Presentan libro sobre Madamma Butterfly

Si una historia no conmueve, no interesa a Benjamin Lacombe (1982). El parisino es una especie de “alumbrador” que utiliza la tinta para encender una imagen. A la hora de contar una historia, dice, “busco resolver al menos una pregunta: ¿Cuál es la clave para hablar de lo que puedo decir? La clave es la de respetar lo que dice el texto y hay que iluminarlo, porque “ilustrar” viene de “luztrar”, que significa iluminar una imagen para que vaya más allá del texto; no puedo parafrasearlo, aunque todo depende de la historia. Lo que busco es conmover”.
Entre la inmensidad de publicaciones que surgen, las de Lacombe son destellos. En el aniversario 110 del estreno de la ópera Madama Butterfly y a 90 años de la muerte de su autor, Giacomo Puccini, el ilustrador ha publicado el que quizás es su trabajo más ambicioso: una adaptación libre de la tragedia japonesa en tres actos.
No se trata de un simple libro, el homenaje que el francés ha hecho al compositor italiano es una obra de arte. Un libro-objeto que se despliega a la manera de un códice de diez metros. El autor ha querido jugar con la idea de las mariposas desplegando sus alas, en una cara del folio ha puesto deslumbrantes cuadros al óleo que ilustran su versión de Madama Buterfly; en el reverso del libro encuadernado en forma de biombo se abre un fino tapiz que atrapa de manera metafórica la historia de Butterfly y Pinkerton, los protagonistas de la ópera.
¿Cómo nació la idea de realizar este trabajo? Lacombe responde a través del correo electrónico: “La historia nace de un recuerdo de infancia, cuando a mi papá, supongo, no le gustaba la ópera y mi mamá me llevaba porque no quería ir sola, como ocurre con muchas personas. Cuando vi Madama Butterfly la comprendí, me emocionó y lloré. Mi principal deseo cuando pensé en hacer este libro era restituir esa emoción”.
Lacombe se ha basado en el libreto de Puccini y en la novela que el italiano utilizó, la Madame Chrysanthème, de Pierre Loti. Su Pinkerton es un trotamundos: “En lo íntimo la ópera representa un matrimonio. Pinkerton es un viajero, en esta historia es una suerte de aventurero de esa época, y en el libro aparece sólo una vez en el sentido de las imágenes y de los recuerdos de la leyenda de Madama Butterfly, cuyas imágenes son las que hacen la ilustración”.
En las versiones originales así aparece Pinkerton, como un aventurero, pero “no tiene conciencia de la dureza y lo que representa el consumismo, la frialdad con la que se acerca a Madama Butterfly como si fuera una mercancía y un objeto más. La primera parte del texto está escrito en primera persona y habla desde el arrepentimiento. Gráficamente, Butterfly es sumisa a Pinkerton, quien asume el estereotipo de frío y rígido, con uniforme, guapo, igual que en la novela de Loti, por eso está representado con el color que representa al occidente y su cultura, pero en oriente el blanco, como el uniforme de Pinkerton, representa simbólicamente la muerte”, dice.
Lacombre redime de alguna forma al personaje, “Pinkerton cobra conciencia de lo que destruyó; en la ópera se trata de tres escenas, en el libro se hace de manera diferente, hay dos discursos: por un lado, el de Pinkerton y por el otro el lenguaje visual de Butterfly que nunca se mezclan”. El autor siempre es cuidadoso de guardar un equilibrio entre la imagen y el texto: “Las dos son igual de importantes, si una de ellas pesara más que la otra, habría un desequilibrio”.
El francés ha estado al tanto de todos los detalles, confeccionar el volumen: “Tuvo un proceso que se llevó mucho tiempo y presentó dificultades”.
En principio fue encontrar el papel idóneo para la impresión, “un papel que resistiera, que no se rasgara, que permitiera la reproducción del color”. Después, “se utilizó un papel offset, que iba a absorber la pintura, para que no se corriera el color, tenía que ser un papel que se adaptara al texto, y finalmente que fuera un papel mate”.
Madama Buterfly tuvo diez pruebas de impresión y debieron unirse cuatro tipos de papel, casi de manera invisible, milimétrica. Además del estilo fino y fulgurante de la ilustración, Lacombe ha agregado toques orientales. Puccini también tomó en cuenta la tradición musical japonesa para componer su ópera.
“En mi libro el pulpo representa la fertilidad, y la estética japonesa está en los detalles del mismo objeto. La metamorfosis que aparece muestra cosas diferentes como los símbolos y la relación que tienen con los pequeños detalles, por ejemplo los cerezos, la sumisión, el propio pulpo que simboliza la sexualidad y la fertilidad”.
Hay referencias gráficas a la obra de Katsushika Hokusai, el artista japonés que influyó en el trabajo de Monet, Toulouse-Lautrec y Paul Gauguin. También, agrega, “utilizo el tema de la estética japonesa zen que se puede ver en muchos de los detalles de las ilustraciones: zonas llenas y otras vacías, como el contraste existente entre el ying y el yang. En el biombo que se despliega, una parte habla de la muerte de la mariposa, pues el libro es una metáfora de la historia que cuenta la ópera y lo que cuenta en el propio libro”.
Lacombe también ha ilustrado en dos volúmenes: Nuestra Señora de París, de Victor Hugo, algunos cuentos de Edgar Allan Poe y cuenta con versiones de Ondina y Blancanieves.
Su formación comenzó en 2001 cuando ingresó a la Escuela Nacional de Artes Decorativas de París, a la par inició también a trabajar en publicidad y animación. Con 19 años firmó su primer cómic y algunos libros ilustrados. Desde sus años de estudiante sobresalió.
Su proyecto de fin de curso, Cerise Griotte fue publicado en 2007 por la editorial Walker Books, de EU, y le convertiría en una celebridad: la revista Time lo calificó como uno de los mejores libros juveniles publicados ese año en Estados Unidos.
Su sello quedó definido: “el estilo es una cuestión natural, es algo que llega naturalmente. El estilo es producto de un gusto, cada quien tiene su propia voz, con el tiempo el estilo sucede, no se busca, éste llega a ti”.

