Peso mexicano ganador

  • Sacan del despeñadero el tipo de cambio de 20.3455 pesos por dólar heredado al final del sexenio de Peña-Nieto en 2018 a un nivel actual de 20.1545 pesos por dólar 
  • En plena Sindemia del Coronavirus que afecta a 223 países el peso mexicano se convirtió en la divisa más ganadora del mundo al vencer la creciente especulación 

En la actual administración pública federal se defiende, fortalece y cuida el peso mexicano de conformidad con las recomendaciones de James Tobin, mediante la obtención de incrementos en las reservas internacionales para alcanzar un nivel de 194 mil 698 millones de dólares contando con mayores activos que permitieron sacan del despeñadero el tipo de cambio de 20.3455 pesos por dólar heredado al final del sexenio de Peña-Nieto en 2018, a un nivel de 20.1545 pesos por dólar en la actual administración pública federal y disminuyendo los pasivos monetarios por un cuantioso monto de -313 mil 711 millones de pesos para convertirse en la divisa más ganadora del mundo.
México cuenta con una cobertura monetaria de 4 billones 014 mil 680 millones de pesos, siendo superior 2.0692 veces al monto total de la base monetaria por 1 billón 940 mil 197 millones de pesos que permiten respaldar la totalidad de billetes y monedas que se encuentran actualmente en circulación, así como todos los depósitos bancarios en cuenta corriente de la banca comercial y de desarrollo, lo cual justifica desde el punto de vista monetario la creciente tendencia de apreciación del peso mexicano.
James Tobin nació el 5 de marzo de 1918, en Champaign, Illinois. Su madre era trabajadora social y su padre director de información deportiva en la Universidad de Illinois. Su adolescencia estuvo marcada por la Gran Depresión de los años 30 que vivió Estados Unidos. En una entrevista para The New York Times, tras recibir el Premio Nobel de Economía en 1981, Tobin citó su experiencia de crecer en esa época como una inspiración para el estudio de la economía:
“Era fácil interesarse en la economía… porque estaba claro que las cosas que estaban mal en el mundo tenían mucho que ver con la economía”.
James Tobin murió el 11 de marzo de 2002 a la edad de 84 años y fue uno de los grandes economistas de la segunda mitad del siglo XX. Su influencia en la macroeconomía es reconocida ampliamente y en 1981 recibió el Premio Nobel por su análisis pionero de los mercados financieros y sus relaciones con las decisiones de gasto, empleo, producción y precios. Realizó importantes contribuciones a la demanda de cartera y a la teoría de la valoración de activos, y desarrolló el saldo de cartera, el “canal de crédito”, y los modelos de ciclo de vida y seguridad social. Su trabajo pionero en las series de tiempo y de datos transversales para estimar funciones de demanda y de crecimiento económico; su metodología econométrica y su debate sobre la eficacia de las políticas monetarias y fiscales lo llevaron a ser llamado por Paul Samuelson “el principal macroeconomista de nuestra generación”.
James Tobin ganó una beca académica para la Universidad de Harvard en 1935. Al año siguiente, conoció las teorías del economista británico John Maynard Keynes, que acababa de publicar “La Teoría General del Empleo, el Interés y el Dinero”, libro que influyó poderosamente en este economista y que lo marcó en su línea económica y su crítica a la economía clásica.
Tobin obtuvo con honores sus tres grados académicos de la Universidad de Harvard: su licenciatura en 1939, su maestría al año siguiente, y su doctorado en 1947, después de servir en la segunda guerra mundial. Tobin se alistó en la marina de guerra tras el ataque a Pearl Harbor, en 1941, donde conoció al futuro secretario de Estado Cyrus Vance, y al novelista Herman Wouk, autor de “El motín del Caine”.
Es interesante recordar que, en el momento del ataque japonés, se encontraba en Pearl Harbor el cineasta John Ford, quien captó las tomas que ayudaron a incentivar la participación de Estados Unidos en la guerra. Durante cuatro años James Tobin fue oficial de guerra y participó en operaciones navales en el Atlántico y el Mediterráneo. Sólo en 1945 volvió a Harvard para terminar su doctorado, y allí permaneció hasta 1950, cuando recibió su nombramiento académico en la Universidad de Yale como profesor asociado de economía.
En los años 50, James Tobin se desempeñó como editor de dos revistas económicas de prestigio: Econometrica y Review of Economic Studies. En 1955, fue reconocido con la Medalla de la American Economic Association como el “economista estadounidense menor de cuarenta años que ha hecho una contribución significativa al pensamiento económico y el conocimiento”. Ese mismo año fue nombrado director de la Fundación Cowles para la Investigación en Economía, una organización dedicada a conectar los estudios matemáticos y estadísticos para la teoría económica, que se acababa de mudar de la Universidad de Chicago a la Universidad de Yale.
En 1960, el trabajo de James Tobin llamó la atención del presidente electo John F. Kennedy, y le valió un lugar en el Consejo Presidencial de Asesores Económicos. Tobin participó en este Consejo desde enero de 1961 a julio de 1962, junto a Walter Heller, Gordon Kermit, Robert Solow y Arthur Okun. El informe que Tobin escribió con los otros dos miembros del Consejo, Gordon Kermit y Walter Heller, fue una declaración fundamental de la política económica y política que dominaría el discurso público hasta fines de los años 70. Los miembros de este Consejo recomendaban los objetivos de pleno empleo, una mayor competencia y una más rígida aplicación de la legislación antimonopolio. También abogaba por una mayor inversión en ciencia y tecnología, por infraestructura industrial y comercial, y por un énfasis público en la educación y la formación académica.
James Tobin desarrolló importantes aportes para el estudio de los mercados financieros y elaboró teorías para explicar cómo los mercados financieros afectan el consumo de la gente y las decisiones de inversión. A diferencia de la escuela monetarista, Tobin argumentó que no se puede predecir el efecto de la política monetaria sobre la producción y el desempleo simplemente por conocer el tipo de interés o la tasa de crecimiento de la oferta de dinero. Para Tobin, la política monetaria tiene su efecto, dado que afecta las inversiones de capital, ya sea en planta y equipo o en bienes de consumo duraderos; y aunque las tasas de interés son un factor importante en la inversión de capital, no existe una relación directa y exclusiva entre la tasa de interés y la inversión como plantea la economía clásica. Hay factores de riesgo propiciados por la especulación que alteran la dinámica de la economía real en el corto plazo.
Tobin introdujo el concepto de “q de Tobin” como una medida para predecir si la inversión de capital aumentará o disminuirá. Esta “q” es el cociente entre el valor de mercado de un activo y su costo de reposición. Si “q” es menor que 1, el valor del activo es inferior a su costo de reposición, por tanto las nuevas inversiones en activos similares, no serán rentables. Si, por otro lado, “q” es mayor que 1, es una señal para una mayor inversión en activos similares. La aplicación de la “q” de Tobin resulta un buen predictor de las condiciones económicas.
Otra de las contribuciones teóricas importantes de James Tobin fue su idea de la cartera de inversiones. Tobin postuló este concepto en la Universidad de Yale en 1952 dentro de una teoría de equilibrio general en la cual los agentes económicos toman las decisiones de inversión sobre sus percepciones de riesgos y rendimientos esperados. Estas decisiones pueden ser puramente monetarias y tienen un impacto real dado que implican decisiones de consumo e inversión. Harry Markowitz, interesado por esta nueva mirada de los activos financieros, se instaló en Yale en 1955 y se abocó a profundizar esta teoría en la llamada Selección de Portafolio.
Tobin replanteó los mecanismos de transmisión de las políticas monetarias y fiscales añadiendo el efecto de estas políticas sobre los mercados financieros. Tobin argumentó que los mercados financieros generaban distorsiones que afectaban a la cadena productiva y a los planes de las empresas, aunque estas tengan información completa. Estas distorsiones desatan eventos con persistencia del desempleo, provocando una situación de desempleo involuntario. En este punto Tobin discrepaba totalmente con la escuela de la expectativa racional que argumentaba que no existen distorsiones y con información completa, nunca se puede dar el caso de desempleo involuntario.

