Historia del diablo: de ángel caído a amo de las brujas

El diablo, esa figura tan socorrida en estas fechas del año, se ha transformado a través del tiempo. El concepto del mal representado por medio de una imagen o de descripciones, no ha sido el mismo en el siglo XII que en el siglo XIX. El imaginario colectivo de cierta época mantiene una relación directa con la cosmovisión e ideologías dominantes, de modo que la representación del diablo pone de manifiesto la influencia religiosa, así como su declive o resurgir, según el tiempo y lugar de referencia. En este texto haremos un breve recorrido por un personaje tan presente en la cultura occidental. Nos basaremos en la Historia del diablo realizada por Robert Muchembled.
Satanás y sus primeras apariciones
Satanás se mantuvo con un bajo perfil durante el primer milenio del cristianismo. El problema de la representación del Mal no tomaba protagonismo ni en el arte ni en las discusiones teológicas, al menos no en su representación “física”. Fue una gestación lenta que alcanzó su apogeo hasta finales de la Edad Media.
El cristianismo se comenzó a preocupar por unificar criterios en cuanto a la figura del mal conforme vio la necesidad de posicionarse sobre otras concepciones religiosas. Al inicio, los Padres de la Iglesia y los teólogos les dieron un toque muy intelectual, a modo de un arcángel caído o que se rebeló contra Dios, bello e inteligente.
Comenzó siendo más un seductor que trataba de hacer caer en la tentación a hombres y mujeres, que un ser terrorífico. Aquí todavía se le confería una constitución más cercana a lo humano que a lo animal, sin embargo esto se fue transformando. La belleza propia de un ángel caído dio paso a jorobas, malformaciones, mentones pronunciados, hasta llegar a caracterizaciones que tenían más de animal que de humano.
En todas partes de Europa tenía distintos nombres: Satanás , Lucifer, Asmodeo, Belial o Belcebú. Teniendo reminiscencias paganas en sus representaciones. Y los lugares privilegiados para su aparición siempre han estado asociados con la noche y la oscuridad. Un terreno más propicio a lo no visible, aquello que inspira miedo, como lo es la muerte o lo desconocido.
Pese a lo mencionado, las nociones del Bien y el Mal estaban en vías de adquirir límites cada vez más definidos. Las luchas de religión aún estaban lejos de requerir de una figura maligna a quien utilizar como estandarte enemigo.
Siglo XIII: el diablo deja de ser guapo y comienza a causar temor
Es a partir del siglo XIII que Lucifer comenzó a inspirar miedo. Justo cuando Europa buscó la coherencia religiosa y se dio a la tarea de construir nuevos sistemas políticos que le dieran mayor poder sobre su territorio, lo cual le daría la fuerza para expandir su dominio más allá de sus fronteras.
El miedo fue una obsesión al final de la Edad Media, fue un medio para unificar ideologías o propósitos. Se requería unión para poder embarcarse en una lucha contra el Otro y las demás religiones. Los rasgos negativos del demonio se dan realmente a partir de este siglo y llegan a su apogeo en el siglo XIV.
El discurso sobre Satanás deja de ser cosa de monjes o pequeñas comunidades de pobladores, para llegar a ser parte de la lucha por el poder político que poco a poco se comenzó a centralizar. Así, la figura de Satanás deja atrás la imagen de ángel divino, de animal emparentado a las tradiciones paganas, para dar lugar al ser maligno que se sienta en su trono de terror. Esta imagen tenía como fin ser un arma de control social.
Y llegan las brujas
A partir del siglo XV se inicia un periodo donde se crea una ciencia del demonio, la demonología. Las supersticiones como manifestaciones de múltiples tradiciones y cosmogonías, comienzan a sucumbir ante una sola imagen: la del diablo. De esta manera, el cristianismo no sólo se hacía del dominio del Bien sino también del imaginario del Mal, dándole los toques que le convenían.
La magia como sistema explicativo del mundo comienza a desaparecer a manos de la cosmovisión cristiana, de allí la acérrima cacería de brujas. El poder no podía estar más que de un lado, y los saberes paganos o de corte tradicional debían dejarle el camino libre al poderío instaurado por la Iglesia.