El Museo Memoria y Tolerancia cambiará de rostro. El espacio que desde hace cuatro años ha exhibido el holocausto, el genocidio y los crímenes de lesa humanidad que han conmovido al mundo, ahora dará cabida a los homicidios, ejecuciones, desapariciones e impunidad que prevalecen en México y que también han cimbrado a la comunidad internacional.
La matanza estudiantil de 1968, los feminicidios en Ciudad Juárez, Chihuahua, y la desaparición de los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, son hechos que formarán parte del repertorio que en 2015 podrán recorrer los visitantes nacionales y extranjeros en una nueva sala permanente que se abrirá con el nombre de Indignación.
El propósito de este cambio es voltear la mirada hacia lo que está pasando en el país, despertar conciencias, retar a la sociedad mexicana a que actúe, a que ya no sea indiferente, dice la directora de este museo, Shanon Zaga. La estudiosa de los genocidios en el planeta reconoce que le ha sorprendido la indiferencia de los visitantes mexicanos hacia lo que acontece en el país.
Asegura que la actual exposición temporal dedicada al ex presidente sudafricano Nelson Mandela ha tenido 10 veces más visitantes que la exhibición que se dedicó, de marzo a junio pasados, al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por el poeta mexicano Javier Sicilia.
“Ghandi logró la independencia de un país, los derechos civiles se posicionaron en Estados Unidos con Martin Luther King, pero en México tenemos un movimiento y se diluye, desaparece y la responsabilidad es nuestra”, comenta Zaga.
Javier Sicilia lamenta, por su parte, que las tragedias nacionales o extranjeras no sean cosa del pasado.
“En el Museo de la Memoria y la Tolerancia está el dolor acumulado del siglo XX a nuestras fechas, y la barbarie sigue corriendo: hay 100 mil muertos y se siguen acumulando; 30 mil desaparecidos y se siguen acumulando; los desplazados que podrían ser 350 mil o más se siguen acumulando y hablan de la tragedia humanitaria que sigue viviendo México”, dice el poeta.
Hilda Téllez Lino, directora general adjunta de Quejas del Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), considera que este tipo de espacios pueden contribuir a que en el país ocurra un cambio cultural en el que las diferencias sean consideradas una riqueza y no una justificación para discriminar.
Gabriela Valencia Espinosa, maestra de Historia en nivel secundaria —quien llevó a su grupo al museo—, coincide en que la colección debería complementarse con episodios mexicanos de intolerancia como el movimiento estudiantil de 1968, la matanza de Acteal, la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa y las muertas de Juárez.
“Mi intención al traerlos aquí es que conozcan su entorno más allá de lo que dicen los libros y que se lleven a casa una reflexión de lo que ya no debería ocurrir”, dice luego de observar a Alejandra, una de sus alumnas que se soltó a llorar cuando se le preguntó qué le pareció su visita al museo.
Del tren de Auschwitz a las fosas de Iguala
El recorrido en este museo comienza en el Holocausto. Un pasaje por los ghetos donde el sufrimiento quedó impregnado en testimonios, fotografías, en las ropas y zapatos de las víctimas.
Lo que más llama la atención de los visitantes es un vagón del tren que transportó a los judíos a los campos de concentración nazis. Las personas se adentran a él y observan incrédulos el recuerdo.
Más adelante, en este pasaje de genocidios, las personas se detienen a contemplar los machetes empleados en Ruanda para aniquilar a los tutsis.
Lo más cercano a la realidad mexicana se representa en la sala dedicada a la Guerra Civil en Guatemala, donde los indígenas recuerdan a sus muertos.
Alrededor de 500 piezas como éstas dan cuenta de una barbarie que pareciera muy lejana en la historia mundial, como si fueran episodios de película que los espectadores comentan al salir de la función y después quedan como anécdotas.
También aborda los crímenes de lesa humanidad cometidos contra los armenios y la población de la Antigua Yugoslavia, el genocidio en Camboya y el conflicto armado en Darfur.
Shanon Zaga, directora del museo, se resiste a que estos episodios queden inertes.
Por eso es que las tragedias mexicanas también serán exhibidas en los pasillos de este inmueble de siete niveles, de 7 mil metros cuadrados de construcción, que fue adquirido por la asociación civil Memoria y Tolerancia que se conformó en 1999, y que ha sido visitado por un millón de estudiantes.
