Lo que amenazaba con ser una muestra del México bronco contra las reformas terminó diluida por dos razones: no fue numerosa para apuntalar las amenazas del PRD en la cámara de diputados y el gobierno del DF evitó el conflicto callejero.
Al final, los diversos membretes de organizaciones campesinas dejaron un mensaje político bastante interesante: la disminución de la potencialidad conflictiva de los movimientos sociales que habían tomado las calles para convertir sus protestas en decisiones de gobierno.
Lo sorprendente fue el hecho de que los líderes de grupos campesinos otrora radicalizados y violentos el miércoles de la semana pasada se mostraron desmovilizados; y lo más interesante fue que esos líderes agradecieron en una reunión al jefe de gobierno del DF, Miguel Ángel Mancera, la operación de una marcha sin afectar a terceros y sus oficios para una mesa de trabajo en Gobernación.
Lo demás quedó implícito: la marcha fue un fracaso porque amenazan con llenar las calles del DF con casi cien mil campesinos enfurecidos y fueron menos de quince mil, la marcha iba a ser catapultada por el PRD en la cámara de diputados como el despertar del México bronco y por la vía de la presión de la movilización en las calles iban a reventar las leyes secundarias de la reforma energética.
Mientras los legisladores perredistas usaban la calle como advertencia de lo que venía, los líderes de diversas y hasta encontradas organizaciones campesinas estaban cómodamente reunidos con Mancera para agradecerle el buen desarrollo de la marcha. Y entre los agradecidos estaba Alfonso Ramírez Cuéllar, el belicoso dirigente de El Barzón que llegó a meter caballos nerviosos en la cámara y ahora aparecía agradeciendo al poder la realización de una marcha anticlimática.
El dato contrapuntea con el grado de conflictividad de las movilizaciones callejeras antisistémicas aquí mismo en la ciudad de México y en otras partes de la república, significativamente la de Puebla que terminó en violencia. El mensaje que dejó Puebla y el DF en realidad afecta el sentido político de la protesta: antisistémica contra el PRI y el PAN y notoriamente domesticada contra gobiernos del PRD.
El gobierno de Mancera hubo de pasar año y medio de conflictos en las calles y el uso de la policía para controlar disturbios, desde aquella violencia del primero de diciembre orquestada por seguidores de López Obrador para reventar la toma de posesión del presidente Peña Nieto. Con la CNTE movilizada y la violencia de los anarcos, el GDF logró imponer el criterio de aceptar la protesta en las calles pero impedir los bloqueos. La técnica policiaca del encapsulamiento anuló la estrategia de la protesta social callejera de cerrar calles y provocar el caos urbano.
Con la operación política del miércoles, el gobierno perredista del DF acotó una de las estrategias —quizá la única— de la oposición mayoritariamente perredista contra la autoridad para obligarla a someterse a la voluntad de la masa. Y con esa maniobra, Mancera aportó técnicas de administración de la crisis callejera a gobiernos que siguen utilizando la fuerza para disolver manifestaciones.
El grave problema que instaló en el pasado el PRD en el DF fue justamente el de los plantones y cierres de avenidas para provocar la represión y generar las víctimas que reactivan los movimientos sociales de protestas; la profesionalización de la protesta fortaleció a algunas tribus perredistas en disputas internas y en conquista de privilegios para sus movilizados. Al meter orden en las marchas sin provocar la violencia, el GDF encontró finalmente la fórmula para impedir la paralización de la ciudad, aunque a costa de quitarle valor de uso a las marchas.
Así, los habitantes del DF tienen algo que agradecerle al gobierno de Mancera.