Mario Tomás González Ricaño, policía desde hace más de 26 años, dice a un Diario de circulación nacional que lo habían dado por muerto. Durante la refriega que la Policía Estatal protagonizó con habitantes de San Bernardino Chalchihuapan, fue tomado como rehén y golpeado brutalmente.
En enero cumplirá 27 años de servicio policiaco. Su ingreso es el sustento para su familia y en especial para el futuro de sus dos hijas menores de edad. A sus 45 años, agradece estar vivo.
Desde la cama del hospital y aún sin poder moverse por completo, recuerda los momentos que entre 15 y 20 sujetos lo golpeaban y le lanzaban piedras al intentar privarlo de la vida durante el desalojo de pobladores que mantenían tomada la autopista Puebla-Atlixco.
Con la experiencia de haber participado en la liberación de varias vías de comunicación y en el rescate de personas a punto de ser linchadas, así como en la presencia preventiva de múltiples manifestaciones, revela que el enfrentamiento del pasado 9 de julio fue completamente diferente:
“Se veían a unas personas como de 25 años que iban cubiertos de la cara y son los que incitaban a la gente; llevaban las bombas molotov en las manos y gritaban ‘hay que quemarlos’, como si hubieran sido contratados porros de México para que vinieran a reforzar al pueblo, porque ya llevaban bombas y ya sabían ellos cómo atacarnos con los cohetes”, relata el agente.
“Nos superaron en número”
Aún no puede sostenerse en pie, tiene traumatismo craneoencefálico, esguince cervical, lesiones por estallamiento de un cohete en la pantorrilla y está policontundido ante los golpes que le propinaron con palos, tubos y piedras.
Durante la refriega, estaba hasta la parte de adelante en el bloque de elementos estatales que tenían la consigna de reabrir la circulación y recuerda que los manifestantes, enardecidos, empezaron a lanzar todo tipo de objetos contra los policías, incluidas piedras, tubos, palos y hasta bombas molotov y sobre todo, se distribuían entre ellos y lanzaban cohetones.
En un momento, recuerda, los supuestos pobladores superaron en número a los policías y se abalanzaron contra el grupo de uniformados, alcanzaron a retenerlo junto a un compañero.
“Me arrebataron primero el escudo y luego el casco; me golpearon con una piedra en la cabeza y fue cuando caí en el piso, al caer vi cómo brotaba la sangre de mi cabeza, me cubrí y fue cuando me aventaron otra piedra encima, y gritaba la gente, ‘vamos a quemarlos de una vez y vamos a matarlos’”.
Hace pausas, respira lentamente y expresa que estar vivo significa una segunda oportunidad para él y su familia. Ahora, su preocupación principal es recuperarse para regresar a trabajar y espera no tener secuelas de por vida.