Una gota de sangre al microscopio

Toma el laboratorista una gota de sangre. Con esa sola muestra define un perfil biológico; descubre anemias, azúcares indeseados, elementos químicos, balances o desequilibrios. Puede definir origen y quizá hasta destino, trazo genético, huella de pecados viejos.
Si así pudiéramos hacer –fisiócratas aparte— con el país, ¿de dónde tomaríamos la gota reveladora de nuestra condición nacional?
Quizá nuestra microhistoria, como decía Luis González y González, cifrada en los días o años recientes de Acapulco, nos permitiría trazar el retrato mexicano de los años recientes. Degradación, caída económica, pérdida de la seguridad, extravío del paraíso, si alguna vez lo fue para todos.
¿Qué enfermedades podríamos estar advirtiendo si tomamos como ejemplo el puerto de Acapulco?
Veríamos graves síntomas de abandono de un sitio que tuvo viabilidad turística, industrial, donde florecieron los comercios, donde floreció la industria de la construcción, donde hubo un notable auge inmobiliario (el cual se prestó también a todas las patologías sociales y los abusos) y el paraíso fue puesto en la subasta, casi un poco como este país que cuando nosotros éramos niños nos decían de su forma de cuerno de abundancia, derramándose las frutas y los alimentos de una manera generosa, por una naturaleza ubérrima y prodigiosa.
Bueno, pues lo visible hoy en Acapulco le puede pasar a este país si todas las cosas siguen como van en esa zona caliente.
¿Qué es lo que ocurre ahí?
Todo se fue para abajo, absolutamente todo. Lo ocurrido al alcalde acapulqueño, Luis Walton, a quien secuestraron, retuvieron o agredieron físicamente, así haya sido durante un lapso breve (¡niña, las sales!, como decían en el cine mexicano ante un soponcio de éstos), sólo exhibe una realidad en casi todo el país: la autoridad (política o policiaca) ha sufrido un proceso de disolución.
La Autopista del Sol muestra la arteriosclerosis del sistema; la gran arteria tapada por los triglicéridos de la inconformidad políticamente rentable.
El Presidente de la República puede comprometerse con los hoteleros y los comerciantes del país, y centralmente del puerto a no permitir bloqueos ni interrupciones de la ruta y la única respuesta de los industriales de la protesta es una sonora carcajada. La carretera se cierra todos los días.
Toman las casetas, usurpan las funciones de recaudación, por encima hasta de los descuentos del gobierno, la mitad de la mitad de la mitad. No, aquí cada viajero debe cooperar para los muertos o desaparecido de Ayotzinapa (¿?) con 50 pesos o 60 pesos o la voluntad de cada revolucionario bote en mano.
¿Qué está pasando con la actividad económica de Acapulco? Se fue, se cayó por la bahía. ¿Qué está pasando con todo los demás, los servicios? ¿Dónde están las oportunidades de empleo, dónde está el trabajo para los trabajadores más modestos, los taxistas, los choferes de los autobuses, los repartidores de las mercancías?
Nadie tiene trabajo, no tienen ocupación ni formal ni informal, pero siguen teniendo necesidad de lograr ingresos, siguen teniendo hijos y siguen teniendo esa desagradable costumbre de comer de vez en cuando y entonces, ¿qué estamos viendo ahí?
La inviabilidad de un modelo, como estamos viendo la inviabilidad de un modelo que garantice la paz y el desarrollo económico en Michoacán. El comisionado especial, plenipotenciario impuesto ahí con todo el apoyo federal para poner el orden, en el mejor de sus momentos actuales no deja de ser un mal referee de una pelea de box entre Hipólito Mora y El Americano.
¿Qué hacemos con esos 11 muertos de Michoacán?
Decimos “Fue un enfrentamiento entre ellos”, como si el origen de las muertes aliviara la tragedia de la violencia homicida. Once por acá, 15 por allá, o 43 donde sea.
Hablamos demasiado en las últimas semanas de los 43 de Iguala y no queremos ver todos los demás cuyo conjunto suma muchos más, asesinados, desaparecidos o muertos, en diferentes actos violentos.
¿Qué es lo que no está diciendo ese lenguaje de las cifras negras? ¿Cómo nos habla la contabilidad mortuoria?
Que las cosas no se están haciendo bien. Las soluciones no solucionan y los problemas crecen. El hecho mismo de un problema persistente implica su crecimiento si no en la dimensión, si en la temporalidad. Tenemos demasiado tiempo soportando una situación en cuyo entorno todo se degrada, se hace pequeño. Disminuyen el empleo, las oportunidades, la educación.
¿Dónde están las reformas ya logradas? ¿Dónde está la mejoría educativa de este país? ¿Dónde está la mejoría laboral? ¿Dónde está la mejoría en la competencia? ¿Dónde están los nuevos códigos de moralidad pública? Todo eso no está. Sólo están la violencia y la pérdida de autoridad por parte de la autoridad.
Hace unos días fueron secuestrados algunos periodistas o comunicadores diversos en Guerrero. ¿Quién ve por ellos? No se puede decir que fue la autoridad establecida quien los secuestró, pero quien los pudo retener contra su voluntad, ha sustituido a la verdadera y legítima autoridad.
Lo jurídico desplazado por lo real.
Los “cegetistas” y todas las demás pandillas en torno del manipulado proceso de las secuelas de Iguala han tomado el control estatal de manera indebida.
—¿Cómo se resuelve eso? ¿Con el secuestro de los periodistas regionales?
Nada se resuelve si sacan a la gente a la calle con un cartel infamante colgado del cuello como si fuera el moderno equivalente del San Benito de la Inquisición.
De ahí a ponerle a alguien una estrella amarilla en el pecho, para después decir ¿quién va a Birkenau y quien va a Auschwitz? Hay un sólo paso. Hoy son ellos quienes mandan y quien debería mandar y velar por el cumplimiento constitucional y el cumplimiento de las leyes, lo quiere hacer pero no lo puede hacer.