Voces, al respecto de la civilización

Un espacio para comunicar y debatir las conquistas de la imaginación.
La cultura es esencial para individuos y sociedades, conforma el conjunto de referentes que permiten construir identidades, aspiraciones y valores. Es el mapa de navegación que nos guía por el mundo. Sin cultura no hay noción de realidad. Tan necesario es contar con un espacio físico en la geografía de una comunidad, como ser incluido en el mapa imaginario, existir en el juego de representaciones colectivas. El conjunto de las artes ha sido en la historia de la humanidad una fuente esencial para generar y transmitir conocimiento. El arte, en sus múltiples definiciones, muestra una constante: su sentido crítico, la capacidad para renovar las miradas al mundo, poner en crisis los marcos anquilosados de ideologías, estereotipos y valores, ampliar el mosaico de identidades, de voces.
En las últimas décadas hemos visto en México el adelgazamiento de las secciones culturales de los periódicos, la desaparición de suplementos. Hemos visto la tendencia a confundir la producción artística con el vano espectáculo y la celebridad.
¿Cómo puede haber una democracia auténtica sin el estímulo de la crítica, de una formación de ciudadanos capaces de pensar en perspectiva, con habilidad para el análisis, reconocimiento de contrastes y relieves que brindan las artes y la ciencias? La ausencia de páginas culturales en los medios masivos de comunicación es una forma de censura, de mutilación. La falta de espacios para el debate cultural reduce la posibilidad de construir memoria y futuro.
Hace un año se anunció la separación de la sección
Expresiones de las páginas de la sección urbana, Comunidad, de Excélsior. Una decisión a contracorriente de la tendencia general. La labor que desempeña esta sección es fundamental. Impulsa la pluralidad de ideas, sin censura. He tenido desde estas páginas la libertad para decir lo que pienso, semana a semana.
Celebro este primer aniversario de Expresiones, mi casa, que ha sido posible gracias al trabajo de un conjunto de personas apasionadas por lo que hacen. Expresiones es un gran logro que debe continuar. ¡Larga vida a esta sección!
La gran tradición de los suplementos
Las secciones culturales, los suplementos, el gran campo de la inteligencia, de la cultura mexicana, fueron esenciales en un pasado no muy lejano, faros guías, mapas de viaje. No había lector de hojas o de periódicos hechos y derechos ajeno a la gran información del nuevo libro, del poema prodigioso, de la creación de una pintora espejeante, de la gran música concertista en el teatro o en los kioskos formida-blemente familiares, de las esculturas filigrana alejándose de los clásicos leones rugidores de las escalinatas de teatros, mansiones, presas o la entrada a los distinguidos jardines aristocráticos. La letra con arte entra y viceversa. Hasta las vicetiples consagráronse junto a la crónica de una inauguración o el estreno de un edificio maravilloso nunca visto. El periodismo, blanco y negro, es decir sin colores, leíase en salas y alcobas, a la hora de la comida o después de rezar en grupo el rosario como en el palacio del Gatopardo. Soy de la generación ilustrada en suplementos del prodigio, me crié en los textos privilegiados sobre cultura de los principios del siglo pasado que devorábamos en los asoleados cuartos de las azoteas comiendo membrillos verdes. Y en el inicio de lo que sería mi verdadera vida periodística, de la que vengo, a la que voy, llegué a pedir trabajo y a escribir en los sucesivos suplementos culturales empezando en Diorama de la Cultura de Excélsior y siguiendo con todos los publicados en la capital, fundando varios de ellos, y ahora extrañándolos atrozmente, pues subsisten en vías de extinción. Hago un deseo por ellos, plugo a Dios por la vitalidad de los pocos existentes, leo casi en la desesperanza las grandes colaboraciones de escritores dignándose dejar la pomposidad para hacernos el honor, o de nuevos colaboradores inaugurando excelencias literarias para gozo de la inteligencia de la que hablaba. Hago un deseo por José Emilio Pacheco, hablando del rey de Roma.
Una vida sin sal
Mucha gente se pregunta para qué sirve la cultura. Una respuesta puede ser que la cultura no es un objeto útil como puede serlo un tenedor, un excusado o una máquina de coser, aunque un tenedor, un excusado o una máquina de coser son productos de la cultura.
Sin la cultura todavía comeríamos con los dedos, sin sal ni condimiento. Los cubiertos se empezaron a usar en el norte de Italia hace unos 500 años, cuando la aristocracia había cobrado gusto por la vestimenta hermosa y empezó a ser de mal gusto que los comensales se limpiaran los dedos restregándolos sobre su misma ropa.
Las especias fueron llevadas a Venecia por Marco Polo a fines del siglo XIII y fue hasta entonces cuando la carne mejoró su sabor con un poco de pimienta o algún otro condimento. Ya se conocía la sal, pero todavía en el siglo XIX los beneficios de su empleo no habían llegado a todo el mundo.
Sin la cultura defecaríamos en público, como siempre lo hizo la humanidad —y todavía lo hacen los políticos— hasta que en la segunda mitad del siglo XIX se descubrieron las ventajas odorífi-cas y hasta morales de realizar la expulsión de materia excrementicia en privado y en un traste, el excusado, que se inventó específicamente para ese fin.

