La otra arista de los salarios mínimos

Tire la primera piedra quien no busque comprador. ¿Es mejor la prostitución intelectual que la del cuerpo? La prostitución significa la publicidad de una mujer para una cultura milenaria que acostumbra confinar a sus mujeres tras las paredes de lo privado. ¡Hace tan poco relativamente que empezamos a salirnos a la calle!
¿Quién escapa de ostentarse a sí como mercancía, su yo-producto? ¿Por qué la prostitución nos hace hablar en voz baja y mirar mórbidamente de soslayo? ¿Por qué la vergüenza de la desvergüenza? ¿Por qué nos horrorizan las “mujeres públicas”? Ahora las “públicas” hemos diversificado las ocupaciones, en la antigua Roma eran públicas las prostitutas.
Tal vez como al poeta Baudelaire nos de miedo ver la belleza maldita. Poesía, es el acto performativo entre la subjetividad y el cuerpo que se colocan en el lugar de lo visible y sus poder: el desafío que viene de lo de más abajo (social y corporal), posesión del demonio; transacción pública entre puros cuerpos; violenta provocación que llama a juicio y violencia.
“De perdida gano más”, ¿quieren ser “rescatadas”? Inadmisible el moralismo de que ninguna mujer desea y decide ser prostituta, porque siempre es consecuencia de la pobreza y de la miseria humana. A discusión nuestra relación con el cuerpo, y nuestra visión del mundo, en el que hemos admitido que sea mercancía. Nuestro cuerpo realizado por el marketing.
La prostitución no incurre en la categorización de lo bueno y lo malo: es por sí misma siempre en el vértice de nuestras contradicciones morales, pero políticas: La prostitución es un acto político que denuncia por atrás del espejo, a la añeja relación que hemos venido manteniendo con el cuerpo, sumidos en la vergüenza y el temor de un dios al que se le atribuye una iglesia fundada en el vientre sin voluntad ni gozo de una madre que lo fue por designio divino: impoluta a ese costo.
La biología como destino para las mujeres. No se ayunta por placer sino por voluntad de la iglesia de un dios en cuyo nombre se mandata procrear; ese –dicen- es su plan. El placer es libertario y clandestino. No es lugar del placer –lo es de la violencia- el mismo colchón al que concurren el Estado y la Iglesia, dirigiendo la escena.
Ni radica la sordidez en el ayuntamiento entre la prostituta y su comprador; ésta proviene de las miradas-estigma del discurso teológico hetero-patriarcal que nos domina; las institucionales señoras que se deslindan furiosamente de la transacción comercial y desinteresada de la prostituta; tal vez porque ellas se intercambian mucho menos desinteresadamente: la reyerta entre los sexos en su extremo pueril.
La prostitución, está en la contradicción entre la necesaria laicidad del Estado acosado permanentemente por los juicios de la buena moral teológicamente sustentada y que pretende universalizarse como valor único; la clase política carente de acervo y de imaginación es incapaz de salvaguardar ni transmitir el sentido de laicidad en las acciones; se confunden. No se puede perseguir a la prostitución identificándola con la trata de personas y censurándola. Las transacciones voluntarias de la prostitución diversificada no son punibles. Otra cosa la trata de personas.
Mancera además de acreditarl@s como trabajador@s “decentes” (en terminología de la OIT) y situarl@s en la vía de conquistar sus derechos, deberá limpiar el pozo insondable de la corrupción en las delegaciones que cobran el derecho de piso. Y Patricia Mercado, Secretaria del Trabajo, tendrá que lograr que su credencialización no sea un acto más de la catalogación y la higienización de l@s trabajador@s sexuales. O toda la intención será cooptada por la corrupción de la ciudad: más violencia.