El primer tren con prisioneros hacia un campo de exterminio nazi no transportaba judíos, llevaba españoles. La fotógrafa Vida Yovanovich lo descubrió en Austria, buscando sus orígenes judíos en el campo de concentración de Mauthausen. En aquel lugar, a las orillas del Danubio, los nazis no exterminaban a sus cautivos utilizando cámaras de gas sino que les condenaban a realizar trabajos forzados hasta la muerte.
En 1942 la población más grande dentro del campo era de españoles —se calcula que llegaron unos siete mil de los cuales sólo lograron salir dos mil—. El resto de la población incluía al menos otras 16 nacionalidades: belgas, franceses, búlgaros, rusos, checos, serbios, polacos, griegos, italianos y neerlandeses, entre otros.
Los españoles eran republicanos que “llegaron a Francia, que les abrió las puertas después de la Guerra Civil. Muchos de estos refugiados se fueron al frente a pelear, pero cuando Hitler invade Francia, le pregunta a Franco ‘¿qué hago con tus prisioneros?’. Franco le contestó: ‘haz lo que quieras con ellos, son apátridas’”.
Vida Yovanovich llegó a Mauthausen con una beca y un proyecto familiar que desarrollar: “Vengo de una familia que en parte es judía, soy una mezcla de religiones; mi padre era griego ortodoxo, mi madre era católica judía. Es una rama que empiezo a descubrir desde que mueren mis padres y a la edad que tengo empiezo a buscar de dónde es que viene esa línea y que hay dentro de ese silencio que hubo siempre en mi casa alrededor de una historia y de un duelo muy fuerte”, recuerda.
Pero las cosas fueron cambiando. La artista, nacida en La Habana y residente en México desde 1956, fue adentrándose y descubriendo más y más cosas sobre el llamado “campo de los españoles”. Supo que se construyó ahí porque existía un pueblo (el mismo que da nombre al campo) y había una línea de ferrocarril, pero también porque había un muro de cantera, en el que se hacía trabajar hasta la muerte a los prisioneros.
“En realidad es un proyecto que hice por una historia familiar, pero de pronto se transformó en lo que llamo la memoria histórica; se transformó porque al poco tiempo de estar ahí fui descubriendo cosas. Me involucré y me sentí responsable, fue una cosa muy fuerte”, dice.
Luego de tres meses en Mauthausen, Yovanovich concibió siete instalaciones —las cuales integran registros fotográficos, de audio y video— que reunidas bajo el título Grita en silencio/ Memoria que se borra, se inauguran hoy en el Laboratorio Arte Alameda.
“Lo que intento con mi trabajo es que la memoria nos ayude a ver el futuro de otra manera. No se trata de una exposición para ser guiada, es una exposición que debe ser vivida y sentida; de lo que hablo es de lo que he llamado la memoria histórica. La memoria de lo que ha sucedido en la historia es lo que es, no podemos hacer nada con el pasado pero sí podemos hacer algo con el recuerdo del pasado para crear un futuro mejor”, dice.
Dos preguntas a la entrada reciben al visitante: ¿Qué pasa cuando la memoria se borra?, ¿Qué pasa cuando se grita en silencio? A lo largo de las siete instalaciones, pensadas en función de la arquitectura del espacio, Yovanovich no busca hablar sólo del terror de un campo de concentración, tampoco se refiere al holocausto. “La memoria no es una cuestión del pasado, sino del futuro”, esa frase de Jacques Derrida, guía el trabajo de Yovanovich.
La muestra de paso, ha sido una oportunidad para la artista de experimentar por primera vez con la fotografía digital y la imagen en color. También es la primera vez que en su trabajo no hay presencia humana; sólo en una imagen, en la que quizás recurre a un lugar común para hablar del futuro.
El resto son evocaciones, poéticas y contundentes, de las heridas que el pasado puede dejar en el hombre como recuerdo de su propia brutalidad.