Sin cultura habitaríamos en una cueva, cohabitaríamos en cualquier esquina y vestiríamos harapos o rasposas pieles sin curtir. Por fortuna, hombres y mujeres le cobraron el gusto a lo que se ponían encima y nació la moda, que se convirtió en una gran industria con la llegada de la máquina de coser. Por cierto, una de las razones de que su empleo se extendiera por todo el noreste de Estados Unidos fue que la firma Singer regalaba una enciclopedia en la compra de una máquina, con lo que fundió la cultura libresca con la tradicional.

¿La tradicional? Sí, porque el respeto a los viejos, el amor por los niños, la fiesta de pueblo y las expresiones amistosas, tanto como la manera de vestir y de andar, de comer y defecar, de amar y de soñar responden a tradiciones culturales como el interés por leer, ver pintura o escuchar un concierto. Y las tradiciones están ahí para ser enriquecidas, mejoradas y disfrutadas, pero si no las hacemos nuestras, si no las disfrutamos, entonces pasaremos nuestro tiempo sin besos ni sabores, ni sueños, condenados por nosotros mismos a una vida sin sal.

Federico Reyes Heroles

Para Expresiones en su primer aniversario

¿Qué distingue al ser humano del resto del mundo animal? La respuesta que dio Bertrand Russell es atractiva: la capacidad de previsión. Sin embargo, las nutrias construyen pequeñas represas para contener las crecidas, los pingüinos de la Antártida forman un círculo y con sus cuerpos resisten las ventiscas por venir. Muchas otras especies acumulan alimento para cruzar el invierno. La frontera es frágil. El descubrimiento del DNA demuestra que estuvimos a un tris de ser moscas. Por allí tampoco hay mojoneras sólidas. La idea de sociedad se desmorona. Pero hay una característica irrefutable.

El ser humano crea y se recrea con sus creaciones. Desde los primeros registros existentes, pensemos en pinturas rupestres, está plasmada la intención de captura del entorno. Y si recrear el entorno siempre ha sido un reto, qué decir de su interpretación. Las mitologías son un formidable despliegue de imaginación. Imaginar personajes que son ajenos a su creador y que aparecen en un foro donde la realidad es desplazada por el artificio humano, o el traslado a otro mundo a través de sonidos, o de movimientos corporales, o de la mezcla arbitraria y no tanto de colores sobre un lienzo, o con el sutil tejido de la palabra, todo ello nos muestra como únicos. En la creación nos distinguimos.

Llamamos cultura a esa capacidad de ampliar las fronteras de la realidad que, por momentos, puede asfixiar. Porque sin Rothko o Sibelius, o Shakespeare o Macondo, o Fellini el ser humano sería más pequeño. Alguien debe imaginar esos mundos y después desafiarlos, porque sólo así esa necesidad de expresión que nos distingue encuentra salida, se reconforta y le da un sentido a la vida.

Decía Fernando Benítez que la sección cultural es la carta de presentación de un periódico. Excélsior cuenta con una espléndida carta de presentación. Felicidades a Expresiones por este primer año de los muchos que vendrán.

Marcelino Perelló

De las cebollas a los Stradivarius. El cultivo de la cultura

Los amantes de la cultura estamos de plácemes. Hace exactamente un año nuestro espacio Expresiones, refugio y ágora a la vez, alcanzó la pubertad. Su niñez fue larga y un tanto conflictiva, como son todas las infancias prolíficas y prometedoras, conviviendo a contrapelo con la algazara de la urbe y a menudo con las atmósferas sombrías de los arrabales.

Pero hace un año floreció, y se independizó, convirtiendo la promesa en una realidad admirable y exuberante. Ya hacía falta. Llenó un vacío palpable y doloroso que pedía a gritos ser ocupado. Hoy se ha vuelto, sin lugar a dudas, en la mejor sección cultural de la prensa diaria de nuestro país. Le hacía falta a México y le hacía falta a Excélsior.

