Construcción de clavecin es; el sonido de 5 siglos

Alejandro Vélez Jiménez es un constructor de clavecines que con su arte y su oficio da continuidad a una tradición de cinco siglos de música barroca.
El próximo año cumplirá dos décadas de trabajo y con humildad acepta que es el mejor en su oficio. Su gusto por la madera tiene un ligero parecido con el perfumista francés Jean Baptiste Grenouille, protagonista de El perfume, de Patrick Süskind, pues cada mañana se detiene en la puerta de su taller e inhala con fuerza para embriagarse del olor a madera.
Discípulo de Martin Seidel y Paul Heart, Vélez Jiménez comenta en entrevista con Excélsior cómo obtuvo el conocimiento para manejar la madera. Hoy es uno de los más importantes lauderos mexicanos, y sus instrumentos permanecen en el Conjunto Cultural Ollin Yoliztli, el Centro Nacional de las Artes, el Conservatorio Nacional de Música, el Festival Internacional Cervantino (FIC), en la Universidad Veracruzana y el Instituto Superior de Música de Xalapa.
Es más, sus instrumentos le han dado vida a discos de intérpretes mexicanos como el flautista Horacio Franco, el organista José Suárez, la clavecinista Águeda González y la Capella Guanajuatensis.
La madera es la materia más noble y remunerativa que existe, asegura Vélez Jiménez, y para explicarlo recuerda aquella frase india que resume su amor por este material que le da cuerpo y forma a las piezas barrocas de Händel y Bach: “Sed como el árbol de sándalo que perfuma la mano del que la hiere”.
“Yo no hiero la madera, pero al cepillarla ésta desprende su aroma y uno puede percibir cómo cada una huele distinto. Por ejemplo, el ayacahuite tiene un olor dulce y el granadillo es similar a la canela. Sé que soy sensible olfativamente a la madera y ésa es su manera de devolvernos los cariños que le hago, pues aparte de la vista, el tacto cotidiano, el oído y el corazón… la madera nos remunera con su aroma”.
¿Qué más le ha dejado la madera?, se le pregunta al creador de una centena de clavecines y espinetas que habitualmente se tocan en las salas de concierto mexicanas.
“La madera me ha dejado muchas enseñanzas. La más importante ha sido hallar el hilo de la madera para no astillarla, así como sucede con las personas, que a medida que las conocemos podemos descubrir dónde está el hilo de su piel o de su personalidad. Quizá por eso no tengo enemigos, pues siempre pienso: para qué me peleo con la vida”, dice entre risas.

¿Qué le gusta de la música barroca? “¡Su polifonía! Particularmente el clavecín es un instrumento con un sonido celestial, muy dulce, cristalino, con armónicos muy claros. Justamente esa mezcla y contraste de acordes lo hacen sublime y puedo decirte además que al tocarlo la vibración de la tapa te da en la cara, como si estuvieras abanicándote”.
Cuerpo sonoro
En su juventud Alejandro Vélez era joyero, pero cuando decidió dedicarse a la música tuvo un encuentro con Martin Seidel, un laudero de padres polacos, quien le enseñó mucho de lo que hoy sabe.
“Seidel nació en San Luis Potosí, pero cuando regresó de Europa se convirtió en el único laudero que construía clavecines en América Latina.
Él era un personaje muy afectuoso con todos y un día se me ocurrió preguntarle si podría enseñarme a construir clavecines; entonces yo era un estudiante de clase media que no podría comprar uno”, cuenta.
A Seidel le pareció interesante que un joven joyero con habilidades manuales se interesara en construir clavecines. “A partir de entonces me recibió como su aprendiz y poco a poco fui aprendiendo las distintas facetas del oficio, aunque al principio únicamente me tocó la parte de la afinación y la colocación de las cuerdas”.
En 1980 se llevó a cabo la apertura del Centro Cultural Ollin Yoliztli, por lo que Vélez se postuló para obtener una beca del taller de laudería, que obtuvo, y luego empezó a construir violines y violonchelos.
Al poco tiempo Vélez Jiménez se mudó a casa de su maestro, donde aprendió el arte y los secretos del clavecín perfecto. En 1995 el taller fue cerrado y se quedó a cargo del mantenimiento de los instrumentos de la Ciudad de México y empezó a hacer sus propios instrumentos.
“Ese mismo año creó dos clavecines para grabar el disco Música para dos clavecines, editado por Quindecim Recording, en el que participaron las clavecinistas Luisa Durón y Emma González.
¿Cuántos clavecines ha creado en estas dos décadas de trabajo?, se le pregunta. “Llevo al menos 25 clavecines de dos teclados, tres de un teclado y cerca de cincuenta espinetas (clavecines más pequeños), así como ocho violines, tres chelos y un par de arpas tipo celta, las cuales son muy parecidas a las clásicas.
Por ahora, adelanta que está trabajando en dos clavecines de estilo italiano y dos espinetas. Uno se lo pidieron por encargo para el campus Juriquilla, Querétaro, de la UNAM. “Un amigo que trabaja ahí me dijo que sí se hará la adquisición; se suponía que se haría el año pasado, pero se les complicó el presupuesto. Y si no, pues seguro sale otro dueño”, dice.
El otro será para Martín Panting, un químico que conoció en la Escuela de Música de la UNAM.
a quien las circunstancias de la vida lo llevaron a ser químico y ahora sólo toco de forma amateur.

Tres partes

Para Vélez, la construcción de un clavecín se divide en tres partes: la acústica, la caja del instrumento y el teclado.

La primera sirve para crear el cuerpo sonoro, es decir, lo que vibra y da el timbre. “Es la parte más importante para mí y para su construcción uso madera importada de pino abeto, que no crecen ni siquiera en Durango.”

En la segunda se trabaja el esqueleto y la caja del instrumento, en la que utiliza pino abeto mexicano, como el ayacahuite, un tipo de madera muy ligera y elástica. Cabe precisar que la caja del instrumento sirve para proyectar la vibración del sonido de la tapa acústica hacia afuera.

Y en la tercera se trabajan las teclas, es decir, el lugar donde se apoyan los dedos. “Para éste utilizo madera de granadillo, ébano o madera de boj, pues éstas son más duras y resistentes”.

¿Por qué decidió especializarse en este instrumento?, se le inquiere. “Porque es un instrumento maravilloso y conmovedor que en lo personal me remonta a un tiempo especial… puedo decirte que disfruto el instrumento al probarlo y cuando le gusta a los demás”.

¿Cuántos clavecines hace al año? “Depende de los encargos, pero en promedio calculo que uno grande y tres chicos por año”.

¿Y el precio? “Un clavecín de gran formato con dos teclados, como el del Cenart o el de Horacio Franco lo vendo en 190 mil pesos más el IVA, para la factura, aunque toma en cuenta que un piano de cola cuesta dos millones de pesos. Pero siempre pienso que no tiene caso subirles el precio; es mejor mantenerse en el mercado para los clientes”, apunta Vélez.