¿Qué hace que nos dejen de importar las tragedias?

«Si miro a la masa, nunca voy a hacer nada. Si miro a uno, sí». Estas son las palabras de una mujer cuyos actos de caridad y bondad le ganaron la santidad: la Madre Teresa.
Ejemplifican uno de los aspectos más desconcertantes de la respuesta humana a las situaciones difíciles que atraviesan los demás: si bien la mayoría de nosotros asumimos una sola muerte como una tragedia, nos resulta difícil responder de la misma manera cuando se trata de la pérdida de vidas a gran escala.
Con mucha frecuencia, estas muertes se convierten simplemente en una estadística.Los millones de vidas que se pierden en desastres naturales, guerras o hambrunas, por ejemplo, se vuelven un número demasiado grande como para entenderlo. Incluso ahora podemos ver que este mismo extraño proceso ocurre con el aumento global de las muertes por coronavirus.
Cifras que desensibilizan
El número de vidas que se ha cobrado el coronavirus (hasta principios de julio) supera las 500.000, mientras que se han registrado más de 11 millones de casos en 200 países.
Cada muerte es una tragedia que se desarrolla a nivel individual, con una familia que queda conmocionada y desconsolada. Pero si tomamos distancia, ¿podemos realmente hacernos una idea de esta situación con cifras tan elevadas?
En Estados Unidos, donde se llegó en junio a 100.000 muertes, periodistas han intentando que la gente comprenda el alcance de la devastación con dos comparaciones. Una es describiendo la cifra como «dos veces el número de estadounidenses muertos durante toda la guerra de Vietnam» y la otra, explicando que la cifra «excede el número de muertes de estadounidenses en combates militares en todos los conflictos desde la guerra de Corea».
Pero nuestra incapacidad para entender el sufrimiento que conllevan estos números puede afectar la forma en que respondemos a estas tragedias.
Incluso ahora, hay evidencia de que la gente está cansada de las noticias sobre el coronavirus y de que está leyendo menos sobre la pandemia. Esto puede ser, en parte, debido a un fenómeno psicológico conocido como «entumecimiento psicológico», la idea de que «cuanta más gente muere, menos nos importa».
«La intuición es milagrosa, pero tiene, de alguna manera, ciertas fallas», explica Paul Slovic, psicólogo de la Universidad de Oregón, en EE.UU., que estudia este fenómeno desde hace décadas.
«Una [falla] es que no lidia muy bien con la magnitud de los números». «Si hablamos de vidas, una vida es tremendamente importante y valiosa, y haremos lo posible por protegerla. Pero a medida que el número crece, nuestros sentimientos no aumentan proporcionalmente», añade.
De hecho, las investigaciones de Slovic indican que cuando los números estadísticos asociados con una tragedia crecen y crecen, nos desensibilizamos y tenemos una respuesta menos emocional frente a esta situación.
La apatía y la pandemia
Esto a su vez hace que seamos menos proclives a emprender el tipo de acciones necesarias para impedir genocidios, enviar ayuda en caso de desastres naturales o aprobar legislación para luchar contra el calentamiento global.
En el caso de la pandemia, puede llevarnos a una suerte de apatía que haga que la gente se relaje en torno a la necesidad de lavarse las manos o usar mascarilla, dos medidas que han demostrado reducir la transmisión del virus.
«Desde una perspectiva evolutiva, estamos enfocados en las cosas que amenazan con matarnos inmediatamente», explica Melissa Finucane, experta en ciencias sociales y de la conducta del centro de investigación Rand Corporation, que se ha especializado en toma de decisiones y evaluación de riesgo.
«El humano promedio que no es analista estadístico o epidemiólogo no tiene a su alcance las herramientas que necesita para emitir juicios sobre algo tan vasto y complejo como una pandemia global».
Pero esto puede tener serias consecuencias sobre cómo nos comportamos cuando nos enfrentamos a tragedias a gran escala.
En una serie de estudios en Suecia en 2014, Slovic y sus colegas demostraron que no solo nos volvemos insensibles ante un aumento significativo de las cifras, sino que también, a medida que aumentan, nuestra compasión se reduce.
En el estudio se les mostró a los participantes una foto de un niño pobre o una de dos niños pobres, y se les preguntó sobre su disposición a donar.
En vez de sentirse doblemente tristes y doblemente dispuestos a ayudar, la gente donó menos cuando veía a dos niños que a uno.
Slovic dice que esto es porque un individuo es la unidad con la que los humanos empatizamos más fácilmente.
«Puedes pensar en quién es y cómo se parece a tu propio niño. [Con dos] tu atención disminuye y también tus sentimientos».
«Y nuestros sentimientos son los que impulsan nuestra conducta», apunta Slovic.