Y hablo no sólo del panorama de hoy, sino del de toda la historia de nuestra prensa cultural. Han existido, sí, no pocas revistas mensuales y suplementos semanales muy notables. El propio Periódico de la Vida Nacional ya había publicado, hace años, los legendarios Diorama de la Cultura de Ignacio Solares, o más recientemente, El Búho de René Avilés. Pero como prensa cotidiana estricta, capaz de amalgamar con oficio y sabiduría la actualidad propiamente periodística con los sinuosos y a menudo huraños senderos de la alta cultura, pocos, si alguno, pueden erigirse en parangón de Expresiones.

El primer escollo reside en establecer el rango de significación que abarca el escurridizo término de cultura. Tal vez en primer lugar, acudirá en nuestro auxilio, como tantas veces, la etimología. Ella nos hará ver que “cultura” y “cultivo” son significantes hermanos. Y que por lo tanto la siembra y la cosecha de cebollas son fenómenos rigurosamente culturales. Bien podríamos hablar de la “cultura de la cebolla” y, del agricultor que la domina y practica, como de un hombre culto. En ese muy particular, noble y complejo dominio. No cualquiera.

Para muchos, sin embargo, para cada vez más legos, el cultivo de las artes, de todas las artes, y el cultivo de su apreciación y disfrute, no es más que una forma de soberbia y de esnobismo. Una cierta perversión, digamos, que algo tendría de enfermizo. La gente que se ostenta como “culta” no sería más que coleccionistas de gustos y conocimientos fatuos.

No es preciso abundar hasta qué punto tal criterio manifiesta, de manera obscena diría yo, una gran confusión, cuando no estrechez y mezquindad, ellas sí, enfermizas. La cultura —dicen que dijo alguna vez el gran y deslumbrante Gabriele d’Annunzio— es aquello que queda cuando ya has olvidado aquello que sabías. En otras palabras, lo que permea al hombre culto, cultivado, no es tanto su sabiduría, sino una determinada visión del mundo y de sí mismo, y la consecuente actitud y conducta que comporta.

Yo me atrevo, en esa línea, a acorralar el concepto de cultura como la suma vectorial de cuatro componentes imprescindibles: verdad, belleza, inteligencia y libertad. Si falta alguna de ellas, no se aglutina la auténtica cultura. Y de atrevimiento en atrevimiento, le añadiría una cierta dosis de modestia y desenfado.

Es en estos términos que Expresiones sobresale, y nos enriquece y alegra las correrías cotidianas. Aporta un elemento más, que no hace sino subrayar los anteriores. Al plasmar bellísimas y sugerentes propuestas artísticas sobre el modesto y efímero papel de periódico, las hace a ellas mismas modestas y efímeras, acrecentando así su fineza y elegancia.

No me queda más, pues, que felicitar a la experta, sensible y resuelta dirección de Excélsior, al curtido labriego en jefe Víctor Manuel Torres, que rotura como nadie los feraces surcos de la cultura, y felicitarme a mí mismo, por tan brillante y rotunda iniciativa.

Muchos años por delante.

René Avilés Fabila

Cultura, ¿hace daño?

La definición de cultura debe ser inteligente y amplia. Imposible sólo pensar en las bellas artes. Lo popular ha adquirido residencia. Pienso en Vargas Llosa y Lipovetsky juntos. El primero ama lo clásico, el segundo, sin dejar lo fundamental, incorpora más de un resultado de la modernidad como el cinematógrafo y derivados. Víctor Roura incluiría, como yo, el buen rock. Las universidades públicas consideran a la cultura y su difusión una de las tres actividades sustantivas, de tal modo que hacen esfuerzos por impulsarla. El Estado mexicano la ha juzgado fundamental a grado de crear una infraestructura notable, instaurar premios y repartir becas a intelectuales y artistas. Los medios de comunicación no saben qué hacer con ella. Algunos diarios la recuerdan y tienen de pronto una sección, un suplemento o quizás ambas cosas. Pero nunca llegan a crecer como las páginas deportivas, las de espectáculos y las políticas hoy íntimamente ligadas a la nota roja. La cultura está allí como de relleno. Ni hablar de los medios electrónicos, en ellos subsiste en razón directa a una tradición que se extingue: la del apoyo estatal. La farándula abruma, es asimismo resultado de la globalización. Las estrellas del cine o del entretenimiento son reconocidas y merecen toda suerte de festejos y recursos, hasta de políticos en busca de notoriedad. Nunca un escritor o un pintor, por célebre que sea en México, ha alcanzado la estatura de rockstar. Ni me digan nombres. La respuesta es no. El país no recibe mayores impulsos culturales de la clase política. Si antes López Mateos quería cerca a Jaime Torres Bodet y a Martín Luis Guzmán, hoy Peña Nieto no ha ido más allá del nombre (no de la obra) de Paz y acaso de Revueltas (porque era la antítesis intelectual). Los medios suelen brindarnos más y más de lo mismo. En tiempos de Monsiváis, sólo había Monsiváis. Hoy nadie compite con Poniatowska, digo, en publicidad. Con el resto son mezquinos. No obstante, difundir la cultura con inteligencia y siguiendo una política sensata es obligación del Estado, de sus universidades y de los medios. Con educación y cultura se pudieron evitar las desgracias que hoy padecemos. Sin dejarlas en manos pretenciosas y aburridas. En países europeos de alto desarrollo lo usual es invertir en tales materias. A nosotros se nos escapa la oportunidad. O a juzgar por Ayotzinapa y el fracaso total del sistema político nacional, ya se nos fue. Bastaría con entrevistar a cualquier político y preguntarle si ha leído a Poe o más cerquita de su mundo a Bobbio. No, pues no eran futbolistas.

