en la «jugada»? ¿O será que Reyes Oropeza va a ganarles la partida, ¡con sus propios recursos!, a los güeros de rancho?
Nueva simulación licitatoria, pues. Aunque es más de lo mismo.
La irritación social es el pan nuestro…
No ha cambiado nuestra ubicación en el mundo, pero se ha empeorado, hasta la indignación del regaño y la reconvención pública, la relación diplomática con nuestro «socio» y vecino más influyente.
No cambió el régimen de partidos. Sólo se sumergieron en la delincuencia organizada, en la pepena de personitas «populares» para salvar el registro ?y el slogan corriente y barato.
No se abatieron los índices de corrupción —que, como ya se ve, se agigantan cada día-?-; no se han mejorado los niveles de seguridad; los detentadores del poder económico son los mismos palafreneros y lambiscones del gobierno, que lo asaltan y lo vejan en cada recodo.
La irritación social es el pan nuestro; los factores de inestabilidad hoy son financiados a corazón abierto, a tambor batiente, como la guerrilla, el narco, el crimen «organizado», los ajusticiamientos, las vendettas entre mafias.
No hay proyecto nacional. Pero, en el camino, todo cambió, según nuestros próceres y sus voceros habilitados con micrófono, auditorio y columnas pagadas. No sirven para nada. Pero ellos creen que nos engañan.
Parafraseando al clásico michoacano Hipólito Mora, hoy tan olvidado por las revistas en papel cuché y por las líneas ágata del oficialismo, todos «nos sentimos como unos pendejos». Nos hemos engañado tanto, que ya no sabemos qué hacer, como dice el Cigala.
Soluciones: A la antigüita y a la «legalona»
Giuseppe Tomassi, príncipe de Lampedusa, duque de Palma, a través de Don Fabrizio, príncipe de Salina, su alter ego, en una frase que sintetizó el arte de la componenda, dijo: «que todo cambie, para que todo siga igual».
Si hubiera nacido en México, el autor de El Gatopardo, se hubiera enriquecido con el grito de guerra del perredismo decadente: «el que no tranza no avanza» y hubiera salpicado de más sangre su novela. Aquí queremos darle al pueblo atole con el dedo, queriendo resolver a la antigüita y a la «legalona», problemas que nos hunden.
Si no se hace en serio la aplicación de la ley, nada cambiará. Ningún mexicano bien nacido se merece que los vivales del desastre de la «Línea Robada» de Tláhuac, encabezados por la pareja enamorada salgan ahora con su «domingo 7» de que nada cambia.
Ahora, dicen que no hay problema, ya que la constructora española, exagerada y prolongadamente pagada —hasta el 2028— con las comisiones para el «gestor» cubano de telenovelas baratas, resolverá la situación.