Año de dones

El inicio de un año es siempre oportunidad para la formulación de vaticinios y la expresión de los mejores deseos y biena-venturanzas, y el arranque de 2015 no puede ser diferente.
Este año, con toda certeza, entre el cúmulo de aspiraciones colectivas destaca el deseo de preservar la estabilidad del país, que en diversos momentos de 2014 vimos —sin exageraciones— pender de un hilo.
Se requiere alcanzar tal objetivo, sin embargo, mejoras consistentes en la disminución de la inseguridad pública, y que en el cacareado imperio de la ley y la vigencia de un sistema de justicia digno de tal denominación pasemos de las palabras a los hechos.
Sólo por esta vía los mexicanos no tendrán necesidad de idear formas de manifestación tan imaginativas como extremas, como algunas que conocimos el año pasado. O, mejor aún, que los mexicanos no se vean orillados a manifestarse, sino que sus problemas sean atendidos sin que tengan que salir a la calle a demandar justicia o respeto a sus derechos.
En 214 los mexicanos tuvieron que emplear novedosas maneras de exigencia y protesta, en muchos casos debido a la manipulación de vivales y politiqueros; pero también en demanda de servicios que el Estado está en la obligación de proveer, o por la falta de acceso a una justicia eficaz.
Muchos marcharon en silencio, vestidos de blanco, con veladoras en las manos, con objeto —¡parece mentira!— de pedir paz y tranquilidad, lo mínimo para la convivencia civilizada.
Algunos más se manifestaron con violencia, quemando edificios públicos, destruyendo oficinas, vehículos y palacios municipales, en demanda de la presentación de desaparecidos. Los 43 de Ayotzinapa y millares más.
Otros bloquearon carreteras para exigir la salida de grupos delictivos que tienen bajo el terror a comunidades enteras.
En Chiapas se dieron casos de genuina temeridad. El indígena Agustín Gómez Pérez se prendió fuego frente al Congreso local con el fin de conseguir justicia para parientes suyos.
Y Pedro y Aníbal Gómez Gómez, Viviana Gómez Girón y Lucy Relia Sánchez se cosieron los labios para llamar la atención en demanda de liberación del injustamente encarcelado Florentino Gómez Girón.
¿Qué clase de país es este donde es necesario llegar a semejantes extremos para tratar de hacer efectivos derechos legítimos?
Porque, en el colmo de la injusticia, en la mayoría de los casos se ha tratado de protestas infructuosas, frente a autoridades curtidas, acostumbradas a hacer como si esos mexicanos fuesen invisibles, como si no existieran…
Se espera que en 2015 el presidente Enrique Peña Nieto acepte, en serio, sin taxativas la creación del Sistema de Combate a la Corrupción.
Este es, ni más ni menos, el punto número uno entre los compromisos del mexiquense como candidato presidencial, el cual, sin embargo, fue mañosamente adulterado y soslayado por la clase política y gobernante. Y luego, afortunadamente, retomado por el PAN, así fuese en una estrategia cosmética de Ricardo Anaya para limpiarle la cara a su partido tras una retahíla de escándalos de espesa corrupción.
El planteamiento panista fue aceptado por el Jefe del Ejecutivo; pero encontró persistentes escollos por parte de quienes —en todos los partidos— presienten que serían los primeros en aportar insumos para la tarea de investigación del nuevo organismo. Y desde siempre se ha sabido que no hay loco que coma lumbre.
En plan optimista, esperemos mejor que en 2015 no aflore ningún caso de corrupción. No porque hechos de este género deban ser cubiertos con un manto de complicidad, sino sencillamente porque no exista ni un solo caso de cleptomanía en el servicio público.
A lo largo y ancho del país los hechos de corrupción son conocidos por los mexicanos, en especial los afectados por tales prácticas. En las comunidades todo el mundo sabe quién es el uñilargo que se queda con los presupuestos públicos, el que infla costos de obras municipales o estatales, el que trafica con su cargo u otorga obras cambio de “moches”. La corrupción es pública. Lo que no existe es voluntad para aplicar las normas vigentes para castigarla.
Y de la corrupción a nivel federal, que en 2014 dio tanto de qué hablar, en los tres poderes del Estado y en el curso de un gobierno que prometió combatir este fenómeno como tarea prioritaria, mejor ni hablar…
Confiemos en que 2015 trae en su equipaje el ansiado despegue económico. Aunque para ello se necesita que los inversionistas depongan su mezquindad y obcecación por escarmentar al gobierno que se atrevió a darles un levísimo pellizco en sus bolsillos con una reforma fiscal que ellos y sus agentes políticos están empeñados en desmontar.
O que, de mantenerse la economía como va y con los precios del petróleo en el tobogán, las consecuencias sean lo menos dañinas posible.
Que no crezca el número de pobres. Que aumente el empleo. Y la cobertura —real, no meramente numérica— del sistema nacional de salud. Y que la educación pública mejore su calidad y su condición de verdadero agente de movilidad social, algo que por lo visto se perdió hace muchos años.
Confiemos también, así sea mera ilusión, en que 2015 el gobierno se atreverá —por fin— a agarrar el toro por los cuernos, y para solucionar casos como el de Iguala, generados por el narcotráfico que lo ha puesto a tambalear, ataque las causas, no los efectos.
Todo eso y mucho más son de esperarse en este año de dones.