Algunos piensan que la ilustración francesa tiene rasgos más alegres y está llena de color, ¿cómo ve el trabajo que se hace en su país y el que se hace en otras latitudes?, se le pregunta. “La ilustración francesa es muy variada y eminentemente de una exigencia formidable. Tenemos la suerte de atravesar un momento excepcional en Francia, porque hay una gran variedad temática, de estilo, de objeto y de formato”. Él, sin duda, ha contribuido a ensanchar el prestigio francés en la ilustración.

La base es, en todo caso, un encuentro serio con el lector; Lacombe le guarda siempre respeto y lo concibe como un ente exigente e inteligente. “Como autor no pretendo juzgar a la industria editorial, pero puedo hablar de ese mundo con mis lectores, de lo que aprecio, me doy cuenta que los nuevos lectores aprecian mi trabajo y que les gusta ser sorprendidos, porque también son exigentes”.

Ese rasero se aplica también para los lectores más pequeños; en ese sentido, el ilustrador galo considera que, con mucha frecuencia, se ha tratado como bobos a los niños.

“La infancia es el momento de cuestionarse, de hacerse preguntas, en esa etapa de la vida se crea una colección de sentimientos. El niño es un adulto por venir y la infancia prepara para la vida adulta; en ese momento recogemos sentimientos, aprendemos a reaccionar. Si un niño es sobreprotegido, no estamos permitiendo que camine por el mundo y, por lo tanto, será un adulto reprimido y un niño mal preparado”.

Los libros ilustrados, enfatiza, “contribuyen a la reflexión. En Alemania, por ejemplo, me han dicho que gracias a mis libros de Allan Poe y de Victor Hugo perdieron el miedo a entrarle a un texto complejo y clásico. Pienso que esos libros ayudan a los lectores a digerir a esos escritores, esa experiencia me conmueve y pienso que lo puedo hacer con más autores y libros. Los ilustradores ayudan a desinhibir al lector; en la actualidad, la sociedad está sobreexpuesta a las imágenes, en una estación del Metro, en las plazas, pero el libro ilustrado permite aprender (y aprehender) de las imágenes”.