Luego de dieciocho agotadores meses de debates y varias semanas-hora de discursos parlamentarios, los primeros análisis económicos de la crisis económica, el crecimiento corto y la urgencia de empleo y bienestar indican que las reformas estructurales no alcanzarán.
Hoy que se promulgarán las leyes secundarias energéticas y comenzaran a estudiarse los efectos en el desarrollo, las evaluaciones se han basado en tres indicadores: PIB, desempleo e índice de desarrollo humano.
1.- Luego de una tasa promedio del PIB de 6.1% anual en el periodo 1940-1982 con el desarrollo estabilizador y la crisis del desarrollo compartido, la estabilización neoliberal permitió un PIB promedio de 2.4% anual en el periodo 1983-2014 y a pesar del sueño guajiro de la modernización salinista que prometió el tratado de comercio libre.
Las expectativas oficiales del PIB en el corto plazo 2015-2019 pasaron de una tasa promedio anual estimada de 3.6% a una tasa promedio anual estimada de 5.1%; es decir, que las reformas aumentarían el PIB, a pesar del desgaste social y político de estos meses, apenas 1.5 puntos porcentuales de crecimiento económico.
El dato que permite consolidar expectativas señala que la economía mexicana debería de crecer 6.5% promedio anual sólo para darle empleo al 1.2 millones de mexicanos que se incorporan por primera vez al mercado de trabajo; para bajar el desempleo acumulado, el PIB debería crecer más del 6.5%. Por tanto, las reformas permitirán atenuar del bache pero no resolver el problema de empleo y bienestar.
2.- El principal detonador de bienestar de una economía es el empleo y el desempleo es el principal factor de inestabilidad social. El México idílico de 1940-1982 se basó en una tasa de PIB mayor al de la demanda de empleo formal. Pero la crisis arrastra el peor indicador del colapso: en el sexenio de Miguel de la Madrid 1982-1988 —con Carlos Salinas de Gortari como el estratega de política económica— la economía tuvo un PIB anual promedio de 0%, es decir, que el PIB real de 1982 fue igual al de 1988. Por tanto, cuando menos seis millones de mexicanos se incorporaron al desempleo y subempleo. A partir de 1982 la economía apenas pudo crear un tercio de los empleos formales; los dos tercios restantes se incorporaron al desempleo y al subempleo.
Por tanto, el principal punto de referencia de las reformas será medirlas en función con la demanda de empleo: el 5.1% promedio anual de PIB para el periodo 2015-2019 será una gran ayuda pero no resolverá siquiera la demanda anual de empleo formal. Los datos del INEGI son demoledores: el 58.99% de la población ocupada está en la “tasa de informalidad laboral” y la “tasa de ocupación parcial y desocupación” es del 15% de la población económicamente activa. Así, el PIB esperado con reformas será insuficiente para atender la demanda de empleo.
3.- El reciente informe de desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo coloca a México en el lugar 79 de 189 considerados, con una tasa de 0.756, con Noruega con 0.944 y los Estados Unidos con 0.914. Y el coeficiente de desigualdad de México fue 22.3, contra el de mayor desigualdad de Sierra Leona con 43.6 y Noruega con 5.5. Estos datos revelan que la desigualdad en México es estructural y no se resolverá en breve.
Estos datos muestran que las reformas estructurales serán apenas un alivio pero no sacaran al país de la desigualdad, pobreza y deterioro productivo. Y revelarán que el país necesita de un nuevo modelo de desarrollo más audaz y estructural que el que se vio tímidamente en las reformas. Sin un nuevo modelo de desarrollo, las reformas se ahogarán en la inercia, los corporativismos latentes y la corrupción, como le ocurrió al sueño guajiro de Salinas de Gortari y su TCL.