Reforma energética, después de la promulgación el aterrizaje

Durante su discurso de toma de posesión el primero de diciembre del 2012, emitido en Palacio Nacional, Enrique Peña Nieto dijo que lo haría y lo hizo. Propuso ese día un ambicioso paquete de reformas para, aseguró, transformar a México. Veinte meses después, en agosto del 2014, este lunes el Presidente promulgará en el mismo escenario las leyes secundarias en materia energética con lo que concluye el tramo legislativo de las reformas que prometió.
Decir y hacer no suele ser la regla de comportamiento de los políticos mexicanos que dicen una cosa y después se contradicen o esconden sus dichos en la parte más profunda del archivo muerto para que nadie se acuerde de ellos. En su toma de posesión Peña habló de la reforma educativa, de los cambios en materia de telecomunicaciones, de la reforma energética, entre otras, y hoy ya todas son una realidad legal. Lograrlo constituye una hazaña sin antecedes en la historia moderna del quehacer político mexicano.
Hay que regresar dos décadas para ver algo parecido con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte o de plano volver al Constituyente de Querétaro. Aquel primero de diciembre la gente salió del Palacio Nacional con la sensación de haber escuchado un catálogo de buenos propósitos que no resistirían la prueba del ácido, que es el ejercicio diario del gobierno. Ahí quedaron sobre la mesa las reformas propuestas pero ¿cómo las haría realidad? La respuesta llegó pronto con la firma del Pacto por México, un arreglo político inesperado pues el gobierno convirtió en interlocutores válidos a dos personajes que estaban de capa caída: los dirigentes nacionales de PAN y PRD, Gustavo Madero y Jesús Zambrano, respectivamente, que pasaron en pocas semanas de figuras irrelevantes condenadas a las sombras a protagonistas de cambios de dimensiones históricas como la reforma educativa. Al interior de sus respectivos partidos casi nadie les hablaba. Sus adversarios estaban listos para el asalto. Ambos, gracias al Pacto, siguen siendo dirigentes de sus partidos. La concepción del Pacto fue una idea genial. Puso a mover a México dentro de los cauces institucionales, primero en el marco del Pacto y después en el Congreso. El presidente contó con un equipo de primer orden: Osorio, Videgaray, Nuño, Camacho, Gamboa y Beltrones son políticos de grandes ligas probados casi todos en mil batallas que demostraron una eficacia notable.
Todas las reformas fueron importantes pero para el gobierno la más pretendida fue la reforma energética, que supone un nuevo modelo de desarrollo económico para el país. Para concretarla estuvo dispuesto a todo, hasta sacar de la chistera una reforma política-electoral que fue un riesgoso capricho de panistas y perredistas para seguir en la mesa de negociaciones. El gobierno y su partido mantuvieron el rumbo con disciplina, dispuestos a pagar el costo político, con tal de llegar justo a este día que con la promulgación de la reforma energética concluye el primer tercio del sexenio que se ha ido como agua.
La pregunta obligada es ¿qué sigue? La fiesta de hoy en Palacio Nacional será de las que quedan para platicar a los nietos, pues supone el fin de una época estrechamente vinculada a la ideología dominante del siglo pasado, el nacionalismo revolucionario, promovido con singular eficacia por el propio PRI que usó como plataforma la gesta de la nacionalización petrolera presidida por el general Lázaro Cárdenas a mediados de la década de los años 30. Los tiempos han cambiado y para promover cambios en materia de explotación petrolera se requirió un arrojo y una determinación similar a la de la gesta cardenista a la que trataron de asirse como tabla de salvación los legisladores de la izquierda que tenían la batalla perdida desde el principio pero que participaron en el debate de las ideas.
Lo que se busca al final del día es detonar crecimiento económico como única opción conocida para abatir la pobreza, el desempleo y la desigualdad social que son los males sociales más agudos del país. México ha crecido poco en los últmos años. Las reformas buscan remover obstáculos que impedían el arribo de inversiones productivas que son las únicas que derivan en bienestar para las familias mexicanas. Los inversionistas voltearán a vernos sólo si tienen la certeza de que pueden hacer en México buenos negocios, en eso no hay secretos ni falsos pudores. En los próximos meses se verá si el nuevo modelo de explotación energética cumple su cometido y atrae a nuevos inversionistas. Se ha dicho, pero vale la pena recuperarlo hoy, que las reformas no son mágicas, que del trabajo intenso nadie nos salva. Constituyen una manera diferente de hacer las cosas para obtener resultados distintos, pues los que veníamos consiguiendo son notoriamente insuficientes.
El gobierno ha reconocido que las reformas tardarán en madurar. En algunos casos sus frutos comenzarán a recolectarse una vez que este sexenio haya concluido. Peña Nieto asegura un lugar en la historia pero ahora procede que sus operadores políticos aseguren el triunfo del PRI en las próximas elecciones, lo que no será nada fácil pues aunque el tema de las reformas es lucidor, su impacto se diluye cuando se dice que los beneficios se sentirán a mediano plazo. La gente quiere mejorar hoy. Pocos mexicanos pueden hacer planes de mediano plazo.
Nadie en el gobierno puede perder de vista en esta justificada celebración que si bien la reforma energética se pudo concretar y eso supone un éxito político de época, lo importante, lo que cuenta es que ésta y las demás reformas cumplan su objetivo de atraer inversiones para incentivar el crecimiento económico. La gente quiere un cambio con certidumbre no un salto al vacío. Quiere que el cambio se sienta en su mesa y sus bolsillos. Si la transformación no sirve para vivir mejor que nos dejen como estábamos. La tarea a partir de hoy es que las reformas no se queden en calidad de fuegos artificiales, vistosos pero efímeros, sino que sean las palancas de desarrollo que le urgen al país.