Una enrarecida transición

stamos viviendo una etapa de cambio ajustando un nuevo orden mundial y nuestro país experimenta una transformación similar, con sus formas características en base al personal estilo de quien le corresponde ocupar la silla del águila. El proceso de transición mexicano comenzó desde hace décadas y el planteamiento reformador fue encaminado para lograr una consolidación democrática, con equilibrios e instituciones vigorosas, en otras palabras, desterrar el sistema presidencialista y comenzar una era presidencial, acotando las facultades metaconstitucionales a través de esquemas semiparlamentarios.
En la nueva realidad se han retomado prácticas en sentido inverso, es decir, mientras por una parte se va desmantelando el entramado institucional que servía de contrapeso, por otra, se construye el retorno de un presidencialismo a ultranza, sostenido por tesis ideológicas añejas, superadas y con resultados poco alentadores en términos democráticos, al ser de corte postfascista, al tratar de imponer un Estado concentrador, estatista, vigilante y represor.
De ahí puede explicarse la edificación de una ruptura histórica para regular la crisis, mediante procesos de adecuación circunstanciales, aprovechando la pandemia y la inseguridad que azotan al país, que posibilita abrir ventanas de encono, coraje, estrés, desesperación, ansiedad e ira, elementos que alimentan y además son espacios propicios para alentar la lucha de clases, escenario que desde hace meses se viene construyendo.
Nos encontramos inmersos en una confusa complejidad, donde están surgiendo patrones de fenómenos sociopolíticos en medio de una lucha de clases alentada desde el gobierno, con tintes impredecibles. El modelo de un populismo autoritario en un régimen de acumulación de poder con formas hegemónicas, en un país de fuertes contrastes, donde sobresale una economía informal, es caldo de cultivo para impulsar políticas estatistas y tomar el control absoluto, aplicando estrategias de asistencia social de forma selectiva, cubriendo sus necesidades elementales de supervivencia a los segmentos marginados; los sindicatos y; todo lo concerniente al ramo educativo, como parte de una estructura clientelar adoctrinada.
Al advertir las tendencias y previo a que se convierta en un inevitable futuro, de manera emergente han comenzado a registrarse resistencias tanto sociales como de carácter político, sin que ello entrañe mantener el estatus quo o indebidos privilegios, sino con el objeto de reformular un nuevo pacto social, producto de un consenso y de amplio debate, sin exclusiones ni imposiciones, ejercicio al que no se encuentra dispuesto el Titular del Ejecutivo, prefiere continuar su proyecto en el que lamentablemente conserva vicios y miserias de antaño, sin un compromiso firme para toda la sociedad, olvida que la acción política sólo tiene sentido cuando viene acompañada de una moral destinada al bien de todos.