Nuestros dos Méxicos…

Veo las últimas cifras dadas a conocer por la Secretaría de Turismo de nuestro país en rela
ción al crecimiento de este dinámico sector y pienso inevitablemente en la plática que hace unas semanas tuve con un grupo de amigos canadienses, todos ellos enamorados de su experiencia de haber visitado México.
Fue con motivo de la publicación, en primera plana, en uno de los más importantes diarios de Toronto, en forma por demás destacada, de un reportaje en el que se analizaba lo sucedido en Ayotzinapa y donde se daba cuenta detalladamente de la fortuna y modus operandi del matrimonio Abarca, y específicamente de ella, a quien llamaban la first lady de Iguala. Fue uno de esos amigos con los que departíamos quien me comentó: “no puedo creer que ese país sea el mismo al que yo viajé recientemente”, y enseguida me preguntó: ¿Qué me puedes decir al respecto, Óscar?
Coincidirán mis lectores que una pregunta así coloca a cualquier mexicano en una situación incómoda, como sucedió conmigo ese día, obligándome a pensar dos veces en lo que iba a responder. Todos en la mesa quedaron en silencio y expectantes acerca de mi respuesta. “No, mi amigo”, respondí, “ése no es el México que tú visitaste, pues debo iniciar por aclarar que en mi país, por más difícil que resulte explicarlo, conviven por lo menos dos Méxicos, que no se parecen en nada”.
Por un lado, el México que ellos conocieron y vivieron, uno apacible, de hermosísimos paisajes, con un clima privilegiado, lleno de gente amable y hospitalaria, con impresionantes muestras de cultura que cualquier país envidiaría. Un México que año con año atrae a un número mayor de turistas que, dicho sea de paso, regresan encantados a sus países, con la firme intención de volver algún día y que diariamente hablarán de su excelente experiencia en México, recomendando a sus amigos que visiten este nuestro país. Llevan consigo una visión de verdad contrastante con lo que seguirán leyendo en los principales medios de comunicación de su país. Ahí están las cifras que no me dejan mentir.
México habrá crecido turísticamente en 2014 a una tasa equivalente a cuatro veces la media mundial. No sólo nos visitan más turistas, sino que, más importante aún, han incrementado en promedio su gasto al viajar por México.
En 2013 el gasto promedio era de 867 dólares y en 2014 esa cifra rondará los 950 dólares. De acuerdo con las cifras dadas a conocer por el Departamento de Comercio de los EUA, en los primeros nueve meses de 2014 la cifra de visitantes estadunidenses a México creció un considerable 19.3% en comparación con el mismo periodo de 2013. Con todo y las muy malas notas que cotidianamente se publican sobre México en el país vecino del norte.
Por el otro lado, existe un México violento, donde la vigencia del estado de derecho parece ser un sueño inalcanzable y donde llegan a confundirse las autoridades locales con las organizaciones criminales. Donde miles de personas han desaparecido y muchas han sido quizás enterradas clandestinamente. Un México víctima de la impunidad y el abuso. Un México de tiroteos, de sicarios y de ninis que en el crimen han encontrado un modus vivendi. Un México en donde hay millones de personas con hambre y que se disputa vergonzosos primeros sitios en cuanto a desigualdad. Así son las cosas en estos nuestros dos Méxicos igualmente reales: uno doloroso y otro esperanzador.
Seguí explicando a mis interlocutores que yo, que siempre he vivido en México, que en este país me casé, tuve siete hermanos y cuatro hijos y donde me he movido por prácticamente todos los estados y todas las regiones, jamás he presenciado un tiroteo, ni he conocido una plantación de droga.
Ante esto, las otras inevitables preguntas no se hicieron esperar: ¿Y tú crees que esta situación es sostenible por mucho tiempo más? ¿Pueden seguir conviviendo estas dos realidades inconexas indefinidamente? ¿Cuánto tiempo pasará para que los intereses criminales acaben instalándose en el México bueno?
Nadie mencionó siquiera la probabilidad de evitar venir a México. Pero estas últimas preguntas sugieren una posibilidad de que así fuera si, por cualquier razón, llegaran a considerar que un México malo puede contaminar a ese México bueno.
Ese México bueno que debe seguir atrayendo a millones de visitantes que adquieran nuestros servicios y productos turísticos. Hoy que las divisas petroleras se están reduciendo tan significativamente, esta forma de exportación adquiere gran relevancia.
La suficiente como para que se consideren más y más profundas medidas de política pública orientada a fomentar el turismo. Quizá ha llegado el momento, por ejemplo, de que la venta de servicios turísticos tenga el mismo trato que cualquier otra exportación de productos mexicanos. ¿O acaso alguien duda que es mucho mejor traer a un turista desde Canadá o de los Estados Unidos de América a consumir un jugo de naranja en un hotel en la playa, con toda la derrama que esto implica, que exportar algunas naranjas a su país?
No cabe duda de que la tarea en materia de promoción se está haciendo como se debe, lo que ha permitido salvar obstáculos de mala imagen diariamente para que los turistas sigan viniendo.
A mi parecer, tanto Claudia Ruiz Massieu (de la Sectur) como Rodolfo López Negrete (CPTM) están cumpliendo con lo que les toca, pero no sé por cuánto tiempo más puedan hacerlo, si no se fortifica al sector con más recursos fiscales que refuercen eso que suele llamarse la “atractividad” de los destinos.
De no tomarse este tipo de medidas, no nos sorprenda que crezca ese indicador que se conoce como “no show” y que indica que algún turista que había reservado, finalmente no llega a México.