¿Qué ocurrió con mis demás compañeros de la Normal?

Edgar tiene 19 años y estaba a 12 meses de recibirse como maestro normalista en la Escuela Normal de Ayotzinapa, pero su historia cambió del todo la noche del 26 de septiembre pasado, al recibir un balazo en la cara que en principio lo llevó a estar entre la vida y la muerte en terapia intensiva en el Hospital General de Iguala, Guerrero.
Esa noche, Édgar salió de la normal para ayudar a sus compañeros de primer semestre que estaban boteando y se enfrentaron a policías. En ese primer enfrentamiento hubo un herido, y después el balazo en el rostro de Édgar.
Él ingresaría luego a dos cirugías urgentes en un hospital especializado en la ciudad de México, y ahora está en un cuarto convaleciente con una traqueotomía y sin poder hablar, pero ya lejos del hospital y en recuperación con la asistencia constante de su padre, su madre, dos hermanos y una prima, además de una enfermera que lo asiste de 8 de la mañana a 8 de la noche todos los días.
Por el momento Edgar vive en un cuarto y sus padres en otro justo cruzando la calle. La familia pide que los reúnan a todos en un mismo lugar a la brevedad. “Esto iba a ocurrir el lunes pasado, pero se canceló por parte de Goberna-ción, no sabemos por qué”.
En ningún momento puede estar sin compañía, no sólo porque Édgar requiere de la asistencia constante de médicos, enfermeras y su familia, sino porque también entra en ataques de pánico por lo ocurrido aquella noche y por la desaparición de 43 de sus compañeros de la Escuela Normal de Ayotzinapa.
Junto a su cama hay un tanque de oxígeno por si llegara a faltarle el aire durante alguno de estos probables ataques; en su buró un libro de Mahatma Gandhi que le regaló su padre, el maestro Nicolás, quien viajó 24 horas desde Oaxaca hasta Iguala para encontrarse con su hijo en terapia intensiva la mañana del 28 de septiembre.
Edgar Andrés Vargas es hoy uno de los sobrevivientes del caso Ayotzinapa y no había querido ver a nadie que no fuera su familia, hasta el día de ayer que decidió recibir a EL UNIVERSAL. Hoy, su único propósito es que se escuche lo que sus padres y familia quieren denunciar.
Nos da cinco minutos para verlo. Al preguntarle si hay algo que él quiera decir o denunciar, primero niega con la cabeza y baja su mirada, pero después de unos segundos coloca su mano en su garganta y alcanza a decir dos palabras: la primera es “miedo”, y la segunda es “justicia”. Y ya no habla más. Pide eso sí las credenciales de los que ahí estamos para estar seguro de quiénes somos.
El maestro Nicolás no logra expresar con palabras el terror que sintió al ver a su hijo con el rostro destrozado y entubado. “Sólo recuerdo haberme acercado al médico para preguntarle cuál era su estado de salud. Lo importante en esos momentos era lograr que no se asfixiara, de ahí la necesidad urgente de hacerle la traqueotomía.
Tuve que autorizarlo. Terror, desconcierto como nunca antes fue lo que sentí”.
Después de librar la emergencia y la terapia intensiva en Iguala, Édgar comenzó a recuperarse y pidió una pluma y un cuaderno para comenzar a preguntar: “¿Qué me hicieron? ¿Podré volver a hablar algún día? ¿Qué ocurrió con mis demás compañeros de la normal? ¿Dónde están?”. Escribió también la palabra “perdón” en su cuaderno.
“Y no paraba de llorar como si fuera un niño pequeño y atemorizado”, dice Marbella, una mujer oaxaqueña y cariñosa que durante toda la entrevista se refiere a su hijo como “mi vida”.
“Recuerdo la primera vez que habló. Sólo que esta vez tenía 19, y ya no era un niño. Yo estaba mirando por la ventana hacia la nada ahí en el cuarto del hospital de espaldas a mi hijo cuando de pronto escuché la palabra mamá. Fue la primera palabra que dijo después de la traqueotomía. Le pregunté si había sido él quien había hablado. Respondió un sí con la cabeza. Sólo le pedí que ya no escribiera la palabra perdón en esa hoja blanca. Que no había nada que perdonar”, agrega Marbella.
Marbella, su madre nos comenta que al principio al escuchar cualquier ruido se aterraba; en el hospital tenían que sedarlo para que pudiera dormir, temblaba todo el tiempo.
“Ahora sabemos que varios compañeros cargaron a Édgar buscando un taxi al cual subirlo. Nadie quiso detenerse. Alguien comentó que cerca había una clínica; corrieron hacia la clínica a buscar refugio y atención médica para Édgar, que no sólo no la recibió, sino que entraron los militares a acusarlos de allanamiento y los sacaron de ahí sin ayudarlos”. ¿En qué carajos de país vivimos?, denuncia Nikman.
Fue un maestro quien se detuvo en el camino, subió a Édgar a su auto y lo llevó al hospital a urgencias y por eso salvó la vida. El maestro Nicolás también recuerda a un compañero de Édgar que fue el que estuvo todo el tiempo con él mientras intentaban subirlo a un auto que lo llevara al hospital. Se llama Omar García.
En la misma recámara está Nicolás, de 9 años, el hermano menor de Édgar.