¿Por qué la Ley Seca de EE.UU. fracasó tan espectacular?

Los economistas tenemos un pequeño problema de imagen. La gente cree que descaradamente manipulamos las estadísticas, hacemos terrible pronósticos con cifras alegres y somos unos aguafiestas en los cócteles. Es posible que parte de la culpa la tenga un hombre que, hace un siglo, probablemente fue el economista más famoso del mundo: Irving Fisher.
Fue Fisher quien infamemente declaró, en octubre de 1929, que el mercado bursátil había alcanzado «un nivel alto permanente». Nueve días después, la bolsa de valores cayó estrepitosamente y generó el período conocido como la Gran Depresión.
En cuanto a los cócteles, lo más bondadoso que se puede decir de Fisher es que era un anfitrión generoso. Como registra Mark Thorton en su libro «La economía de la prohibición», un invitado de Fisher escribió: «Mientras yo devoraba una sucesión de deliciosos platos, (Fisher) cenaba con un vegetal y un huevo crudo».
Era un fanático del buen estado físico, que evitaba el consumo de carne, té, café y chocolate.
Tampoco bebía alcohol y era un ardoroso partidario de la prohibición, la medida de las autoridades estadounidenses de vetar la producción y venta de alcohol, que empezó en 1920.
Fue un cambio extraordinario que hizo que la quinta industria más grande del país de repente se volvió ilegal. Fisher predijo: «(Quedará) escrito en la historia como el comienzo de una nueva era en el mundo, de cuyo logro esta nación estará siempre orgullosa».
Añadió que no podía encontrar a un solo economista dispuesto a oponerse a esa política en un debate. De hecho, la prohibición resultó ser tan acertada como su vaticinio del alto nivel permanente de la bolsa, pues hoy los historiadores la consideran un fracaso.
La ley fue violada tan ampliamente que el consumo descendió apenas en una quinta parte.
Fue finalmente anulada en 1933, cuando, en una de sus primeras medidas, el nuevo presidente Franklin D. Roosevelt legalizó la cerveza, provocando la aclamación de muchedumbres frente a la Casa Blanca.
Productividad versus borrachera
Las raíces de la ley seca en EE.UU. se pueden rastrear a la religión, teñida tal vez con un poco de esnobismo clasista. Pero la verdadera preocupación de los economistas era la productividad. Para confirmar la teoría, parece ser que Fisher se tomó algunas libertades con las cifras. Sostuvo, por ejemplo, que la prohibición representaba US$6.000 millones para la economía estadounidense.
El problema es que la cifra no surgió de un cuidadoso análisis. Fisher empezó con los reportes de unos cuantos individuos a los que un trago fuerte con el estómago vacío los hacía 2% menos eficientes.
Luego supuso que los trabajadores habitualmente ingerían cinco tragos fuertes antes de iniciar labores, así que multiplicó ese dos por cinco y concluyó que el consumo de alcohol rebanaba 10% de la producción. Cifras dudosas, por decir lo menos.
Tal vez los economistas no hubieran quedado tan sorprendidos por el fracaso de la ley de prohibición si hubieran podido saltar medio siglo hacia el futuro para conocer las perspectivas del Nobel de economía Gary Becker sobre «crimen racional».
Crimen y demanda
Becker observó que volver algo ilegal simplemente añadía otro costo que la gente racional sopesaría con otros costos y beneficios, en este caso, la multa por violar la ley modulada por la probabilidad de ser encontrado con las manos en la masa. Hablaba en serio: la primera vez que lo conocí, estacionó su auto de una manera que podría ser multado. «No creo que se fijen mucho», me dijo, reconociendo con una sonrisa que había cometido un crimen racional.
«Los criminales racionales», dijo Becker, «proveerán bienes al precio que se ajuste».Si los consumidores pagan ese precio depende de lo que los economistas llaman elasticidad de la demanda.
Imaginémonos, por ejemplo, que el gobierno prohíba el brócoli. ¿Se pondrían unos «contrabandistas» a cultivar brócoli en jardines escondidos para venderlo en callejones oscuros a un precio inflado?
Es poco probable, porque la demanda de brócoli es elástica: si su precio sube, la mayoría de nosotros compraría coliflor o repollo a cambio.
Pero resulta ser que con el alcohol, la demanda es inelástica: así suba el precio, muchos todavía lo pagarían. La prohibición fue una bonanza para criminales racionales como Al Capone, que defendió su contrabando en términos empresariales.
«Le doy al público lo que el público pide», declaró. «Nunca he tenido que enviar vendedores agresivos. Nunca hubiera podido dar abasto».
Los mercados negros también cambian los incentivos de otras maneras. Tus competidores no te pueden llevar a juicio, así que, ¿por qué no utilizar cualquier medio necesario para establecer un monopolio local?
La teoría mayormente aceptada de que la violencia delincuencial subió súbitamente después del establecimiento de la ley seca ayudó a su derogación.
Cada cargamento de artículos ilegales conlleva algún tipo de riesgo, así que,¿por qué no volverte más eficiente haciendo tu producto más potente?
Durante la prohibición, el consumo de cerveza cayó frente al de bebidas espirituosas. Cuando se derogó la ley, esa tendencia se revirtió.