Radiografía de la inestabilidad que vivimos

El otoño de 2014 será recordado como un episodio en el que, una vez más, la culturalmente arraigada corrupción puso en jaque la estabilidad del régimen político. La diferencia respecto a otros episodios semejantes, remotos o cercanos, es que en este turbulento año la corrupción adoptó la forma de una inseguridad y una violencia abominables.
Para desgracia nuestra, los mexicanos hemos vivido demasiadas situaciones en las que la corrupción ha sido causa y efecto de crisis económicas y de tragedias innecesarias por la violación constante de los reglamentos de construcción y de protección ambiental, por citar tan sólo dos ejemplos de una larga lista de calamidades.
En todas estas situaciones, la percepción pública siempre es trágica, pero circunstancial. Aun cuando las manifestaciones públicas se llenan de gritos y consignas como: ¡Nunca más! o ¡Vivos se fueron, vivos los queremos de vuelta!, la verdad sea dicha, el espasmo y la movilización son pasajeros y todo vuelve a una absurda y contradictoria normalidad, al cabo de un tiempo razonable.
Por el lado de las autoridades, las reacciones a los episodios de tensión e inestabilidad son casi siempre adaptativas y dominadas por estrategias propias de lo que los expertos han venido a llamar como el control de daños.
Esto es, que más que intentar atajar las causas de los principales problemas que dieron lugar a la crisis, lo que se hace es aislar unos fenómenos de otros, evitar que los efectos de unos incidan en otros y, en suma, apaciguar las protestas atendiendo las demandas una a una.
Superada la crisis, o cuando menos apaciguadas las principales protestas, las autoridades públicas adoptan medidas que tienden a diluir los factores que provocan indignación social. Poco se hace por establecer medidas de alcance mayor que vayan a la raíz de las prácticas de corrupción que provocaron, en primera instancia, los problemas que devinieron luego en crisis.
Lo que hoy estamos viviendo es un capítulo muy semejante a lo que he descrito antes: una crisis provocada por la arraigada corrupción de unas autoridades locales, luego la protesta social surge de forma masiva e intensa, pero con pocos visos de convertirse en un proceso de verdadero cambio y de participación ciudadana responsable y consecuente, y una respuesta gubernamental desarticulada y centrada en controlar los efectos más dañinos a la imagen del país.
Aun cuando la sensación de urgencia se ve acrecentada por la concurrencia y convergencia de otros conflictos y tensiones (la protesta estudiantil en el IPN y el desorden interno en los partidos de oposición), nada indica que las caravanas de padres de normalistas, de padres de migrantes desaparecidos y las movilizaciones de ciudadanos hartos de la corrupción vaya a afectar la forma en que los partidos elegirán a sus candidatos para las elecciones de 2015, o siquiera el nivel de participación ciudadana en los comicios de junio próximo.
Tristemente, la presentación de chivos expiatorios, declaraciones vociferantes de autoridades comprometiéndose con el combate a la corrupción –como la habida el sábado 22 de noviembre en Guadalajara al cierre de la reunión de FENAMM–, y el pago de algunas indemnizaciones, serán medios suficientes para dar paso a un periodo de calma chicha en el que se buscará terminar con los factores que generan la sensación pública de crisis.
Después de ello, cual cuento de hadas que se repite cada tres años, los mexicanos nos entregaremos al fatuo juego de unas elecciones en las que, ahora sí, se escuchará la voz ciudadana y se elegirán a los verdaderos y auténticos paladines de la democracia y la demanda socia.
Suelo insistir en que México es un país creado por sus grandes universidades públicas y que yo soy producto de al menos dos de ellas. Estudié en la UNAM y allí inicié mi labor académica y luego pasé, recién fundada, a la UAM-Xochimilco. Al cumplir cincuenta años con mis tres actividades a cuestas: las clases, el periodismo y la literatura, fue esta institución, cuando su rector era Salvador Vega y León, la que me hizo el primer gran festejo. De allí arrancaron muchos más. Entre homenajes, reconocimientos, doctorados honoris causa y la presidencia del Premio Nacional de Periodismo, pasó poco más de un año. La culminación fue la entrega de la Medalla Bellas Artes 2014 y la Medalla al Mérito Artístico de la Asamblea Legislativa del DF.
Si hago un balance, desde luego intensamente emocionado, veo que destacan algunos de los homenajes de universidades públicas. El siguiente luego de la UAM lo llevó a cabo la Universidad de Colima. Casi enseguida, la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, cuyo rector, doctor José Manuel Piña Gutiérrez, no sólo me hizo un magnífico reconocimiento, sino que me entregó el Premio Mallinali y la Feria del Libro en ese momento llevó mi nombre. Fue un festejo conmovedor, como lo fueron los de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, el de la Universidad de Nuevo León, la Universidad Popular Autónoma de Veracruz, entre otras. Ahora reacciono con gratitud y pienso que la BUAP, la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, me concedió un honor más: publicó mi más reciente libro: La cantante desafinada y algo adicional. Su directora de Fomento Editorial, la doctora Ana María Huerta Jaramillo, lanzó una convocatoria para iniciar la Colección de Literatura para Jóvenes que lleva mi nombre. El argumento utilizado para la invención de la colección literaria es semejante a la que dijo José Manuel Piña Gutiérrez: mi largo trabajo literario y académico, las tareas de periodismo cultural y mi facilidad para interactuar con la juventud.
Cuando la funcionaria de la BUAP externó la idea, no supe cómo reaccionar. Realmente me emocionó escuchar la decisión de tan importante institución de estudios superiores. Poco después, mi querido amigo el poeta Jorge Ruiz Dueñas me hizo notar que bien vistas las cosas, el reconocimiento más notable era el de la universidad poblana. Tiene razón. No sé por cuánto tiempo, espero que sea por muchos años, jóvenes escritores mexicanos de menos de 30 años podrán aparecer en dicha colección.
Por lo pronto, ya están listos los tres primeros títulos. Usted quería saber (cuento), de Ivonne Vira; La pared del laberinto: ceniza y destierro (poesía); de Miguel Martínez Barradas, y Los elefantes son contagiosos (novela), de Jorge Jaramillo Villarruel. Las tres obras iniciales serán presentadas tanto en Puebla como en México, en Bellas Artes, en la Sala Adamo Boari. Vale la pena añadir que todas las obras presentadas se someten al juicio de un comité responsable de la colección y de mantener la calidad de los jóvenes seleccionados.

Recuerdo bien cuando ingresé a la Escuela Nacional Preparatoria, de camino hacia la Ciudad Universitaria. Jamás imaginé que sería tan gozoso y productivo y que las universidades me serían tan gratificantes. Son la fuente de buena parte de los reconocimientos que he recibido.