Detectan en Texas «cementerio» de migrantes

Mabel del Rosario Morales. El Salvador. Camiseta azul con rayas amarillas, pantalones azules con rayas naranjas y tenis blancos. Vista por última vez en Cage Ranch. 11-20-87—30-06-2014.

Maritza Beatriz Mayen. Guatemala. Camiseta blanca, pantalones azules, cinturón blanco y marrón, calcetines blancos. Vista por última vez en Cage Ranch. 10-08-1984—30-06-2014.

Cecilia Pliego Ríos. México. 27-07-1982—14-08-2009.

(Sin nombre). Hombre blanco de origen hispano. 1,85 cm. 83 kg. Llevaba un celular negro y marrón y un reloj. Fecha de nacimiento desconocida —14-8-2009.

Los cuatro son casos archivados en el Libro de restos humanos que Benny Martínez, el número dos de la oficina del sheriff en el condado de Brooks, al sur de Texas, guarda en su rústica oficina junto con una herradura de caballo, la recreación de un coche a pequeña escala y las fotos y dibujos de sus hijos. Son parte de las 417 fotografías de cadáveres de migrantes mexicanos y centroamericanos que desde 2009 lograron cruzar a Estados Unidos, pero murieron en los ranchos de este condado situado a tan sólo 112 kilómetros de la frontera.

Aquí han fallecido casi tantos migrantes como en todo el estado de Arizona. Según la Border Patrol, el año pasado murieron 445 indocumentados que habían llegado a Estados Unidos.

La Fundación Nacional para la Política Estadounidense afirma que un migrante que cruza al país tiene ocho veces más posibilidades de morir que hace una década. “Al último de ellos lo agarré yo con mucho cuidado y se le cayó la cabeza”, cuenta con tristeza Martínez, un hombre afable que en un estado con gran afición por las armas patrulla desarmado.

Brooks es un condado de 7 mil personas y poco más de 900 millas cuadradas, con una renta per cápita muy inferior a la de sus vecinos. Sus habitantes viven básicamente de los ranchos y del empleo público. El condado no tiene petróleo y tampoco recibe dinero federal, al no ser considerado parte de la frontera. Sin embargo, a pocos kilómetros de allí se encuentra el check point de Falfurrias, uno de los controles fronterizos con más decomisos y detenciones de Texas. “Esto es un cruce de caminos. Recibimos todos los impactos: drogas, gente…”, comenta Martínez.

Víctimas de calor y frío extremos

Los migrantes suelen bajarse cerca del check point y se internan en el desierto bajo temperaturas extremas para evitar a los agentes de Migración y a las cámaras de seguridad. Cada día, según los cálculos de Martínez, pasan por Brooks entre 300 y 500 indocumentados, aunque las cifras han disminuido después de la crisis humanitaria de los niños migrantes no acompañados y el fortalecimiento de la seguridad en la región del Valle del Río Grande.

En verano, cuando las muertes suben exponencialmente, muchos fallecen deshidratados, en invierno la hipotermia los mata. “No vienen preparados con el equipo que necesitan. Les dicen una cosa y es otra”, explica el agente, que habla siempre con un tono de tristeza.

Algunos cadáveres se convierten en esqueleto en un par de días debido al calor y los animales. Los agentes, en ocasiones sólo encuentran fragmentos: una pierna, un brazo, un cráneo. A veces se topan con fragmentos de diferentes cuerpos. Los polleros, además, violan con mucha frecuencia a las mujeres. En los ranchos aledaños hay lugares que se conocen como rape trees, donde los coyotes suelen colgar las ropas de las mujeres de quienes abusan antes de dejarlas seguir por su cuenta.

“A la gente del norte de Estados Unidos si no está en su yarda no les importa”, lamenta Martínez. “Cuando no hay asistencia, le estás quitando el valor a la vida. Todos pertenecemos a alguien, tenemos un padre, una madre. Somos cuatro en el equipo. Uno cada 12 horas. Por los ranchos sólo podemos pasar si los propietarios nos dan permiso. Ahora empezamos una alianza con laGuardia Nacional. Salvaron a una chamaca ayer, que era su cumpleaños, le dieron un buen regalo. Era de Honduras y necesitaba asistencia de los médicos”.

El costo de un muerto

Los informantes más habituales de la oficina del sheriff son los propios migrantes que, cuando son detenidos, les indican a las autoridades si han dejado a alguien atrás o han encontrado algún cadáver en el camino.

Otras llamadas son efectuadas por los propios rancheros que encuentran cadáveres dentro de su propiedad. Incluso, en algunos ranchos como «El Tule», los dueños han colocado puestos de agua para que no mueran más indocumentados en sus tierras, aunque la mayoría de los propietarios ha manifestado que preferiría que hubiera algún tipo de control que impidiera el paso.

Hasta hace unos meses, el cementerio del Sagrado Corazón, en Falfurrias, estaba lleno de tumbas anónimas. Decenas de bultos de tierra sobre los que sólo había un letrero metálico con un número. Algunos vecinos habían dejado un par de flores que con los días ya estaban marchitas. En algunos sepulcros había sólo una humilde cruz de madera. Por otros se caminaba sin notar que era una tumba y que debajo de esa tierra yacía un cadáver de alguien que buscaba una oportunidad en Estados Unidos y, al llegar, su sueño duró sólo unos cuantos kilómetros.

—¿Dónde están enterrados los migrantes? —preguntamos a Sebastián, quien había sido contratado para limpiar una tumba en la orilla del cementerio. El hombre dejó lo que hacía y subió a su camioneta para llevarnos al otro extremo del lugar.

—Estaban aquí, ahora hay menos. Se los están llevando para identificarlos, ya no cabían —dijo el albañil hablando texmex—. Llamen a mi cuñado, él siempre recoge los cuerpos.

Su cuñado trabaja en la funeraria Angel Howard-Williams, la empresa que recoge los cuerpos anónimos hallados en los ranchos y que han muerto entre los matorrales. Nos pide que no revelemos su nombre porque la empresa no permite a sus empleados dar declaraciones.

“Hace tres días que me tocó ir por uno [cuerpo], siempre pasan por aquí, cada semana nos toca recoger algún cadáver porque nos llaman de la Comisaría para avisarnos y tenemos que preparar los arreglos para enterrarlo”, dice el hombre desde el teléfono de Sebastián.

Cada uno de los cuerpos enterrados por esta funeraria le cuesta a Brooks entre 500 y 2 mil dólares. Martínez lleva una lista con el nombre de cada cadáver y la cantidad que supuso su muerte para el condado. Hasta enero de este año, el costo total ascendía a 628 mil dólares. “Ahora hay varias universidades que se llevan los cuerpos para su identificación, pero lo hacen de corazón, todo el costo lo asumen ellos”, explica el agente.

En ese proyecto participan las universidades de Baylor e Indianapolis. Los voluntarios llegaron a Falfurrias en mayo pasado y se encontraron con decenas de cuerpos en bolsas de plástico sin identificar. También la organización Ángeles en el Desierto apoya al condado de Brooks con labores de búsqueda para encontrar a migrantes desaparecidos. Este año se han encontrado 55 cadáveres. En 2012 la cifra llegó a 129 cuerpos.