Asisten miles a los panteones a reencontrarse con sus difuntos

La celebración de Día de Muertos conjuntó ayer en el viejo panteón de El Saucito a más de 120 mil personas, quienes acudieron a “visitar” a sus familiares y amigos.
Los andadores del camposanto, del que se dice que contiene los restos mortales de Juan del Jarro, se vieron pletóricos, intransitables.
A pesar de que las autoridades municipales aseguraron que la limpieza del panteón se había registrado ya, y realizado a fondo, pudo observarse osamenta humana sobre la superficie, perteneciente a los difuntos cuyos familiares no pudieron comprar los derechos de “perpetuidad”.
Quien diga que la muerte es “democrática”, debiera darse una vuelta a este panteón del Saucito, para observar que sí hay diferencias y, especialmente diferencias económicas tan profundas como las que registran las personas aún vivas.
Ahí están los mausoleos y las criptas, pero también las losas humildes, de cemento y hasta los montículos de tierra; la muerte empareja los cuerpos de ricos y pobres, pero no los “estuches” en que están resguardados: los ataúdes de maderas preciosas, los de metales diversos, los de maderas de pino y, se dice que es posible que entre los más antiguos haya cadáveres envueltos en algún petate.
Y, bueno, hablando de distinciones, en las afueras de este histórico panteón, que ha sido declarado patrimonio cultural, los comerciantes se disputan a gritos la clientela, aunque no bajan los precios de las flores.
Ahí, entre los terregales arrojados por el viento, algunas personas no han tenido empacho para comerse unas gorditas bien acompañadas por frijoles refritos; o aquellos que están en el puesto de carnitas, o los que buscan las anglosajonas hamburguesas o los escuálidos hot-dog.