Tenochtitlan, la caída de un imperio entre profecías

El Escudo Nacional es la parte esencial de la bandera mexicana. Dado que con lábaros de otros países comparte los colores verde, blanco y rojo, el águila posada sobre un nopal y devorando una serpiente la distingue de las demás en el orbe.
Es precisamente la imagen que los fundadores de la ciudad de México-Tenochtitlan vieron en el islote del lago de Texcoco a partir del cual erigieron la antigua capital del imperio azteca y que cayó hace 493 años, el 13 de agosto de 1521.
Huitzilopochtli, máxima deidad del también llamado pueblo mexica, dijo a dicho grupo indígena que se estableciera en el sitio donde vieran a un águila devorando una serpiente, lo cual ocurrió en 1325.
Antes, el dios dividió a su pueblo en dos y pidió a cada bando fundar las ciudades de México-Tlatelolco y México-Tenochtitlan, señala el Instituto Nacional de Antropología e Historia en su página de Internet.
La geografía del lugar permitió un diseño idóneo para la supervivencia de sus habitantes y diversas actividades como el comercio, además de que representó un sitio fundamental para la estrategia militar, describe la Secretaría de Educación Pública (SEP) en su portal electrónico.
Por esas características, «la capital de los mexicanos se convirtió en una de las mayores ciudades de su época en todo el mundo y fue la cabeza de un poderoso Estado que dominó una gran parte de Mesoamérica», añade.
Su arquitectura mostró la capacidad de construcción de los mexicas, que con puentes, acueductos, calzadas, avenidas, tecnología para separar el agua dulce de la salada y el Templo Mayor, edificación dedicada al dios de la lluvia, Tláloc, sorprendieron a los españoles a su llegada.
La ciudad tenía una extensión de tres kilómetros cuadrados y en ella habitaban más de dos mil personas por kilómetro cuadrado, refiere la dependencia federal, que destaca que «México-Tenochtitlan fue ejemplo de una metrópoli bien estructurada, higiénica y organizada».
Tlatelolco destacó más por la actividad comercial, mientras que Tenochtitlan lo hizo por su poderío militar y político.
Al tener diferencias, los pueblos de Tlatelolco y Tenochtitlan, afirma la página de internet del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), tuvieron diversos enfrentamientos y en 1473 los tlatelolcas se convirtieron en súbditos de los tenochcas, lo cual duró hasta el arribo de los españoles.
En el libro «La visión de los vencidos», Miguel León Portilla describe que había interés por saber si se avecinaba una guerra, por lo que hechiceros y sabios fueron interrogados, sin dar una respuesta real.
Sin embargo, «por ese tiempo apareció un pobre macehual (hombre del pueblo), venido de las costas del Golfo con las primeras noticias de la llegada de unas como «torres o cerros pequeños que venían flotando por encima del mar».
«En ellos venían gentes extrañas «de carnes muy blancas, más que nuestras carnes, todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da…», destaca el historiador mexicano.
Con esa descripción, el 8 de noviembre de 1519, el tlatoani Moctezuma Xocoyotzin conoció a Hernán Cortés y consideró que se trataba del dios Quetzalcóatl quien, de acuerdo con una leyenda, se internó en el mar prometiendo volver.
De acuerdo con los informantes de la máxima autoridad del imperio azteca, la llegada de los españoles sería catastrófica para la ciudad.
Llegado el momento, el miedo se apoderó de Moctezuma y en su afán por revertir la situación, envió magos y hechiceros para que con algún maleficio los enfermaran o se murieran.
Dichos intentos fracasaron, pues luego de varias batallas en las que consiguieron adeptos, algunos por temor y otros por venganza, como los tlaxcaltecas, así como una derrota conocida históricamente como la «Noche Triste», las huestes de Cortés se apoderaron de la capital del imperio azteca el 13 de agosto de 1521.
«El Códice Ramírez, que conserva fragmentos de una de la más antigua relación indígena hoy desaparecida, refiere que gracias al príncipe Ixtlilxóchitl, la gente de Tetzcoco se unió con facilidad a los conquistadores desde ese momento», enfatiza León Portilla.
Detalla que los conquistadores fueron encantados por el oro y que éstos fueron adorados como hijos del sol, y en muestra del agradecimiento del fervor, Cortés les declaró «el misterio de la creación del hombre», con lo que fueron moldeando la ideología religiosa.
Ya en la ciudad de Tenochtitlan, describe el autor de «La visión de los vencidos», los españoles fueron aniquilando a los opositores y adhiriendo a su ejército a otras civilizaciones.
Dos meses antes de la caída de Tenochtitlan, Cortés tomó el Recinto del Templo Mayor y el mando de la columna, pero no lograban que los mexicas aceptaran la derrota.
Pero un hecho de la naturaleza hizo que los mexicas lo tomaran como un mal presagio, porque se apreció un torbellino de fuego y chispas color sangre que indicaban lo peor para ellos.
«Y se vino a aparecer una como grande llama. Cuando anocheció; llovía, era cual rocío la lluvia. En este tiempo se mostró aquel fuego. Se dejó ver, apareció cual si viniera del cielo.