«Terminar una novela siempre deja un vacío»: Soledad Puértolas

Madrid, España. En ese magnífico pueblo de Pozuelo de Alarcón, que forma parte del corazón de Madrid, Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947), habla de su literatura.
Es autora de libros como El recorrido de los animales, Queda la noche, El cuarto secreto, entre otros, y ha ganado el Premio Sésamo en 1979 con El bandido doblemente armado; el Premio Planeta 1989 con Queda la noche, y el Premio Anagrama de Ensayo 1993 con La vida oculta.
—¿Concibe la literatura como base estética?, ya que retoma parte de su vida con libros como Recuerdos de otra persona o Gente que vino a mi boda?
—Cada vez que termino una novela y me quedo con la mirada fija hacia atrás, me pregunto qué tiempo tardaré en poder arrancarla de ese punto en el que ha empezado a vivir de verdad.
Una vez terminada, esa historia y esos personajes que ya son conscientes para mí, reales. Arrancarlo de ese punto para sustituirla por otra. Porque allí ya no puede seguir creciendo.
Necesito tener en mi interior algo que crezca. Una vez terminada, la novela empieza a existir para los otros, los otros la dejan crecer en su interior, se van asomando a su vida y la van haciendo suya, cada uno a su modo, reflejándose en ella, modificándola, reescribiéndola.
—Ese desprendimiento del que habla, ¿cómo se da en cada uno de sus libros?
—Es un proceso individual. El creador pone el punto final a la novela y se desprende de ella, pero es un desprendimiento lento y doloroso.
No ocurre de manera automática, es un proceso que se resiste al análisis, que pertenece al mundo de las emociones y en el que se refleja la personalidad y el carácter del escritor.
Hablar de eso es hablar de algo muy íntimo, no es hablar de literatura, es hablar de uno mismo. Pero ese “uno mismo” del escritor es algo muy literario, porque el territorio de la literatura se confunde con el de la vida.
—Y después, ¿quién inicia el límite de la obra, de su final: su autor o el personaje?
—El único consuelo que se tiene a mano por ese vacío que dejó una novela terminada es saber que antes, en otras ocasiones, también sucedió y que, al finalmente, después de una época difícil, una temporada amarga, hay con ello que ir al límite de la creación.
Cuando la obra se logra y sus límites se palpan, buscar el desprendimiento, ir en busca de otros límites, esos otros que ahora quedan descubiertos.
Así descrito parece un proceso relativamente fácil. Así recordando, tiene, también, cierta facilidad. Por eso hay que describirlo y recordarlo, teorizar un poco sobre él, en busca de consuelo y alivio, cuando, en medio del proceso, el tiempo parece detenido. La creación parece detenida.
—¿A qué causas atribuye el espacio del recuerdo de los personajes; es decir, cómo los desaparece para iniciar otra novela, un cuento e incluso las memorias, como es el caso de su libro Gente que vino a mi boda?
—Por ejemplo, en una novela como Burdeos tenía otro límite, porque la voz que narra, fuera de los personajes, necesariamente tenía que conocer más su final, para después comenzar una nueva narración.
Al final, estaba en un callejón sin salida. El nuevo terreno que después quedó descubierto fue la de una voz de mujer y los dibujos del azar cuya sombra se había formado en la misma novela.
Después de otro relato, Queda la noche, apareció el terreno de la nostalgia interior, al margen de los caprichos del destino y aquella voz en tercera persona, neutra, que ya había sido aprobada en Burdeos.
Entonces la realidad empezó a pesar y apareció el terreno de la metáfora.
—¿Qué quiere decir cuando habla de una metáfora; de una vuelta a la realidad?
—Después de la metáfora, la vuelta a la realidad. Ciertamente, pero el punto de partida va cambiando mucho, se ha movido, como se mueve la vida.
La creación, ahora, busca su extremo y su límite para entregarse en su totalidad y, como los deportistas que en la orilla del mar quieren aprovechar para elevarse sobre una tabla, y buscar su ritmo, su sentido oculto, mientras esperan tendidos sobre la nueva tabla todavía a merced de las olas.