«La tecnología acabó con el fotógrafo artesano»: Moya

Rodrigo Moya es de esos fotoperiodistas que se extinguieron cuando aparecieron las cámaras digitales y la fotografía dejó de ser un oficio marginal, para convertirse en una profesión de moda. De aquellos que teorizaban y reflexionaban sobre su quehacer en las cantinas, que seguían las marchas por motivos profesionales pero sobre todo por empatías ideológicas, que retrataba a los movimientos y a la gente que les importaba, lo mismo unos campesinos en pie de lucha que a los obreros hundidos en la miseria.

Su cámara dejó registro de un México que, dice con pesar, aún existe pero ya a casi nadie le importa: “Si un fotógrafo fuera ahora a hacer un reportaje sobre los pobres de la sierra de Morelos, que viven en condiciones miserables, ¿quién lo publicaría? Nadie”.

La tragedia humana, los movimientos sociales, la protesta juvenil, las guerras, todo aquello que lo motivó a tomar su cámara Leitz 1957 –que conserva “como si fuera una escultura”- es parte de una realidad que permanece. “Incluso es peor que hace 50 años”, pero los fotógrafos, ahora, carecen de la pasión que hermanaba al gremio y a la generación a la que perteneció.

Moya, el que se llevará a la tumba la verdadera historia detrás de aquella imagen de Gabriel García Márquez con el ojo morado que le pintó Mario Vargas Llosa, el autor de una de las imágenes míticas del Che, el que retrató a la ciudad y a sus habitantes, celebra 80 años de vida sin arrepentimientos, sin nostalgias por lo que fue y vivió, y con el asombro de un niño que ve las nuevas tecnologías con temor y sorpresa.

“Jamás verán una foto mía digital, lo mío era la plata gelatina, el cuarto oscuro, los negativos”, dice durante un encuentro con reporteros.

“Los jóvenes fotógrafos son ahora gente acomodada que toma cursos de fotografía, que exponen a su costo, viajan, hablan otro idioma, son cosmopolitas, en general son más cultos que mi generación; nosotros éramos una bola de barbajanes. Había un grupo de fotógrafos como Nacho López, Hugo Menéndez, con los que sí hablaba de foto y nos íbamos a lugares especiales a los que llamábamos túnel del tiempo porque no sabíamos a qué hora íbamos a salir. Todos los fotógrafos, habíamos surgido de la clase proletaria, con muy poco interés en la fotografía, es decir que sólo dábamos flachazo y ya, y sin embargo había gente notable”, cuenta.

“Fui un buen fotógrafo”

Moya se inició en el periodismo en 1955 en el semanario Impacto, y en 1964 cerró su ciclo como reportero gráfico en Sucesos. Atestiguó las invasiones de Estados Unidos a Santo Domingo y Panamá, y realizó en la Sierra Falcón la serie Guerrilleros en la niebla, que publicóThe Guardian, y donde retrató a la insurgencia venezolana bajo el supuesto de que el Che Guevara, ya desaparecido, estaba entre sus filas.

En la década de los 50 conoció a García Márquez; en 1967, el retrato que le hizo a él apareció en la primera edición en inglés de Cien años de soledad. De 1968 a 1990 dirigió la revista mensual Técnica pesquera.

En 2002 presentó en Xalapa Fuera de Moda, su primera exposición individual, a la que habría de sumarse Cuba Mía, que viajó a Milán, Argel, Dublín, Nueva Delhi, Viena y la Habana. El libroFoto Insurrecta fue resultado de una investigación sobre su trabajo a cargo de Alfonso Morales y Juan Manuel Arreocochea. Luego hubo otros libros.

Fue su primera exposición la que provocó un redescubrimiento del Moya fotoperiodista, que había estado enterrado por más de 30 años. “Hasta que llegué a Cuernavaca hace 16 años empezamos a revisar ese archivo y es hasta ahora que me ven como fotógrafo”, cuenta.

Moya sólo fue fotoperiodista 14 años porque era un oficio que no le proveía los recursos para mantener una familia, entonces se enroló en la foto pesquera. Al cabo de un tiempo dejó la ciudad de México para vivir en Cuernavaca, al lado de su esposa Susan Flaherty. “Quemamos las naves y nos fuimos, la ciudad era ya muy imposible”, dice.

La edad, dice, lo ha hecho tener otra perspectiva del fotógrafo que fue y de lo que significa llevar al hombro una cámara. “Un fotógrafo es un medio para transmitir al otro lo que en la imagen está, lo que somos, nuestra educación, nuestros intereses; somos la razón de por qué se tomó una cosa y no la otra. Una buena foto es la que transmite una emoción. Fui un buen fotógrafo porque tenía una gran pasión. Lo dejé porque no tenía tiempo para seguir en ello”, cuenta.

El archivo de su trabajo fotográfico está divido en tres: fotoperiodismo, pesca y familia. “Noventa por ciento de lo que yo hacía no tenía destino, no lo hice para que apareciera en algún lugar, sino porque eran mis emociones: una esquina, un rostro, algo que me gustaba y lo capturaba. No me arrepiento de haber dejado todo eso, pero sí de no haber hecho algunas cosas por temor a parecerme a Manuel Álvarez Bravo. Por ejemplo no fotografié a las clases medias, mi archivo está circunscrito a las clases bajas”.

Moya, nacido en Colombia el 10 de abril, tiene un andar lento, pero un ánimo juvenil. Le emociona discutir con los reporteros sobre un tiempo que, asegura, no comprende, pero le intriga, el tiempo de una sociedad atada al consumismo y a la comunicación global en la que se diluye cualquier movimiento social.

“Pensemos en la Primavera Árabe, en el movimiento Yosoy132, se acabaron. Me gusta hablar sobre la gran estafa de las tecnologías, lo dije desde que aparecieron las cámaras digitales: que se acabaría el fotógrafo artesano, que seríamos presa de los grandes laboratorios. Además, tenemos que estar al día, acabamos comprando los experimentos de las empresas cada vez que cambiamos de modelo de teléfono, por ejemplo. Yo por eso seguiré siendo opositor al paradigma del mundo actual que es joder al prójimo a como dé lugar”.

Moya exhibirá Tiempos tangibles, compuesta por 110 imágenes, en el Museo Regional de la Alhóndiga de Granaditas de Guanajuato, del 8 al 26 de octubre; en las vallas del Foro de la Alhóndiga expondrá, Célebres y anónimos, con 26 retratos de personalidades como Ernesto Guevara, María Félix, Celia Cruz, Carlos Fuentes, junto a estudiantes, campesinos, maestros, pescadores. Las muestras estarán durante el Festival Internacional Cervantino.

Al homenaje por sus 80 años se suma el Centro de la Imagen con la publicación del libro Rodrigo Moya. El telescopio interior, con crónicas y memorias en torno a la fotografía escritos por él, y reflexiones de otros autores.