Expone Museo del Prado crudeza de la misoginia y el machismo del XIX

En la historia del arte la mujer ha sido sistemáticamente olvidada y maltratada. El siglo XIX es un fiel reflejo de ese machismo ancestral, de esa visión misógina que convertía a la mujer en bestia humana, como alegoría de todos los vicios o en un ser frágil, incapaz de valerse por sí mismo.
El Museo del Prado, que lleva varios años profundizando en esta anomalía, presentó la exposición Invitadas: fragmentos sobre mujeres, ideología y artes plásticas en España (1833-1931), que recorre los papeles que le asignaron los artistas en el siglo XIX, que fue, a su vez, el prólogo de las grandes vanguardias del siglo XX.
Ese recinto lleva años intentando rescatar de su acervo y de las colecciones internacionales las obras artísticas de mujeres a lo largo de la historia. Algo ha hecho, como la recuperación de artistas condenadas desde hace décadas al olvido, como Sonofisba Anguisola y Lavinia Fontana, pero también ha revisado los análisis y las perspectivas de algunas obras cruciales de la colección, sobre todo las que hacen referencia a figuras mitológicas y que resultan en ocasiones violentas sobre la perspectiva actual en torno a la mujer.
De esos dilemas, arraigados desde hace tiempo en los responsables del museo, nació la idea de recorrer el siglo XIX, uno de los más creativos y singulares, que además sirvió de parteaguas para las vanguardias, pero a través de la visión de la mujer.
Esa historia de misoginia y machismo, pero también de violencia, muerte, desgarro y admiración, se recorre a través de 130 obras, divididas en 17 secciones, que en conjunto forman una reflexión sobre el modo en que los poderes establecidos defendieron y propagaron el papel de la mujer en la sociedad por medio de las artes visuales, desde el reinado de Isabel II hasta el de su nieto Alfonso XIII.
Uno de los mayores atractivos de la exposición radica en no haber acudido a la periferia, sino al arte oficial de la época. Es posible que alguna de estas obras sorprenda a una sensibilidad contemporánea, pero lo hará no por su excentricidad o malditismo, sino por ser expresión de un tiempo y una sociedad ya periclitados, explicó durante la presentación Miguel Falomir, director del Museo Nacional del Prado.
La mayor parte de las obras forman parte del acervo de la pinacoteca española, pero también hay algunos préstamos, con el afán de hacer un relato cronológico que va desde los tiempos de Rosario Weiss (1814-1843) hasta los de Elena Brockmann (1867-1946), y así ordenar en dos partes articuladas distintos fragmentos temáticos. En la primera se ilustra el respaldo oficial que recibieron aquellas imágenes de la mujer que se plegaban al ideal burgués.
El Estado legitimó estas obras mediante encargos, premios o adquisiciones, y fueron aceptadas como valiosas muestras de la madurez de sus autores, al tiempo que se rechazaban todas aquellas que se oponían a ese imaginario.
En la segunda se abordan aspectos centrales de las carreras de las mujeres artistas, cuyo desarrollo estuvo determinado por el pensamiento predominante en su época, que diseñó su formación, participación en la escena artística y reconocimiento público.