Hace meses que no aparece en los medios. No le contesta el teléfono a los reporteros y a quien le responde, lo pasa de largo.
Se niega a dar entrevistas, sobre todo si es de “ciertos” temas, como el de José Manuel Mireles.
Estanislao Beltrán baja de su vieja camioneta guinda abotonándose la casaca azul con bordados blancos que lo distingue como oficial de la Fuerza Rural. Accede a hablar con un Diario de circulación nacional luego de múltiples insistencias y de que por teléfono se dijo cansado de que lo acusaran “de cosas que no son”.
Es sábado y el ambiente está bochornoso y caldeado por la agitación que provocó un día antes la detención del otrora líder de las autodefensas de esta región, José Manuel Mireles Valverde.
“Yo le dije [a Mireles] que esto iba a pasar si caminaba hacia allá [a La Mira]. Hace un mes platicamos y le dije que no, que todavía no era tiempo de ir, que debíamos primero limpiar poco a poco, como en una casa, por partes”, afirma casi en tono de regaño. Se resiste a mencionar a Mireles directamente.
Se niega a opinar o a establecer juicios sobre la detención del oriundo de Tepalcatepec, pero su discurso es casi el eco del discurso oficial del gobierno federal y ahora también del estatal, sobre el apego a la legalidad.
Lo único que expresa diferente del gobierno, con la autoridad que sólo dan los años de una vieja amistad, es que “es muy atrabancado, siempre ha sido así, hace las cosas por su cuenta”.
Habla en plural: “Nosotros creemos que la mejor opción es legalizarnos porque es la mejor forma de luchar”, dice en voz alta, cosa rara en él que se distingue por su carácter afable y voz suave, casi de tono paternal.
Y explica: “El Consejo General de Autodefensas ya había expulsado a los de Caleta porque mataron a cinco personas y no quisieron sumarse con nosotros. Los invitamos dos veces a una reunión para explicarles cómo iban a hacer las cosas y no quisieron, no se presentaron. A la tercera asamblea que celebramos, no se presentaron. La asamblea, no yo, decidió expulsarlos porque estaban haciendo lo que querían, sin tomar en cuenta al movimiento real”.
—¿José Manuel Mireles tuvo que ver?, —se le pregunta.
Contesta como si no hubiera oído la pregunta: “Caleta ya no es parte del movimiento original, fueron expulsados y ahora vuelven a irse y ahí están las consecuencias. Desde que nos uniformamos acordamos que íbamos a andar bien para poder avanzar y estar coordinados con las fuerzas policiacas, como en Arteaga donde hicimos un movimiento ordenado y conjunto. Nos salió bien”.
‘Papá Pitufo’, el ex líder de las autodefensas en Buenavista, quien ahora porta la credencial 0792 que lo distingue como jefe de grupo de Operaciones Especiales de la Fuerza Rural, adscrito a la Dirección de Seguridad Pública, se rasca la cabeza antes de lanzar al aire casi en desahogo: “Yo no soy un traidor, ni me he robado ni un veinte.
“Esas son cosas que dicen muchos porque tienen intereses, puras habladurías, hablan sin saber”, dice molesto.
Se refiere a lo que publican en las redes sociales, a lo que divulgan a través de diferentes medios los simpatizantes de José Manuel Mireles Valverde, hoy preso en el Cefereso II del estado de Sonora, y que no lo bajan de traidor al movimiento, cercano a Alfredo Castillo y sobre todo culpable de la división del movimiento.
Le duelen las acusaciones
Estanislao Beltrán Torres, el otrora amigo de Mireles, compañero de luchas sangrientas y cuidador personal del líder de las autodefensas cuando se accidentó en una avioneta en enero pasado, se confiesa “triste, dolido, por todo lo que se dice”.
‘Papá Pitufo’ explica que los ex autodefensas que hoy se han convertido a las Fuerzas Rurales “están contentos, trabajando, con credenciales, pero también están sujetos a investigaciones y si alguno de ellos sale culpable de algún delito, que se lo lleven, así sea cual sea.
“Muchos se quedaron acostumbrados a cargar un arma y pensaron que así iba a ser siempre, que esto no iba a terminar nunca. Yo a lo que aspiro es a dedicarme a lo mío, a mis huertas, a mis hijos y a mi familia, tampoco quiero ser policía por siempre”, reflexiona.
‘Tanila’, como lo llaman también con cariño sus allegados, observa distante mientras habla a sus dos pequeños hijos de tres y seis años que juegan a tirar piedras en un canal pestilente de aguas negras, situado a su costado.