El misterio de Hatshepsut, la faraona borrada de la historia

  • Vivió en el siglo XV a.C. pero su nombre permaneció oculto hasta el siglo XIX, cuando la decodificación de los jeroglíficos permitió leer las inscripciones que habían sobrevivido el ataque contra su monumental legado en piedra. Uno de los primeros testigos de la profanación fue Herbert Winlock, jefe del equipo arqueológico del Museo Metropolitano de Arte en Egipto, quien en 192, se encontró los restos de estatuas de un faraón que habían sido destrozadas adrede en el pasado remoto.

Las imágenes habían sufrido «casi todas las indignidades imaginables», escribió, en manos de individuos que -en su opinión- expresaron «su despecho sobre los rasgos sonrientes y brillantemente cincelados» de un faraón otrora honrado. La escena de destrucción había sido encontrada en el gran complejo de templos funerarios y tumbas de Deir el-Bahari, ubicado frente a la antigua Tebas -hoy Luxor-, Egipto, al otro lado del Nilo. Eso era muy significativo.
Para los antiguos egipcios, la muerte no era más que un paso en el camino hacia una vida eterna y feliz. El espíritu podía vivir más allá de la tumba, pero sólo si quedaba algún recuerdo (un cuerpo, una estatua o al menos un nombre) del difunto en la tierra de los vivos.
La evidencia mostraba que este faraón había sido efectivamente maldecido con una muerte sin fin. Para los egiptólogos de la generación de Winlock, la historia que empezó a revelarse era una de engaño y venganza: la de una mujer que había sido una «usurpadora, del tipo más vil» y un hombre que se desquitó de ella tras su muerte «como no se había atrevido en vida», escribieron.
El principio de esa historia
Las estatuas profanadas eran las de uno de los faraones más exitosos e influyentes, una de las pocas mujeres que gobernó Egipto como faraón y cuyo reino (1479-1458 a.C.) duró más que el de cualquier otra hasta Cleopatra. Su nombre era Hatshepsut, que significa «la más importante de las damas nobles»; era una princesa real, hija del rey Tutmosis I, un general famoso por legendarias batallas militares, y su consorte, la reina Ahmose.
No tenían un heredero varón, pero no importaba mucho; en el harén real había una opción aceptable: el príncipe Tutmosis, hijo de una respetada reina secundaria. Para proteger el linaje real, el padre de ambos ordenó que se casaran, así que cuando él «descansó de la vida», los medio-hermanos heredaron el trono sin ser desafiados.
Pero unos tres años después de la coronación, Tutmosis II se enfermó y murió, y el único sucesor masculino adecuado disponible era el pequeño hijo de una de las mujeres de más baja cuna de su harén. A pesar de que no era raro que las madres tomaran las riendas del poder si los faraones eran demasiado jóvenes para gobernar, la de Tutmosis II no tenía ninguna preparación para asumir tal responsabilidad así que Hatshepsut, la reina viuda, se convirtió en regente en nombre de su hijastro/sobrino.
De regente a faraona
Unos años después, por alguna razón que desconocemos, tras regir en nombre del único faraón reconocido, Tutmosis III, Hatshepsut se convirtió en faraona. Y ahí está el problema.
Legalmente, no había ninguna prohibición para que una mujer gobernara Egipto. Aunque el faraón ideal era un hombre -y de ser posible guapo, atlético, valiente, piadoso y sabio-, para preservar la línea dinástica, en ocasiones se consideraba aceptable que fuera una mujer, así como lo era que las madres sustituyeran a sus hijos pequeños y las reinas, a sus maridos ausentes en el campo de batalla. Desafortunadamente, en los escritos encontrados, no hay nada que explique cuál fue el motivo que la llevó a tomar una decisión tan drástica.
Sin embargo las imágenes, que junto con las inscripciones han permitido armar el rompecabezas, dan fe de que asumió el rol y de que además lo consolidó de una manera magistral.
De faraona a faraón
En un reino en el que al menos el 95% de los sujetos eran analfabetos, el mensaje visual era clave, así que su imagen experimentó una metamorfosis espectacular. En dibujos y estatuas empezó a aparecer con la vestimenta y accesorios típicos de un faraón, desde la corona perfecta y la falda corta hasta la barba postiza que se consideraba un atributo divino de los dioses.
Incluso la representación de su cuerpo se fue haciendo cada vez más masculina para mostrarla como el estereotipo de rey.
Viaje a una leyenda
Como los demás faraones, Hatshepsut fue comandante militar, liderando las tropas en al menos dos ocasiones. Los textos la describen como una conquistadora: «La que será vencedora, ardiendo contra sus enemigos». No obstante, ese no fue su rol más destacado.
Si bien defendió las fronteras, poco después de llegar al trono, su reinado fue pacífico y la faraona reafirmó el poderío egipcio valiéndose de otras armas: la diplomacia y el desarrollo del comercio internacional con algunas tierras conocidas y otras, fabulosas. Ninguna más que la misteriosa Tierra de Punt, un lugar que desapareció sin dejar más rastro que lo que se escritos y dibujos. Hasta el día de hoy, no sabemos con certitud dónde quedaba, aunque hay varios lugares posibles, pero ninguno a prueba de dudas.
Pero sabemos que existió, y una de las más hermosas pruebas de ello es el retrato del viaje patrocinado por Hatshepsut .
La incógnita
Todos esos detalles sobre esa fabulosa expedición los sabemos gracias a los textos e imágenes que quedaron grabados en las paredes de ese templo. Ese templo que, quizás notaste, es el mismo en el que los arqueólogos de antaño encontraron por primera vez evidencia del intento de borrar a Hatshepsut de la historia. Y sabemos que esa era la intención pues en ninguna de las listas de los reyes aparece su nombre: después de Tutmosis II está Tutmosis III.