Ayotzinapa: entre el dolor y la esperanza

La agonía se prolonga y la esperanza se agota. En la Normal Rural Isidro Burgos Ayotzinapa, un halo de tristeza recorre sus murales pintados con los emblemáticos líderes socialistas como Marx, Lenin y Mao.

Una joven estudiante de la Normal de Chiapas, custodia la puerta del Auditorio de esta Escuela que salió al mundo luego de la masacre contra sus estudiantes y la desaparición de 43 normalistas desde el pasado 27 de septiembre en Iguala Guerrero a manos de la policía estatal.

La imagen de la estudiante es el rostro de Ayotzinapa luego de que procurador General de la República dijera que los estudiantes fueron asesinados y quemados en el tiradero municipal de Cocula, según las declaraciones de tres detenidos.

Ella solloza, mientras al interior del auditorio los padres se reúnen con representantes del Centro Agustín Pro y Tlachinollan quienes les explican su encuentro de la mañana con el procurador.
Los padres quisieron ver la conferencia en el comedor de la escuela, pero la mala recepción en el televisor se los impidió, por ello todos se fueron al Auditorio. Ahí hubo sollozos, rostros hundidos en sus pensamientos.

Tras un par de horas, guardaron un minuto de silencio y rezaron porque sus hijos aparezcan con vida. «Están vivos, están vivos», exclamó en solitario Felipe de la Cruz.

Más tarde, Mario González, padre de César Manuel, desaparecido desde el pasado 26 de septiembre, exigió al presidente Enrique Peña Nieto que cumpla con su compromiso, firmado en Los Pinos, de encontrar con vida a sus hijos.

«Ya basta de hipótesis y que nos los encuentran muertos en fosas, que nos los encuentran destazados; ahora la última hipótesis es que ya están hechos cenizas para que no podamos reconocerlos. Ya basta de tanta ineptitud y tanto dolor que nos causa a nosotros como padres de familia, a nuestros hermanos, es justo que digan si no puede que se retiren, yo sé y confío en Dios que están vivos, ya nos los mataron muchas veces y faltan muchas que nos los van a matar, pero confiamos en Dios que están vivos», dice el hombre originario de Tlaxcala con la voz entrecortada.

Su rostro es el de la desesperación. Otro de los padres recuerda que este es un crimen de estado porque en la desaparición de los muchachos participaron policías municipales.

Mucha gente lloró por la posibilidad de que los normalistas estén muertos. Hubo reclamos, pero no sólo al gobierno por su lentitud en las investigaciones para resolver el caso Iguala, también hacia las personas que se han dedicado sólo «contemplar» y a «criticar».

En el plantón de los maestros disidentes, en la plaza Primer Congreso de Anáhuac en Chilpancingo, varios maestros se reunieron para escuchar el mensaje televisado del procurador. Algunos mentores opinaban: «¡Esto es un montaje!», «¡No nos pueden decir que están muertos!».

Luego de la noticia las preguntas en el plantón se escuchaban en diferentes momentos: «¿Dónde están?, ¿Por qué creer en versiones de delincuentes?, ¿Por qué matar a estudiantes?, ¿Por qué en Guerrero fueron tan omisos?, ¿Por qué contra gente pobre los ataques?, ¿Qué vamos a hacer ahora?».

Con llagada de la noche las lágrimas se secaron en Ayotzinapa, y se escuchó después de que los padres rechazaron la versión de la PGR: «¡No están solos!, ¡No están solos!» y «¡Ayotzi vive, la lucha sigue!»…