Aumenta papel de la mujer en plagios

Por aquellos días de 2011, así plagiaban Los Zetas en Torreón, Coahuila: hombres vestidos de civil con armas largas llegaban en las primeras horas del día a la casa elegida y rompían las puertas; uno de ellos entraba por los habitantes, otro por los objetos de valor y uno más vigilaba la calle. Un modus operandiconocido, así que cuando un comando tronó el zaguán y un hombre armado le puso un rifle en la nuca, ella dejó la sartén con la certeza de que la iban a raptar.
“Estaba ‘caliente’ la zona, por eso pensé que era un ‘levantón’… nunca pensé que iba a ser lo contrario”, cuenta Anahí mientras se protege del sol que pega en la prisión femenil de Santa Martha Acatitla con una gorra con pedrería de fantasía.
Tiene 29 años y cuenta así su conversión de víctima a victimaria: el hombre que la tenía encañonada la obligó a entrar a una de las dos camionetas estacionadas frente a su casa. Obedeció al ver a su esposo pisoteado. La doblaron con un golpe y un “¡ora sí, culera, nos vas a llevar con tu hermano!”. Si les dijo adonde conducir, fue porque la subieron con su hijo de nueve años.
Cuando llegaron a casa de sus papás, Anahí vio cómo a su hermano lo metieron al segundo vehículo junto con su esposo. Antes de que las camionetas arrancaran, le dejaron bajar a su hijo. Después de minutos de angustia aparcaron en la Fiscalía General del Estado de Coahuila, donde les dijeron que los llevarían al DF para investigarlos por señalamientos de secuestro.
“No hablaba, no reía, no lloraba. Estaba en shock”, recuerda sobre ese viaje que duró 20 horas, cuando normalmente se hace en 10. De madrugada. Entre cuatro hombres armados. Sin un vaso de agua. “Me golpeaban la cabeza, que no me hiciera pendeja, me tocaban las piernas”, recuerda Anahí.
Llegaron a la Fiscalía Antisecuestros de la Procuraduría del DF, donde pudo ver a su esposo durante unos minutos. “Dijeron que te violaron, ¿estás bien?”, preguntó él. “Todos fueron amables”, mintió. “Ya firmé [me incriminé], ya te vas. Luego me voy yo…”, la tranquilizó. Pero Anahí nunca se fue.
La llevaron al Reclusorio Sur, donde un juez le dictó 30 días de arraigo, es decir, mientras las autoridades reunían evidencias para hallarla culpable, ella viviría en una casa cuyo exterior es resguardado por guardias armados y cuyo interior no permite puertas, celular, televisión, ni ir sola al baño.