Sexo en cuarentena: cómo gozar y cuidarse ante el “corralito sexual”

Se puede soñar con rearmar hogares sin huirse de la convivencia como si fuera satanás o consolidarse independientes para no recibir reclamos y soportar demandas abrumadoras. Se puede querer a alguien y ser querida sin jugar a las adivinanzas de los emoticones y dejar de tirar mensajes de onda como si fuera un juego de truco sin las cartas en la mano. Se puede entender que es ella o él la persona que se extraña. Se puede querer retomar la libertad de un mundo sin confinamiento sexual para disfrutar todo lo que, de un momento a otro, se puede perder. Y se puede llorar como un modo de duelo a lo que duele y de bienvenida a lo que todavía, estamos a tiempo de construir o reconstruir.
El impacto emocional del coronavirus va más allá del doloroso saldo sanitario. El mundo no va a ser igual ni en lo político, ni en lo social, ni en el erotismo en donde el otro aparece como un peligro y, a la vez, como una necesidad, en donde ya la interacción no aparece como un valor que no corre riesgo de pérdida. Los lazos también se van a transformar. Y ojalá se vuelva mejor, con más libertad y más cuidado. Si algo sabemos los argentinos es adaptarnos a las crisis y transformar la realidad. Pero los corralitos (y hasta ahora conocíamos los financieros) dejan sus secuelas. Este corralito emocional también va a dejar heridas, lecciones y nuevas expectativas. No se trata, esta vez, de no poder sacar los ahorros, sino de no poder sacar el cuerpo. Y, en muchos casos, ni siquiera de compartir jadeos, lagrimas, sudor y sueños.
Tal vez muchas personas que hoy viven solas y esquivas a un contacto profundo desempolven sus cajas de seguridad afectivas y se atrevan -al revés de la desconfianza económica post crisis del 2001- a desanudar sus trabas y encontrar nuevas formas de compartir para salir de un encierro global y la soledad como balsa al futuro.

La convivencia saca ventaja

Por ahora el contacto afectivo sexual está en jaque y con muchas dudas y roces (incluso aunque se dificulten el contacto personal, los entredichos por whatsapp y redes sociales crecen y producen un dolor que no se apaga tan fácil como una pantalla).