En 1971, y tras el colapso del sistema de Bretton Woods, James Tobin propuso un impuesto sobre la conversión al contado de divisas.

Este impuesto estaba destinado a penalizar las transacciones de corto plazo que tienden a ser meramente especulativas y que afectan la estabilidad financiera de los países. Este impuesto es lo que se conoce como Tasa Tobin.

Hay que recordar que el sistema de Bretton Woods obligaba a cada país a mantener una política monetaria anclada a un valor fijo en términos de oro. Con el quiebre de este sistema, el 15 de agosto de 1971, Tobin captó los riesgos que los movimientos especulativos, ahora liberados del anclaje al oro, tendrían sobre la estabilidad financiera. Con el dólar convertido en moneda de reserva, el vuelco hacia la economía financiera por sobre la economía real era solo cosa de tiempo.

Treinta años más tarde, el año 2001, y tras las fuertes crisis financieras de la década de los años 90, que incluyó la crisis mexicana de 1994, la crisis asiática de 1997-1998, la crisis rusa y brasileña de 1998-1999, Tobin resumió su idea: “El impuesto a las transacciones en moneda extranjera fue ideado para amortiguar las fluctuaciones de los tipos de cambio. La idea es muy simple: en cada cambio de una moneda a otra, la aplicación de un pequeño impuesto, digamos un 0,5% del volumen de la transacción, alejaría a los especuladores ya que muchos inversores invierten su dinero en moneda extranjera sobre una base de muy corto plazo. Si este dinero se retira de súbito, los países deben aumentar drásticamente las tasas de interés de la moneda local que sigue siendo atractiva para los especuladores. Sin embargo, el movimiento de estas transacciones de alta frecuencia es desastroso para la economía nacional, y eso ha quedado demostrado en los años noventa con las crisis en México, el Sudeste Asiático y Rusia”.

Este impuesto devolvería cierto margen de maniobra a los bancos emisores en los países pequeños y sería una medida de contraataque a los dictados de los mercados financieros.

James Tobin murió al año siguiente, sin conocer que la ausencia de esta tasa formaría en la primera década del siglo XXI la mayor de las burbujas y sumiría al mundo en la más aguda de la crisis financiera de la historia, aunque se sentiría orgulloso que en plena Sindemia del Coronavirus el peso mexicano se convirtió en la divisa más ganadora del mundo.

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