La maqueta más fotografiada de la historia

El mensaje con motivo del Segundo Informe pasó de
ser la celebración del andamiaje de las reformas,
complejo e inasible, del largo plazo, al lanzamiento de una mega obra de infraestructura concreta, la más importante en décadas: la construcción de un nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México que tuvo una presentación como de estrella de rock.
Al grado de que la maqueta del proyecto, obra del británico Norman Foster, leyenda viviente de la arquitectura internacional y de una estrella en ascenso, el mexicano Fernando Romero, se convirtió en la maqueta más fotografiada en la historia de la prensa nacional, la que ha aparecido en más portadas de periódicos, lo que supone un ejercicio aspiracional compartido del México que muchos queremos, que conjugue un respeto por nuestro pasado con la decisión de ser protagonistas del escenario mundial en los años por venir.
No es gratuito el impacto mediático de un anuncio de algo que quedará listo en diez años. Ha recibido una cobertura notable porque es algo que estaba aguardando la población, como una manera de recordarnos que somos un país de altos vuelos.
Es, está claro, mucho más que una terminal para desahogar el tráfico aéreo del Valle de México. Mucho más que pistas, andenes, slots y bandas sin fin para recoger maletas.
Es la declaración de que apostamos a ser pronto parte de las grandes ligas. México ya es un país muy importante, nadie lo niega, con una de las principales economías del mundo, pero el área de oportunidad es enorme y el futuro promisorio.
El anuncio ha causado revuelo porque es una acción modernizadora de gran aliento que está en nuestras manos. Las reformas, sobre todo la energética, requieren que los astros se formen a nuestro favor, que las empresas petroleras, verdaderos tiburones, acepten participar en condiciones justas.
Ya hace poco se intentó hacer y no se pudo. Fue una intentona burda. Falló porque se trató de echar a andar un proyecto modernizador con un manejo político de la era de las cavernas. Todo fue mal desde el principio, desde que alguien que se quiso pasar de vivo pensó que lo idóneo era pagarle a los ejidatarios a siete pesos el metro cuadrado de terreno en Atenco y sus alrededores.
Fue una provocación que propició el levantamiento de los macheteros, activistas violentos con un objetivo político que usaron como pretexto la torpeza de las autoridades.
El panista Vicente Fox, adalid de la alternancia en Los Pinos, fue un buen candidato presidencial pero un mandatario con limitaciones colosales. El proyecto abortó. Dejó una sensación de frustración, de que no estábamos listos para cosas grandes.
No se trata de hacer escarnio de nadie, pero lo cierto es que hoy se han manejado las cosas con un oficio político que permite adelantar que las obras comenzarán el mes que entra.
Que en la presentación del proyecto hayan acompañado a Peña Nieto el gobernador mexiquense Eruviel Ávila y el Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Mancera, no deja sombra de duda.
Las obras empezarán en octubre, porque la promoción arrancó desde el momento mismo en que se develó la maqueta que apareció en medios nacionales y extranjeros. El gabinete presidencial en pleno, no sólo el titular de Comunicaciones y Transportes, se ha volcado a señalar ante la opinión pública los alcances de la obra que rescatará de una añeja marginación la zona oriente del Valle de México.
No se trata, claro está, de repetir los errores en la construcción del actual aeropuerto edificando un enclave moderno en una zona peligrosa, con carencias sociales notables. Se trata de hacer, ahora sí, un proyecto de desarrollo.
Claro que hay desafíos políticos, sociales, ambientales, financieros por delante. Pero el arranque ha sido por demás alentador. Algunos políticos, como Obrador y Ebrard, volvieron a mostrar el cobre y la dirigencia de los macheteros ya comenzó a echar mano a los fierros como queriendo pelear.
No será una ruta plácida ni nada por el estilo, pero los grandes partidos nacionales, me refiero al PRI, al PAN y al PRD, ya cerraron filas. Hay un detalle que lo permite: la obra, su primera etapa, quedará lista después de que termine el actual gobierno.
Lo más seguro es que sea el próximo presidente, que todavía no sabemos de qué partido político será, quien corte el listón inaugural. Es una decisión de Estado, en el mejor sentido del término.
La Ciudad de México requiere de manera urgente el servicio de uno de los mejores aeropuertos del mundo porque es una de las ciudades más importantes del mundo y el aeropuerto actual está a punto del colapso, es peligroso y poco funcional.
El gobierno ha podido señalar de manera precisa cuántos empleos creará la construcción del aeropuerto justo cuando la demanda por fuentes de trabajo es la principal demanda de la gente que no quiere dádivas sino oportunidades reales de prosperar como resultado de su trabajo.
Desde luego, es de suma importancia manejar el tema con total transparencia en todas sus etapas, destacando por supuesto el apartado de las licitaciones de construcción. Que la modernidad no se limite al diseño sino sobre todo al proceso, que todo quede claro para no ir guardando esqueletos en el clóset que tarde o temprano salen a la luz para espantar a más de uno.
La construcción de la Estela de Luz y de la Línea 12 pueden servir de ejemplo de lo que no se debe hacer. No procede dilapidar recursos públicos, ayudar a los compadres, apresurarse, crear un caos administrativo para obtener una ganancia personal. No se vale que los expedientes de la construcción del aeropuerto se escondan para no suscitar escándalos.
Es una obra que supone un cambio cualitativo al que muchos mexicanos aspiramos. Ya conocimos la maqueta más fotografiada de la historia.
Es imponente pero irreal. Lo que sigue es poner en marcha una obra pública concreta, impecable, profesional, transparente, rigurosa, que sea motivo de orgullo y optimismo.