Los héroes anónimos del ébola

El 28 de agosto pasado la revista Science
publicó un artículo que analiza con téc
nicas de biología molecular el origen y la forma de transmisión de la actual epidemia de ébola en África Occidental. Al estudiar los virus de 78 pacientes se logró determinar el origen de la epidemia, a mediados de mayo, en un entierro tradicional, en el que se infectaron 14 mujeres con un virus diferente del que se había encontrado en África Central. El contenido del estudio es sin duda de importancia para los interesados en la infección; lo que hace diferente a este artículo son las cuatro líneas al final de la publicación, con un subtítulo inusual:
“In memoriam. Trágicamente, cinco coautores que contribuyeron a los esfuerzos de salud pública e investigación en Sierra Leona contrajeron la infección por ébola antes de que este manuscrito fuera publicado. Deseamos honrar su memoria”.
El trabajo en cuestión fue conducido, entre otros, por investigadores de la Universidad Harvard, el Instituto Massachusetts de Tecnología (MIT), los Institutos Nacionales de Salud de EU, la Universidad Tulane y la Universidad de Edimburgo. Todos ellos gozan de cabal salud. En cambio, todos los fallecidos eran miembros del hospital público de Kenema, en Sierra Leona; al parecer murieron a pesar de usar implementos supuestamente adecuados para prevenir la infección.
Poca o nula atención han dado los medios a estos héroes anónimos de la medicina. Sus nombres: Mbalu Fonnie, partera, con 30 años de experiencia en el hospital de Kenema, se contagió al ayudar a una embarazada infectada. Mohamed Fullah, técnico de laboratorio, enfermó por contacto con familiares, varios de los cuales fallecieron por ébola. Alice Kovoma, enfermera, murió al contagiarse con la misma paciente embarazada que produjo la muerte de Mbalu y también la de otro enfermero: Alex Moigboi. El cuarto fue Sidiki Saffa, técnico de laboratorio encargado de obtener las muestras de sangre de los infectados, falleció por infarto cerebral, supuestamente inducido por las tensiones de encontrarse en el centro mismo de la epidemia de ébola. Finalmente Sheik Humarr Khan era, nada menos, que el director del programa de Fiebre de Lassa (otra enfermedad hemorrágica viral), falleció después de haber tratado a más de 100 pacientes con ébola. Es difícil aceptar que un médico dedicado al control de una enfermedad hemorrágica, por lo cual era considerado “héroe nacional”, hubiera muerto por ébola, pero el hecho fue que el hacinamiento de gran número de pacientes en el pequeño y pobre hospital de Kenema hizo insuficientes las endebles medidas preventivas con las que se cuenta en África.
Algunos miembros del personal de salud han abandonado el hospital de Kenema. Trabajan turnos exhaustivos de doce horas continuas enfundados en trajes de contención, sujetos a una muy probable contaminación mortal; a ellos el gobierno no ha podido pagarles el equivalente a los 80 pesos diarios que deberían recibir por realizar sus tareas y arriesgar sus vidas en condiciones precarias.
Nuestros héroes no están solos; pocas semanas antes, en la ciudad de Liberia, en Monrovia, el doctor Sam Brisbane, dedicaba su tiempo libre a atender una finca cafetalera y a sus 14 hijos, entre biológicos y adoptados, hasta que fue llamado a atender a un paciente; lo trasladó a un cuarto de aislamiento, sólo para presenciar su muerte cinco minutos después. Por ello, Brisbane empezó a preocuparse seriamente por su salud y a tomarse la temperatura con frecuencia… hasta que llegó la infección: el doctor Brisbane, otro médico, una enfermera y un asistente murieron por el ébola.
En Nigeria, un estadunidense infectado con ébola pudo haber diseminado la infección en el país más poblado de África al llegar al aeropuerto de Lagos; la doctora Stella Ameyo Adadevoh y la enfermera Ejelonou decidieron tratarlo y confinarlo en un hospital. Poco después el enfermo murió, junto con la doctora y la enfermera.
Otros miembros del personal médico que trabajan en la epidemia por ébola han recibido merecidamente la atención de los medios y, sobre todo, de la ciencia médica, entre ellos tres norteamericanos y un español. Todos: los fallecidos (más de 120 trabajadores de la salud), los que se han recuperado y los cientos de trabajadores anónimos que se enfrentan en condiciones desventajosas al virus, merecen nuestro reconocimiento.
Por ahora, los estudios de modulación por computadora de la progresión de la infección estiman poco probable que el ébola se extienda a otras regiones de África o a otros continentes. Pero mientras tanto, la infección sigue en aumento en la región: cerca de 4,000 posibles casos de infectados y aproximadamente 2,000 muertes por la enfermedad: todos ellos en África Occidental. A pesar de la alta mortalidad, el hecho que el ébola se transmita sólo a través del contacto directo con los enfermos y no por el aire hace suponer que tarde o temprano la epidemia llegará a ser controlada, antes de que se extienda a otras regiones del planeta.