El último vuelo de Cerati, «el ángel eléctrico»

Vivir en un presente constante fue un karma y una profecía autocumplida. Mi pasión del porvenir es la eternidad. No me hablen de esperanzas vagas, persigo realidad, decía el argentino
Fue un ángel eléctrico, un hombre alado, un habitante de lo extremo. Guitarrista y cantante eximio, inspirador de varias generaciones y artista esencial del rock argentino con proyección internacional, Gustavo Cerati murió ayer a los 55 años. Apenas se conoció la noticia, se lo evocó con música, lágrimas y la con cierto dejo de tristeza que suele sobreviene cuando se ahoga una esperanza, aunque sin dudas a su figura y sus canciones les aguarda esa eternidad con la que él tanto soñó
El paso del tiempo ha sido una obsesión sin límite para Cerati. «Cuidado con Dorian Gray y su espejo retrovisor», cantaba ya a los 20 años, a principios de la década de los 80, en los comienzos de Soda Stereo. «Rebobinando hacia adelante, te alcanzo», escribió para «Déjà vu», tema de su último álbum solista, editado en 2009. En el medio, encerró esa obsesión en una de esas definiciones pop que lo hicieron uno de los artistas más relevantes de América latina, con palabras que marcaron su camino hasta los últimos días y que, seguramente, lo sobrevivirán: «Siempre es hoy».
«Siempre es hoy, como frase o como eslogan, es un concepto que, de alguna manera, siempre usé en mis canciones. Lo que me parece interesante es la energía que proyecta esa idea. Es como la respuesta o la justificación a esa necesidad de permanecer en el tiempo», decía, en 2002.
Quiso el destino que desde aquella noche del 15 de mayo de 2010, cuando sufrió el ACV que lo dejó en coma durante cuatro años y cuatro meses, su frase emblema lo sobrevolara a cada instante. Vivir en un presente constante fue un karma y una profecía autocumplida. «Mi pasión del porvenir es la eternidad. No me hablen de esperanzas vagas, persigo realidad.»
En su obra, «Siempre es hoy» funcionó como un faro similar a aquel «mañana es mejor», de Luis Alberto Spinetta, potenciado aquí por la fantasía personal de permanecer, de durar, de eternizarse. Una ambición con banda sonora que mantuvo desde su adolescencia, cuando por primera vez escuchó a Jimi Hendrix con la cabeza metida entre los parlantes del combinado familiar.
No hay una fecha exacta, pero desde hace décadas su música cumplió aquel sueño de eternidad. «Por favor, déjame vivir este sueño, el mejor que he tenido», cantó en una de sus canciones más sónicas.
Enemigo del pensamiento hermético, Cerati chocó de frente con el rock de los 80 a puro desparpajo, con luces estroboscópicas pegándote en la cara y la necesidad de explotar que se corporizó con la democracia y que utilizó la imagen como medio. El ojo en tu ojo. «Cuando Soda Stereo empezó a tomar forma, quisimos hacer algo estético, que tuviera una imagen propia. Pensamos en la idea, el concepto del grupo, cómo teníamos que vestirnos y aparecer en público. Todo eso fue pensado por nosotros mucho antes de grabar», decía Cerati, orgulloso ante la prensa, en 1985, en medio de la marea de su segundo disco, Nada personal, en el instante previo al estallido de la sodamanía en América latina.
«El mérito mío tiene más que ver con la comunicación que con la idea de ser vanguardia. Mi estrella tiene que ver con el pop y con que la gente lo entienda. Yo soy un comunicador, más que un poeta», solía excusarse con esa capacidad innata para el verso-eslogan, de manual publicitario si se quiere, con el que retrató con inteligencia y sensualidad esta era dorada de la imagen. «Dejalo ser, dejalo sacudirse bien. No hay trampa en esto. Ya vas a ver cómo tu cuerpo se abre. No esperes más de mí.»
La contradicción permanente («una de mis principales sensaciones es que estoy dispuesto a traicionarme todas las veces que sean necesarias con respecto a lo que hago»); la obsesión por la musicalidad de las palabras («siempre escribí las letras pensando más en su sonoridad que en lo que significan en sí las palabras»); la autoimpuesta obligación de mantenerse en movimiento («mis discos son como una fotografía que sacó otro mientras yo ya estoy en otro lugar»); el amor por la multiplicidad («creo que me diversifico lo más posible, porque en todo esto encuentro emoción o algo que me hace bien. Siempre estuve lleno de contrastes»), y el exigente cuidado de la imagen.