Escritoras que tuvieron que usar pseudónimos masculinos

La novela «Middlemarch: un estudio de la vida de provincia», publicada en 1874 y escrita por el novelista George Eliot, es considerada como una de las mejores obras de la literatura inglesa. La escritora Virginia Woolf llegó a llamarlo «uno de los pocos libros ingleses escritos para adultos».
En Francia, en el mismo siglo XIX, George Sand también dejaba su huella en la literatura. Él fue descrito por el autor ruso Fiódor Dostoiévski como ocupante del «primer lugar en las filas de los escritores nuevos». Recientemente, el gobierno francés debatió enterrar sus restos en el Panteón, al lado de nombres como Víctor Hugo y Voltaire. Ambos Georges, el británico y el francés, eran mujeres, que utilizaron alias masculino para publicar.
George Eliot era Mary Ann Evans y firmó artículos con su propio nombre en un periódico. Para adentrarse en el mundo de la ficción, sin embargo, adoptó la identidad masculina.
Escribió incluso un ensayo titulado «Silly Novels by Lady Novelists» (Novelas tontas de las novelistas, en traducción libre), criticando las novelas escritas por mujeres, para distanciarse de otras autoras de su época y para que su trabajo fuera tomado en serio.
George Sand era la francesa Amantine Dupin, una de las autoras más prolíficas de su época. Escribía historias de amor y de diferencias de clase, criticando las normas sociales. Y también escribió textos políticos y piezas que escenificaba en un teatro privado. «En aquella época, una mujer que fuera activa intelectualmente estaba cometiendo una transgresión enorme», le dijo a la BBC Brasil Sandra Vasconcelos, profesora titular de Literatura Inglesa y Comparada de la Universidad de São Paulo (USP).
«Las que se atrevían a publicar usando sus propios nombres recibían muchas críticas, porque estaban extrapolando el papel asignado para ellas. La mayoría termina usando seudónimo porque no querían exponerse públicamente». Ahora, un proyecto brasileño de la empresa HP y de una agencia de publicidad quiere estimular la lectura de éstas y de otras autoras con nuevas portadas que muestran sus nombres reales.
«Queríamos volver a imprimir las historias que, por diversas razones, no trataron bien a las autoras», explicó a Keka Morelle, el director creativo de los proyectos OriginalWriters (escritores originales, en traducción libre).
Los libros de las autoras del siglo XIX y principios del siglo XX, principalmente europeos, que ya estaban disponibles en el sitio Proyecto Gutenberg, un proyecto que ofrece gratuitamente más de 50.000 obras de dominio público. Pero la empresa decidió hacer nuevas portadas que le permitieran a los lectores conocer la identidad real de sus autoras.
«Escrito por una dama»
Durante los siglos XVIII y XIX -dice Vasconcelos-, cristalizó el papel de la mujer como primordialmente madre y esposa dentro de la familia burguesa. «La esposa era la responsable del mundo doméstico, de la puerta de la casa adentro. Muchas de ellas no tenían ni siquiera acceso a la educación formal, y toda mujer que tuviera algún tipo de ambición era un punto fuera de la curva».
Las mujeres que deseaban ser escritoras publicaban con pseudónimos o incluso anónimamente, a partir del siglo XVIII. La más famosa de ellas es la inglesa Jane Austen. La portada de su primera novela, «Orgullo y prejuicio», sólo dice: «Una novela en tres partes escrita por una dama». Austen no publicó ninguna obra firmada en vida. Sus libros siguientes eran acreditados a la «misma autora» de los anteriores.
Pero, en el siglo XIX, publicar anónimamente se volvió menos común. «La escritura se convirtió en profesión y las novelas se volvieron más respetadas como género. A partir de entonces, resultó más difícil para las mujeres tener autoridad cultural para firmar libros de ficción», según Sue Lanser, profesora de Inglés, Literatura Comparada y Estudios sobre Mujeres, Género y Sexualidad de la Universidad Brandeis, EE.UU.
«La historia occidental es principalmente de autoridad masculina, por lo que las mujeres empezaron a usar nombres ambiguos o directamente masculinos». Eso hicieron las hermanas británicas Charlotte, Emily y Anne Brontë (Emily es la autora de «Cumbres borrascosas» y Charlotte, de «Jane Eyre»), quienes publicaron sus libros con los nombres de Currer, Ellis y Acton Bell, respectivamente.
La práctica continuó con fuerza hasta principios del siglo XX, incluso cuando las escritoras en cuestión eran mujeres intelectuales, de familias clase de alta y bien conectadas, como la francesa Amantine Dupin. Entre sus amigos se contaban famosos escritores como Gustave Flaubert (autor de «Madame Bovary») y Honoré de Balzac (autor de «La comedia humana»), ambos sus admiradores y defensores. Sin embargo, permaneció como George Sand en el mundo literario.
El escritor ruso Ivan Turgenev dijo: «¡Qué hombre valiente fue ella, y que buena mujer!». En la vida social, Dupin causaba polémica en París por usar ropa masculina, fumar en público y tener aventuras amorosas frecuentes, cosas prohibidas para una mujer de la época.
Liberación de las restricciones sociales
De acuerdo con Lanser, la «sensación de libertad» también era un factor que llevaba escritoras a publicar con alias. «Había muchas restricciones y expectativas sociales en relación a las mujeres, sobre la forma en que debían escribir y los temas sobre los que podrían hablar, y además era muy común que críticos y lectores asumieran que sus libros eran siempre autobiográficos», explica.