Eduardo García A.

La cultura contra la barbarie

La cultura es la expresión más noble de la humanidad y lo que sobrevive después de batallas, genocidios y horrores propiciados por las guerras del odio y la codicia de la plutocracia ávida de oro y sangre. La actividad cultural es la Fata Morgana que se percibe a los lejos en la superficie del mar, en condiciones propicias, un espejismo lleno de poesía y magia que nos eleva y nos comunica con el más allá o con los tiempos idos o por venir.

La infinita maldad cainita de la humanidad a través de la historia ha sido siempre matizada por las expresiones del pueblo en fiestas, danzas, canciones, poemas, relatos y las obras materiales colectivas construidas con las manos para acercarse a los dioses o para hacer posible la vida con viviendas, puentes, templos. Después de las guerras se escucha siempre a lo lejos el treno de las oraciones o el canto de los tristes, esa voz del sabio ciego que cuenta la historia de sus antepasados, sus tragedias. Así nos lo cuenta el Ramayana o el Mahabarata de la India, o el Antiguo Testamento, o el Popol Vuh o la Iliada y la Odisea de Homero.

De las cenizas de la guerra brota el canto de los poetas, inextinguible y luminosa. Y poeta es el que se disfraza y sube al escenario, el que modela una escultura. Poeta es el que tarda siglos en construir maravillosas catedrales góticas, o las pirámides milenarias de Egipto o los templos misteriosos de Angkor, Chichén Itzá o Palenque.

La barbarie siempre está latente en las acciones del hombre y cuando la locura de los ejércitos no extermina a los inocentes, los despelleja y luego los quema y los convierte en ceniza, la emprende contra lo que la humanidad ha construido y se ha conservado a través de los siglos.

En los momentos de dolor y temor, en los años aciagos de la guerra o el caos, el hombre se refugia en el canto y sólo acercándose a la poesía y nutriéndose de su fuerza puede emprender de nuevo su camino y salir aun más fortalecido. Por eso la cultura es el bálsamo de la humanidad y el sueño de su congoja. Abrirle espacios a todas las expresiones culturales es la única forma de conjurar a la barbarie de los ejércitos, porque como dijo alguna vez el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón, “la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre”, palabras incluidas por Gabriel García Márquez al recibir el Nobel. Podría agregarse esa otra definición de la poesía que tanto amaba nuestro querido Álvaro Mutis, otro colombiano de México y que fue pronunciada por un poeta paralítico francés, Joe Bousquet: “la poesía es la expresión de lo que nosotros somos sin saberlo”.

En muchos países latinoamericanos han desaparecido poco a poco en las últimas décadas las secciones literarias y culturales de los periódicos, que son las encargadas de contar día a día la acción creativa cotidiana de pueblos. Así, terminan suplantadas por páginas dedicadas en exclusiva al entretenimiento y a la farándula narca. Uno de los casos más dramáticos es Colombia, que tuvo en su tiempo excelentes suplementos como Lecturas Dominicales de El Tiempo y el Magazín Dominical de El Espectador, donde se inició García Márquez, pero que en un proceso absurdo de frivolización narco-plutocrática, se convirtió en cementerio para el arte, la literatura y la cultura en general, manejados hoy con el rasero de la más vulgar codicia monetaria a través de memorias, novelas y telenovelas de narcos y asesinos.

Por fortuna en México y Argentina, así como Inglaterra, Francia, España, Italia y Alemania la tradición de los suplementos culturales y literarios sigue viva. En Francia cada semana se espera la salida de los suplementos literarios de Le Monde, Le Figaro y Libération. Conservar esos espacios es una tarea que los amantes de la cultura debemos defender frente a las fuerzas del dinero y la violencia. Cultura es paz, paz es poesía y cultura necesarias para que la humanidad no se extinga en un grito final de cisne herido.