El museo, ubicado en la Plaza Juárez, junto a la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) y el Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal, fue inaugurado el 11 de octubre de 2010 por el entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa.
“Se pueden tener diferencias, discrepancias, divergencias, pero nunca hacerlas desde una perspectiva de odio. Nunca desde una perspectiva que implique la eliminación de quien piense diferente”, señaló el ex mandatario durante el evento en el que el museo abrió sus puertas.
Doce días después, un comando armado asesinó a por lo menos 14 jóvenes, quienes estaban en una fiesta en la colonia Horizontes del Sur, en Ciudad Juárez, Chihuahua; y al día siguiente, 13 personas más fueron asesinadas al interior del centro de rehabilitación “El Camino a la Recuperación”, en Tijuana, Baja California.
Cinco meses más tarde, el 29 de marzo de 2011, el poeta Javier Sicilia y México supieron que su hijo, junto con otras seis personas, fueron asesinadas en el estado de Morelos.
Cuatro años después, ya en la gestión de Enrique Peña Nieto, el 26 de septiembre de este año, seis personas son asesinadas y 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos desaparecen a manos de las policías municipales de Iguala y Cocula, Guerrero.
Estos son los crímenes que no deben olvidarse y formarán parte de la sala de la Indignación.
Tolerar no es aguantar
Hilda Téllez, del Conapred, explica que gran parte de los crímenes que han marcado la historia nacional y mundial tienen su origen en la intolerancia, una práctica que, a partir del estigma, tiene como finalidad el aniquilar los derechos de una persona o de un grupo que es diferente.
Pero advierte que la intolerancia no se ejerce de manera aislada o en casos emblemáticos, sino que es cotidiana.
En México, dice, se manifiesta a través de diversos ámbitos y para fundamentar su opinión cita la Encuesta Nacional contra la Discriminación de 2010, que evidenció que la mitad de la población consultada no justifica dar empleo a una persona con discapacidad cuando hay personas sin discapacidad que no tienen trabajo; una tercera parte de la población encuestada opina que los niños tienen los derechos que sus padres les quieren dar, y 35% admite que llamaría a la policía si ven en la esquina a un grupo de jóvenes reunidos.
Destaca que la tolerancia se puede fomentar mediante un marco legal y políticas públicas que generen un cambio cultural, pero que también contribuyen espacios como el que ofrece este museo, donde las personas reflexionan.
“Todo lo que nos pueda servir para reflexionar, haya sucedido en México o en el mundo, es importante para sensibilizarnos, aprender de esos errores y que no se vuelvan a cometer”, señala.
“No condenar al olvido esos eventos, para evitar que vuelvan a pasar, es un principio fundamental para la reparación del daño a víctimas de violaciones a los derechos humanos”, indica la especialista.
Shanon Zaga dice que en México existe un concepto equivocado de la tolerancia porque se le equipara con soportar, aguantar o conceder.
“La misión principal del museo, más allá de crear conciencia, es generar acciones”, asegura “porque una cosa es sentir dolor ante lo que acontece y otra, es indignarse y actuar”.
Así que a cuatro años de inaugurado y ante las graves violaciones a los derechos humanos cometidas en el país, los directivos del museo han tomado la decisión de hablar sobre temas mexicanos de actualidad y no sólo abordarlos en exposiciones temporales como había ocurrido.
“Por eso hemos invitado a artistas a hacer una instalación sobre la discriminación, el 68, los desaparecidos, los feminicidios, temas de actualidad en relación con los acontecimientos que se viven en nuestro país”, explica.
Para comenzar, se está elaborando una convocatoria a fin de que artistas del mundo plasmen en diversas obras la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa. Las piezas ganadoras serán exhibidas en el museo.
Este nuevo rumbo, reitera, tiene la finalidad de que las personas, después de recorrer la exposición, tengan el impulso de actuar para evitar que los abusos continúen.
“Por qué esperamos un cambio si éste tiene que venir de nosotros mismos. Es fácil señalar, es más cómodo, pero debemos preguntarnos qué estoy haciendo yo para cambiar las cosas”, expone Zaga.
El activista Javier Sicilia coincide: “La violencia no se ha acabado, si no nos seguimos moviendo, trabajando y visibilizando, corremos el riesgo de que la noche sea eterna”.