Silvio Zavala, la historia como pasión

Comenzaré como es usual por el principio, es un lugar común con algún encanto: conocí al doctor Silvio Zavala en París, yo trataba de hacer el doctorado en Ciencias Políticas y él era un luminoso historiador y embajador de México en Francia. Por razones administrativas personales, lo traté un poco. Su prestigio era inmenso y su obra, seria, profunda y amplia, desbordaba inteligencia y cultura. Era en esos momentos la antítesis de doña Eulalia Guzmán, la estudiosa que encontró los restos de Cuauhtémoc en una apasionada investigación que aún quienes no estaban de acuerdo con su hallazgo y lo negaron, como Arturo Arnaiz y Freg, reconocían su talento y tenacidad. Zavala por su lado, era visto como un historiador que no estaba de acuerdo con la leyenda negra que siempre ha pesado sobre los españoles al llevar a cabo la conquista y la brutal colonización.
En 1984 recuperé la relación con mi maestro el doctor Carlos Bosch quien fue alumno de Silvio Zavala y lo fue en la época en que el discípulo respetaba profundamente al maestro e iniciamos una hermosa amistad. Me rogó que el trato no fuera de maestro y discípulo sino de pares, algo imposible. Bosch también era dueño de una obra monumental.
Durante la rica polémica que se dio en el suplemento cultural El Búho sobre el quinto Centenario, Silvio Zavala intervino con la erudición y sensatez que le fue proverbial. Sus “contrincantes” fueron Edmundo O’Gorman, León-Portilla, Leopoldo Zea, Andrés Henestrosa, quizás Ernesto de la Torre Villar y otros hombres sabios que daban sus puntos de vista de lo que realmente aquel choque o encuentro de culturas significó a la larga. Así que de pronto, Bosch y yo lo visitábamos en su casona de Las Lomas y lo oíamos exponer con brillantez diversos temas. Uno destacaba en esos momentos, la destrucción del Paseo de la Reforma, los pésimos cambios que las autoridades encabezadas por Manuel Camacho, llevaban a cabo con total impunidad. Quiero aquí recordar que Zavala demandó para la Diana Cazadora un lugar adecuado y una base razonable.
El entorno debería ser boscoso, como están las Dianas en todo el mundo. El resultado fue una obra que editó, me parece El Colegio Nacional, donde escribía del tema con una impresionante cultura. Durante una visita de Juan Pablo II, en 1990, don Silvio fue designado orador merced a su altísimo rango intelectual. Su texto resultó largo para la ceremonia y lo publiqué íntegro en El Búho.
En el mismo suplemento, y gracias a la relación amistosa con Alejandro Finisterre, pude publicar algunas cartas entre Silvio Zavala y Eulalia Guzmán, ambas figuras jóvenes todavía y en proceso de elaborar sus mejores obras. Fue extraño. El tiempo había llevado a doña Eulalia a una veneración extrema por el mundo prehispánico, semejante a la de Diego Rivera que pintó contrahecho a Hernán Cortés.
El recuerdo que conservo del doctor Zavala es el de un hombre elegante, mesurado y erudito. Su larga bibliografía lo prueba. Carlos Bosch, quien por cierto, murió mucho antes que el profesor a quien le dirigió su tesis doctoral, bordaba sobre sus teorías. Mucho me impresionaba la relación de cariño y respeto que ambos se profesaban. La última vez que hablé con don Silvio, lamentó no poder ir más a Europa a investigar en sus prodigiosos archivos, los largos viajes le fatigaban en exceso. Fue aparte de firme historiador, acaso el mejor de los mexicanos, jurista y diplomático.
Murió en este final de año devastador para nosotros, los medios mostraron poco respeto y dieron la noticia como por obligación, no fue velado en Bellas Artes por alguna razón misteriosa para mí. Tuvo una larga vida y recibió, entre muchos otros, el Premio Príncipe de Asturias. Fue un investigador riguroso, severo y una persona cálida y fina.
Se trata de una aparición fuera de lo común, porque el jefe de la oficina en Los Pinos, aunque tiene una posición de liderazgo en el primer círculo del presidente, es una figura generalmente discreta respecto a los medios de comunicación. Seguramente se decidió que él fuera el portavoz de un mensaje crítico del gobierno en el que se admiten errores y se asumen cambios, por el desgaste tan profundo del presidente, de sus principales secretarios y de sus voceros.
Es tal la ruptura que tiene el gobierno con la opinión pública, que las reacciones a las declaraciones de Aurelio Nuño no se han hecho esperar y prácticamente todas en alguna forma de rechazo.
Son dos las frases que han gustado menos: “No nos interesa crear ciclos mediáticos de éxito de 72 horas” y “No vamos a ceder aunque la plaza pública pida sangre y espectáculo, ni saciar el gusto de los articulistas”. Son frases desafortunadas porque, primero, los ciclos rápidos de información son inevitables en el mundo conectado de hoy y el gobierno debe aprender a navegarlos y, segundo, no es constructivo adoptar una posición antagónica respecto a “la plaza” y a los que escriben.
Pero yo me quiero enfocar en las dos declaraciones de Aurelio Nuño sobre las que sí se puede construir. Si algo tiene necesidad de saciar este articulista que les escribe no es gusto por criticar, sino claridad sobre qué acciones concretas va a ejecutar el gobierno para corregir el rumbo, para poderlas analizar y explicar a los que nos leen.
La primera declaración es:
“Nos faltó una agenda más contundente en materia de seguridad y de Estado de Derecho”. Por primera vez alguien en el gobierno admite que no se supo dimensionar y priorizar el problema que está en el primer lugar de la lista de todos los mexicanos. Escribía el 24 de octubre en Crónica, cuando se empezaba a derrumbar el llamado “Mexican Moment”, que construir la marca de un país no pasa por contar historias felices de transformación, sino historias coherentes en las que lo que se dice se respalde con acciones concretas a las que se les pueda dar seguimiento transparente. Quizás las acciones van a llevar tiempo, pero la gente está impaciente, y hay mucho que se puede hacer para hacer sentir a los ciudadanos que el gobierno tiene la misma prisa que ellos por dar pasos.
Esto me lleva a la segunda declaración de Aurelio Nuño sobre la que se puede construir: “La estrategia de comunicación no está funcionando”. Está claro que hay una ruptura, y para arreglarla, hay que romper esa percepción que tienen los ciudadanos de frialdad en el gobierno hacia sus inquietudes. Que no haya confusión: la gente no quiere sangre, quiere empatía, quiere un gobierno que no pasa días en silencio calculando sus movimientos ante un problema, sino un gobierno que reacciona ágilmente con vocación de servicio.

En el mismo artículo de El País citado al inicio, aparece también una declaración interesante de Héctor Aguilar Camín: “Es cierto que hay una crisis de credibilidad, pero no de ingobernabilidad”. Nadie duda que en nuestro país se haya perdido la capacidad institucional para gobernar. Se duda de que el gobierno actúe en coherencia con lo que dice en los temas más críticos, como la seguridad, la impunidad y la corrupción. Urge trasladar el decálogo a los hechos y comunicarlo ágil e inteligentemente. La opinión pública no admitirá menos.